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Antònia Font (La Riviera) Madrid 02/02/25

Uno tiene a veces la sensación de que vamos por la vida a toda velocidad. El ritmo de los acontecimientos supera la capacidad de absorber emocionalmente las experiencias que vivimos. Leemos la prensa en diagonal, conversamos sobre temas importantes mientras bajamos las escaleras del metro, escuchamos álbumes de pasada pensando en lo siguiente que tenemos en la playlist y así con todo. Asistimos a muchos más conciertos que antaño pero ¿cuántas veces sentimos esa punzada en el estómago que nos hace estar nerviosos cuando salimos de casa? ¿Cuántos conciertos se quedan en tu cabeza dando vueltas durante días como si fuese un carrusel de momentos mágicos? ¿Cuántos veces te da un vuelco el corazón al escuchar los primeros acordes de una de canciones que te han cambiado la vida? Pocas, cada vez menos, al menos en mi caso.

Este fin de semana he tenido la suerte de asistir a dos de estos momentos irrepetibles y ambos tuvieron lugar en la misma sala, la siempre acogedora Riviera madrileña. Si el viernes Standstill se dieron un baño de masas con su circunspecta propuesta solo apta para seres sensibles y un poco torturados, lo de Antònia Font el domingo tuvo un cariz completamente distinto, pero complementario en cierto modo. Y es que la creatividad desbordante de Joan Miquel Oliver, compositor y alma mater de la banda, se expande a lo largo de su discografía creando un universo propio donde los personajes más extravagantes y las ideas más surrealistas se dan la mano con melodías ensoñadoras y producciones marcianas, pero asumibles para el oído medianamente educado. Una verbena de alto standing a la que todo el mundo está invitado sobre el papel, pero que afortunadamente sigue siendo uno de esos secretos reservados para una minoría que les esperaba con devoción para disfrutar de esos himnos chalados que solo ellos saben facturar.

Disueltos hace aproximadamente una década, y reunidos hace un par de temporadas para actualizar su legado con el notable Un minut estroboscópica (2022), en esta gira de reunión aún no habían visitado Madrid y se notaban las ganas de verlos entre el respetable. A pesar de no superar la media entrada en un frío domingo de comienzos de febrero, todos los que allí nos encontramos sabíamos que iba a ser una noche especial. Calidad frente a cantidad. Porque en este mundo acelerado son necesarias bandas como Antònia Font, que viven la vida de otra manera y se nos muestran con toda sinceridad desde un punto en el que el tiempo parece haberse suspendido, donde sus partituras parecen dar vueltas concéntricas sobre un punto de gravitación que es tan estimulante y cambiante como absolutamente personal y único.

En este tramo de la gira, llegando casi a su fin, sus directos se desarrollan a lo largo de más de dos horas seleccionando un acertado repertorio en el que repasan de manera muy equitativa la amplia discografía del quinteto. Cogiendo temperatura, comenzaron desgranando parte de sus nuevas composiciones, alternándolos con clásicos como “Love song” o la imprescindible “Darrera una revista”. Tras el deleite instrumental de “Astronauta rimador”, seguida de un bloque de cuatro composiciones de Vostè és aquí (2012) -sonarían hasta ocho de sus microcanciones-, con “Amants perfectes” algo hizo click en la sala y aquello comenzó a rodar de verdad y la comunión con el público, hasta ese momento con una actitud respetuosa y expectante pero también un tanto fría, fue total y derivó en una celebración colectiva como la banda y la ocasión merecía.

Con su cantante Pau Debon en modo estrella (en el buen sentido), derrochando carisma fundido literalmente con su público -¿cuántas bandas de pop pueden conseguir que 500 personas bailen un vals  como “Vitamina Sol” sin hacer el ridículo?-,  los cortes más celebrados, fueron los pertenecientes a Batiskafo Katiuscas (2006), el álbum más inspirado de su discografía que les lanzó a la fama a nivel estatal hace casi dos décadas. “Bamboo”, “Batiskafo Katiuscas” y especialmente la explosiva “Wa yeah!” pusieron la sala patas arriba. En el segundo bis el testigo pasó a Lamparetes (2011) con “Islas Baleares” y “Calgary 88” antes de cerrar con una “Viure sense tu”, único rescate de su debut, que fue una fiesta total, un kakaoke colectivo que perdurará en la memoria de quienes allí estuvimos. Así, con una amplia sonrisa en la cara, mientras abandonaba la sala pensaba que si esta fuera la última actuación de los mallorquines en la capital (su futuro como banda está por definir) el recuerdo sería justo con su memoria y lo que nos han hecho vivir a lo largo de todos estos años. Una despedida a la altura de una banda irrepetible.

Foto Antònia Font: Edu Cornejo

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