The White Stripes – Elephant (Everlasting)

Es evidente que White Stripes no han inventado nada: tomar las claves del blues más añejo y del Rock&Roll clásico y llevarlas a un extremo donde empiezan (o terminan, según se mire) el garage y el punk no es novedoso. No cuentan con un talento compositivo arrollador (aunque no les falta) y como instrumentistas son más espectaculares que brillantes. Entonces ¿qué es lo que convierte a Elephant en uno de los mejores discos del año de forma instantánea? Muchas cosas.
En primer lugar, la carrera de los White es de una coherencia y una lógica aplastante, en el que cada disco se enriquece con los anteriores y siguientes y donde todo tiene sentido por sí mismo y en conjunto. Cada nuevo álbum supone un paso adelante hacia un destino que sólo ellos saben, y que los demás reconoceremos al llegar. Su trayectoria es un viaje que empieza en The White Stripes (99) y tiene su primera parada en De Stijl (00), lugar en el que abandonan la autopista de un cierto mainstream rockero para dirigirse por carreteras secundarias hasta White Blood Cells (01), lo que sería su mejor álbum si no hubiese aparecido este Elephant.
Aquí es evidente que el mayor logro del dúo es haberse despojado de la contención que dominaba De Stijl (00) y que aún planeaba en ciertos rincones del acerado White Blood Cells. De hecho, es fácil intuir que esa contención era deliberada, y que todo llevaba hasta aquí. De nuevo, todo cobra sentido. Esa liberación no podía desembocar más que en este espléndido disco, desbordante, sólido, multidireccional, desquiciado, salvaje, extenuante.
El planteamiento global de Elephant es la reinterpretación del recorrido que lleva desde el blues al rock&roll más primitivo, hecha desde el siglo XXI. Tan fácil, tan difícil. Desde los primeros compases del bajo que introduce “Seven Nation Army” se vislumbra lo que se avecina: una tormenta sonora, a ratos abrumadora (“There’s No Home For You Here”), y en la que periódicamente aparecen claros (“You’ve Got Her In Your Pocket”). En ese paisaje, todas las variaciones posibles: más de siete minutos de inteligente blues nocturno y esquinado (“Ball And Biscuit”), rock sureño de piano y steel guitars (“I Want To Be The Boy To Warm Your Mother’s”), garage deliciosamente macarra (“Black Math”) o reminiscencias del after punk que miran de frente hacia Europa (“The Hardest Button To Button”, ¿la canción que persiguen los Strokes?).
Pero esta cordillera tiene sus valles, y es ahí donde el dúo se explaya, y también es ahí donde las cejas se arquean. Por ejemplo, el guiño repleto de frágil sensualidad de Night Club como es “In The Cold, Cold Night” (¿por qué Meg no canta más?). O en ese espléndido tema que es “Hypnotize”, que es al R&R lo que “Ball And Biscuit” al blues. Una vez establecidas las múltiples fronteras del disco, relucen temas híbridos como “The Air Near My Fingers”, “I Just Don’t Know What To Do With Myself” (genial), la magnífica y delirante “Girl, You Have No Faith In Medicine” o “Little Acorns”, con speech radiofónico incluido. Y, para rematar, un divertimento: un trío acústico con la cantante Holly Golightly (“It’s True That We Love One Another”) en el que Meg, Holly y Jack cuentan lo mucho que se quieren entre ellos, aunque sea, como canta Holly un amor fraternal (“I love Jack White like a little brother”). El punto simpático de un disco mayor, que gana con cada nueva escucha y en el que The White Stripes divierten, excitan y aplastan, continuando su inmaculada trayectoria hacia ese grandioso disco que llevan rondando desde hace tres años. De momento, Elephant es, por inteligencia, coherencia y solvencia, un gran álbum, aun construidos sobre claves de sobra conocidas. Nada nuevo, pero poco tan bueno.

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