Crónica: Atlantic Fest sábado 27 de julio

«Non hai sábado sen sol nen María sen amor» así dice un refrán popular por la Illa de Arousa, y aunque parecía imposible que el cielo abriera, pues diluvió cual temporal de invierno y los asistentes nos temíamos la cancelación de los conciertos de Atlantic Fest de este día y el cielo dio paso al sol para recibir los ritmos latinos de Candeleros que, al tocar en una carpa de plástico con efecto invernadero incluido, propició la desnudez del público y los primeros bailes tímidos.

Menos suerte tuvieron Las Odio y Betacam, el tiempo y la hora no les acompañaron, debido a la lluvia eran más buses los que subían al pueblo que los que bajaban. La suerte y una amable pareja que me acercó en su coche, quisieron que llegase casi al final de Betacam, a tiempo de disfrutar de piezas como «Que nos quiten lo bailado» y «Chacal», que brillaron tanto como las lentejuelas que coloreaban la vestimenta de Javier Carrasco. A pesar de ir «co tempo no cu” (“con el tiempo en el culo”, lo único que aprendió en galego después de tres años de relación con una chica gallega, según su propio relato), tuvo tiempo para «Otras chavalas» y, previa petición de un bis, cerrar con «Un año más» de Mecano. ¡Pero qué riquiño es!

El siguiente turno fue para La Estrella de David, cuyos únicos acompañantes eran un botellín de cerveza y sus bases, además de un excelente último disco, Consagración, que vuelve a confirmarle como uno de los mejores compositores que habitan en nuestro planeta musical. Su puesta en escena y su propuesta encajan a la perfección con lo que es, un genio incomprendido. A pesar de la cercanía entre escenarios, hay conciertos que no se pueden ver si no es desde la primera fila, y todas tenemos nuestros puntos débiles, el mío es Nacho Vegas. Así que David Rodríguez y su buena estrella se quedaron allí, bien acompañados con su botellín.

Por si aún no ha quedado claro, intentaré ser más objetiva que fan aunque me cueste horrores. Ver tocar a Nacho con la banda y el coro (aunque solo fuera la mitad), siempre es un placer y un claro anticipo de gran concierto. Nada decepcionó. Salieron con energía desde el primer momento, sonando con la fuerza propia del rock. En todo instante fue ovacionado, tanto en su vertiente más política: «Ideología», «Como hacer crack» o «Crímenes cantados», donde no se olvidó de mencionar la muerte de un joven inmigrante de 23 años en el Cie de Zapadores (Valencia), como también fue muy celebrado su lado más teatral, tal y como sucedió en «La pena y la nada», mano a mano con Abraham Boba, o «La última atrocidad», cantada a dúo con Mariaje, frontwoman de Astrogirl, donde el público formaba parte del pequeño espectáculo allí representado. Tampoco hay que olvidar su lado más emotivo, donde el dolor brilla con toda su oscuridad en títulos como «La plaza de la soledad», «Ser árbol» o «La gran broma final», tema con el que finalizó el concierto. La obra de Nacho Vegas representa a la perfección el sentir más profundo, sus canciones y su posicionamiento son más que necesarios en estos tiempos, es por eso que él sí nos representa, tanto con sus luces como con sus sombras. Nacho es bellamente imperfecto, y sabe destilar como pocos sus canciones sobre las tablas, alumbrando un elixir diferente cada vez, brindando con el público y emborrachándose de el, así sucedió el sábado.

Detalle de fan, ya lo avisé, no puedo acabar esto sin decir que supliqué al de seguridad, porque fue suplicar, para que me diera la púa que Nacho había lanzado al respetable y que no llegó hasta allí. Se quedó en esa tierra fronteriza, intermedia, y aproveché mi ocasión, espero sepan perdonarme y permitirme este momento.

Los conciertos iban muy seguidos, puede decirse que fue un poco agotador, una no sabia si quedarse en un escenario u otro, coger fuerzas en la barra o comer.

Así las cosas, de Soleá Morente pude disfrutar con su intensidad, pero al verme obligada a escoger preferí quedarme con la exquisita sencillez de La Bien Querida, y es que en Galicia tiene un público de lo más variado, por ejemplo, puedo dar fe de que a las cuatro de la mañana había unos señores de unos cincuenta años, gozándolo con «A veces ni eso» sonando en el coche. Ya digo, La Bien Querida disfruta en tierras gallegas de un público que la adora, y eso se nota en lo cómoda que está Ana sobre el escenario, donde se marcó unos bailes en «7 días juntos» totalmente contagiada por el ánimo de jarana que se proyectaba desde el auditorio. Todos sucumbimos de amor cuando interpretó «Muero de amor», redundante pero cierto, y palmeamos «Recompensarte» con salero, demostrando que no sólo el ritmo está en el sur y que nos sabíamos la letra mejor que J, que salió a cantar con ella para sorpresa de las allí presentes. No hubo tiempo para bises, pero se quedó hasta el final con una sonrisa amplia sobre la escena, despidiéndose, y en compensación repartió el setlist que hizo feliz a más de una.

Hay un sobresaliente reservado para Mourn e Hickeys, bandas que marcaron diferencia el sábado, tanto por estilo como por juventud. Desbordan naturalidad y buscan con descaro pasárselo bien tocando, y hacer disfrutar al gentío. Mourn venían muertas de Benicassim, apenas sin dormir (olé por ellas), con una playlist improvisada donde no faltó «Otitis». Aunque nunca es tarde, me arrepiento de no haber seguido la carrera de esta banda que me maravilló con aquel primer trabajo de homónimo título, Mourn (2014), quizás la edad me pueda.

Por su parte, Hickeys tienen actitud de sobra, sus guitarras apaciguadas de pronto suenan como golpes de ira. Las cuatro jóvenes dejaron una muy buena impresión, y es que después de que tocaran Dorian y The New Raemon, entre otros, se necesitaba algo de caña y frescura. Para el anecdotario dejaron momentos divertidos, por ejemplo, cuando se preguntaron por qué la nueva de Tarantino, que se había estrenado a nivel mundial el día 26, no iba a llegar a España hasta dentro de tres semanas, o cuándo les pareció buena idea hacer una canción titulada «Hickey Hickey bang bang». Absolutamente maravillosas.

Alrededor de las 18h. las fuerzas empezaron a flaquear, las mías sobre todo, aunque me dio tiempo a recoger algunas notas, incluidas en modo papel y boli (una advertencia, tengan cuidado con sus móviles y la gente que se les acerque con copas y un equilibrio fallido).

María Rodés es todo sentido y sensibilidad, «Sirena» y «Luciérnaga en el suelo» son un buen ejemplo dentro de  Eclíptica, disco inspirado en los cuadernos y cartas de su tío bisabuelo, y es que no hay nada más poético que la inmensidad del Universo.

The New Raemon estuvieron correctos e impecables, seguidores y seguidoras quedaron satisfechos en un sentido amplio. Es encantador como un muchacho adepto de este medio conoció a The New Raemon ¡por nosotros! Mientras al abrigo del cancionero de The New Raemon, hubo foreros reconociéndose por sus nicks en la vida real… Pensaré en cuántas amistades y parejas pueden haber surgido de aquí. La vida es mejor en un festival.

Siento no poder decir nada explícito sobre el neozelandés Marlon Williams, a esa hora me patinaba la cabeza de tanto ingerir líquido, no se hacen una idea de lo que picaba el sol, y tocaba alimentarse de algo que no fuera uva o trigo (aprender este oficio es duro).

Dorian aparecieron ante el público con su estética uniformada y sus luces futuristas, todo bien estudiado para acompañar los movimientos casi robóticos de Marc Gili, que nos confirmó algo que sospechábamos: las meigas son indies. Su último trabajo, Justicia Universal, sobresaliente y radiante, hace que canciones como «Cualquier otra parte» quede casi de karaoke, con lo bueno y malo que esto conlleva. «Tormenta de arena» o «Los amigos que perdí», sin embargo, parecen menos afectadas por el tiempo y siguen tocadas por cierta magia y misterio iniciáticos. «La isla», «Vicios y virtudes» o «Hasta que caiga el sol» lograron desatar el baile, mientras sus letras agitaban esa otra parte de nosotros que no se ve pero nos define, ya saben, “Te cambio la rutina por un salto al vacío”.

Previo a Los Planetas pasamos de largo por Apartamentos Acapulco, donde el sentir general fue un “No era lo que esperaba«, en su favor, quizás el horario no fuera el mejor. Y digo que pasamos de largo también, porque para ver a Los Planetas hay que coger sitio media hora antes, de hecho ya estaba bastante poblado desde hacía una hora. Y ya metidos en faena, lo más enérgico y lo que más brillo tuvo fueron Eric, y no lo decimos por su deslumbrante chaqueta plateada, si no por fuerza y ganas, y las canciones más pop como «David y Claudia» cuyo inicio nos fascina, o la inesperada «Nuevas sensaciones». A J se le notó con vidilla en «Alegrías del incendio», donde se permitió improvisar una letra acerca de un cigarrillo, fumaba uno cuando no cogía la guitarra, uno que se le perdió o apagó por el camino, o cantando con La Bien Querida «Espíritu Olímpico».

Una hora y media de concierto da para mucho, quizás el inicio con «Islamabad» adelantó lo que sería el concierto, largo y tedioso, un repaso por tan amplia discografía y con tantos buenos temas que forman parte de la historia de la música en España da para largo, sin duda, pero también hay que saber conectarlos y encajar con el público, ya que por momentos J parecía aburrido y con más ganas de tararear que de cantar. Aún así, «Pesadilla en el parque de atracciones» nunca dejará de gustarnos y funcionó a lo grande, al igual que «Corrientes circulares en el tiempo». Y para situaciones intensitas, que servidora tiene sus momentos también , «Amanecer» es muy capaz de tocar la fibra. En síntesis, un concierto perfecto para declararte o romper.

Joe Crepúsculo tuvo mérito, recogió los pedazos que quedaban de nosotros y los recompuso para hacernos bailar en su verbena electro pop. ¿Que si queremos bacalao? ¡Lo queremos por triplicao! Concierto breve pero intenso para dar paso a Love of Lesbian, quienes nos esperaban en el escenario grande que se había transformado en un café-teatro de lo más acogedor. Ellos demostraron lo que realmente hace grande a una banda: entrega, pasión y humildad. Venían a amarnos y el público fue quien les amó hasta el final. Todas sus canciones cuentan una historia de principio a fin, y Santi sabe teatralizarlas con gusto y sin excesividad, como sucede en «Cuando no me ves» o «Segundo asalto». Su «Manifiesto delirista» fue para todas y todos los que luchamos «contra los casposos que nos quieren llevar cincuenta años atrás», tal y como expresó el propio Santi Balmes, y todo rugió con «I.M.T. (Incapacidad Moral Transitoria)», ¡así son los placeres de la carne!

Hubo grandes regalos como cantar «Planeador» junto a Iván Ferreiro, baile preparado incluido, también nos lo hizo pasar fantástico con su particular «Hombre lobo en Galicia» o «Amante bandido», interpretándola felizmente entre el público. Ojalá la noche fuera eterna y quien tuviera tu voz y tu corazón, Santi.

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