Tom Petty & The Heartbreakers – The last DJ (Warner)

Tom Petty pertenece a ese grupo de artistas que, como Van Morrison o Paul Weller, pueden hacer lo que les dé la gana: cuentan con tal background y tal legión de seguidores incondicionales que están de vuelta de todo, que no necesitan demostrar nada a nadie. En ese grupo, Petty es un hermano pequeño, quizá porque se circunscribe mucho más al paisaje y paisanaje norteamericanos. En cualquier caso, esa modestia no está exenta de calidad, y al de Gainsville se le pueden reprochar muchas cosas, pero no su honestidad ni su integridad, ni mucho menos su saber hacer: tiene tablas para aburrir, y se hace acompañar de unos excelentes mercenarios como son los Heartbreakers. A este tipo de figuras se les suele perdonar cualquier patinazo, y si no, que se lo digan a Weller. Pues bien, The last DJ no es exactamente un patinazo, pero casi: es el típico disco que va a entusiasmar a sus incondicionales y que a los noveles posiblemente no les diga nada, aunque tiene momentos verdaderamente espléndidos.

Es evidente que Petty es un rockero nato, pero en el sentido más clásico de la palabra: su rock es purista, es ese que se confunde con el rhythm&blues y el country, el que entierra sus raíces en el folk y en la historia añeja del medio oeste norteamericano. Que nadie espere innovaciones o sofisticación, Petty es de los que apuesta por lo descarnado, por lo esencial. Y eso demuestra en su nuevo trabajo, en el que se equivoca en los temas que se alejan de estos parámetros, lo que rebaja notablemente la calidad del mismo. Es decir, algo similar a lo que le ocurrió en “Into the great wide open”, mediocre disco que ejemplifica ese lo-que-pudo-haber-sido en el que a veces cae Tom Petty.

The last DJ es el cuarto disco del norteamericano en diez años, aparte de la banda sonora –flojita- para la intrascendente película She’s the one. En esta época ha publicado dos muy buenos discos (Wildflowers (94) y el denso Echo(99) ), pero este Last DJ le emparenta con el mencionado Into the great…, por su desconcertante irregularidad y la amarga sensación que te dejan esos discos en los que se vislumbra que podían haber sido muchísimo más, que se han quedado a medio camino.

No es de extrañar que los mejores momentos vengan en las piezas más rockistas, y especialmente, cuando enlaza “Joe” y “When a kid goes bad”, diez minutos de majestuoso rock de sabor añejo. A partir de ahí, se sacan perlas que van en esa onda clásica (la soberbia “Lost children”, “Money becomes king”, la estremecedora segunda mitad de “Can’t stop the sun”), que demuestran la maestría de Petty en esas lides. Maestría que desaparece en la mayor parte de canciones más reposadas o elaboradas, y es que cuando Petty suma, resta: “Dreamville”, la facilona “Like a diamond”, “You and me” (excepto en la preciosa balada que es “Have love will travel”). Su espíritu tradicionalista le lleva incluso a un esquema de foxtrot (¡) en “The man who loves women”, simpática pero fuera de lugar. Por su parte, el tema que titula el disco es una canción muy interesante, mucho más popera que el resto y sumamente pegadiza, que bajo su máscara de canción festiva esconde un ácido recadito para la situación de la industria musical (“As we celebrate mediocrity / all the boys upstairs want to see / how much you’ll pay for what you used to get for free”), que crea un conjunto fácil de escuchar y con intención de hit.

En resumen, está tan lejos de ser un gran disco como de ser un tostón, aunque sienta todo el respeto del mundo por Petty, quien me parece uno de los personajes más honestos del panorama musical, aparte del respeto debido a un tipo que lleva casi treinta años haciendo música, y buena. ¿Mi recomendación? Grabad la parte de rock y borrad el resto: Así dejaréis de tener un disco fallido para tener un magnífico EP.

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