Van Morrison (WiZink Center) Madrid 12/12/17

“Música para blancos con pasta”. Entendí este calificativo con el que algunos entierran de un plumazo la carrera de Van Morrison cuando estuve en uno de los conciertos que ofreció hace dos semanas en el hotel Europa de Belfast. La entrada a 250 euros, elegantes abrigos en el ropero y artículos en la mesa de merchandising que solamente unos pocos coleccionistas se podrían permitir. Ver a Van The Man en directo es un lujo en todos los sentidos, pero es un capricho que dejó a una gran mayoría satisfecha durante su actuación anoche en el WiZink Center (Palacio de los Deportes de Madrid para los que acaban de llegar).

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El león norirlandés se asomó a la jaula de su escenario ante el aplauso y vítores de un público que se sentó en su sitio buscando emocionarse con baladas como “Magic Time”, “Vanlose Stairway” y “Have I Told You Lately That I Love You”. Somos unos tiernos, pero también celebrábamos los virtuosismos de la banda orquestada por un Morrison que se apartaba de los focos para desviar la atención hacia sus músicos cada vez que un xilófono, un teclado, una trompeta, un contrabajo o una guitarra hablaban más que la propia voz.

Van Morrison 02

Este artista mayúsculo de 72 años no es un ejército de un solo hombre, pero su exquisito gusto por el blues, jazz y R&B propicia que la banda que elige para sus conciertos termine convirtiéndose en una extensión misma de su propia persona musical. El león de Belfast no escondió sus garras en ningún momento de la noche enlazando perfectamente cada tema, moviéndose entre el blues y el rock & roll con una soltura casi juvenil a través de grandes hits como “Baby Please Don’t Go”, “Moondance” y “The Way Young Lovers Do” en un despliegue muy jazz que hace honor a su último disco, Versatile, donde versiona grandes clásicos del género.

De esta manera, acompañado al micrófono por Georgie Fame en canciones como “Goin’ to Chicago” y retomando el blues más ardiente con “Automobile Blues”, sir Van Morrison enganchaba a su público para una hilera final de canciones entre las cuales destacaron “Days Like This”, “Sometimes We Cry”, el ‘tigretón’ romántico de “In The Afternoon”, y “Broken Record”, con la que no perdió el aliento ni con el asfixiante estribillo ni con los soplidos finales a un saxofón cuyo metal había alcanzado ya altas temperaturas.

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Tenía al público en el bolsillo cuando comunicó a todos el fin de fiestas con “The Party’s Over” y se despidió con la siempre deseada “Gloria” dirigiéndose al backstage del escenario cantando con su micrófono dorado mientras alguien de su equipo iluminaba sus pasos. Había tiempo para una más, “In The Garden”, y Morrison volvía a despedirse tras hora y media de concierto, agradeciendo más el trabajo de sus músicos que los vítores de su público. Porque ese es él, un hombre que valora más el arte que la fama o el reconocimiento.

A la salida del concierto, una mujer recordaba a su amiga que había tenido la suerte de haber visto a esta leyenda con repertorios mucho más extensos sobre el escenario. Al final todo se reduce al tiempo. Si está con nosotros más minutos, es el mayor síntoma de que el británico está a gusto, que no tiene prisa. Varios son los factores que entran en juego para que este señor se encuentre cómodo en uno de sus shows, pero ya fuera porque su actuación en Madrid era la última fecha europea antes de su salto de charco en dirección a Las Vegas y Van Morrison quisiera hacer algo especial, o por alguna otra razón mística que se nos escapa, este animal de los escenarios pareció olvidarse de las rejas del exhibicionismo musical que supone un concierto de entradas agotadas para una figura introvertida como la suya.

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