Standstill – La Riviera (Madrid)

Me resulta difícil hablar de Standstill separando de ello mi trayectoria vital. Mis grandes satisfacciones y sinsabores existenciales han tenido su música como banda sonora permanente. Por ello, la noticia de su separación -o parón indefinido, según sus palabras- ha sido un jarro de agua fría.

No obstante, las declaraciones de Enric Montefusco y el comunicado de la banda al respecto han sido de una sinceridad y de una coherencia monstruosas; tales, que tiraban de espaldas y justificaban lúcida e inequívocamente tal decisión. Ojalá todos supiéramos sabernos retirar a tiempo con el mismo brío e intención con los que intentamos empezar las cosas.
Esta visita a la capital suponía un adiós que prometía emoción, encuentros interiores y un enfrentamiento claro y directo con uno mismo. Eso es lo que ofrece Dentro de la luz (13) y su correspondiente espectáculo escénico, Cénit, el cual los catalanes venían a presentar, una ocasión única para la introspección carnal más reflexiva y valiente.

Hablo en condicional porque varios hechos truncaron lo que debiera haber sido la presentación al uso de Cénit: problemas con los proyectores, problemas físicos de algunos de sus miembros y, sobre todo, el hecho de que este concierto fuera a suponer el final de la banda como tal sobre las tablas -a excepción del futuro tributo en Apolo a su etapa B-Core primitiva-. Esto hizo confluir lo que era un espectáculo íntimo, difícil y apasionante en su digestión -como lo es su último disco- con lo que debiera ser una celebración repaso a sus grandes canciones más conocidas. A mi juicio, la mezcla de ambas facetas salió descompensada, coja y desorientadora. No, desgraciadamente no podemos decir que fuera un concierto memorable. Lo sabemos. Lo saben.

Los temas de Cénit sonaron, curiosamente, muy bonitos y lustrosos, si bien ya es casualidad que mis dos canciones preferidas, y sin duda las de mayor calado emocional de Dentro de la Luz, fueran omitidas: «Puedo pedir» y «Si vieras». Aún así, y ciertamente jodido porque era la primera vez que escucharía esas dos letras ante mí en vivo, el resto de temas acompañados de láser, humo y juegos de luces otorgaron cierta aura de réquiem purificador.
No tan bien paradas salieron las canciones repaso a su carrera desde ese punto de inflexión, a la larga revelador e imprescindible, que fue su disco homónimo publicado en 2004. En parte, esto fue debido a una frialdad y a un distanciamiento palpables entre los miembros de la banda, pese a lo conmovidos que estaban cada uno de ellos individualmente. Hay que reconocerlo: Standstill parecían una banda herida de muerte en cuanto a química entre sus miembros y las continuas arengas a pasarlo bien, cantar y bailar de Enric no hacían otra cosa que acrecentar una atmósfera turbia.

Pero, por encima, estaban sus canciones y su recuerdo. Y su indispensable presencia en mi vida, algo que tuvieron, tienen y tendrán dentro de mi corazón; algo que me ha permitido explicar lo que es sentirse parte de su comunidad emocional universalmente presentada en ese retablo de la lucha cotidiana de un ciudadano cualquiera que es Vivalaguerra (06) y su inmortal gira, haber padecido y superado grandes baches personales a través de obras tan indiscutiblemente personales y arriesgadas como Adelante Bonaparte (10) y poder contar lo que suponen para mí, e, incluso, poder preguntar a su principal compositor lo que suponen para él a través de entrevistas.

Esos pequeños acercamientos a su mundo, y tener la suerte de deshojarlos bajo mi prisma para los demás, es un pequeño privilegio, quizá algo mundano, pero que me llevaré a la tumba, lo mismo que me llevaré sus caras despidiéndose de un público entregado y suplicante por que volvieran tras dos bises indicando que «les echaban» literalmente de la sala mientras todos gritábamos desde abajo «Sí se puede» antes de que los dueños de la sala pusieran música de ambiente y se plegaran instrumentos y montajes. Puro espíritu de los tiempos.
No, no diré las canciones que sonaron mal, desangeladas o fuera de contexto. No lo merezco recordar, no lo merezco expresar y no lo merece una banda que me dio tanto. Prefiero quedarme con la fuerza infinita que siempre transmitió en directo «La mirada de los mil metros», el angustioso cántico de «Feliz en tu día», la celebración inmortal -y tan doliente en un día como ayer- de «1,2,3, Sol» o la recurrida y extrañamente bella «Cuando».
Y sí, a medio gas, deshilachados y con la herida abierta demostraron que el hueco dejado por la coherencia, la fe en un proyecto y la valentía del que cree en el valor de lo que hace es de un tamaño descomunal, más en estos tiempos; un auténtico agujero negro al que da pavor mirar. Hoy, más que nunca, también somos, fundamentalmente, aquello que perdemos.

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