Deleste 2013. Estuvimos en la segunda edición del festival valenciano

Intro

En el momento en el que se hornea este artículo todavía no manejo cifras de asistencia, que son las que al final te dicen si tocas o no pelo a nivel de festivales y conciertos; si tenemos que fiarnos de mi ojo de buen cubero, diría que, bisagrado en dos jornadas este año, el Deleste ha mejorado los datos del curso pasado. Sin embargo, datos a un lado, las sensaciones también funcionan en estos apartados de la vida. Y las sensaciones de este Deleste han crecido en intensidad respecto a las del año pasado. En mucho.

Los conciertos memorables se han amontonado extraordinariamente para un festival que ha doblado su vida: Julio de la Rosa Toundra el viernes, y Mujeres y Triángulo de Amor Bizarro (y un poco The Pastels, por lo evidente) el sábado han proporcionado esas dosis de excepcionalidad (y sudor) que todo festival necesita para perpetuarse. Conciertos para recordar. Si a eso le añadimos el buen comportamiento de la clase media-alta (Guadalupe Plata, Tachenko, Pumuky) y alguna que otra confirmación positiva (Oso Leone, Tuya, Fira Fem), la fórmula para el Deleste 2014 parece estar a buen recaudo.


Viernes

Los valencianos Gatomidi se encargaron de abrir la partida del Deleste 2013 en el escenario Jagërmeister. Les tocó lidiar con alguno de esos problemas técnicos de principio de festival, pero acabaron presentando su nuevo disco con decibelios y corrección. Los andaluces I Am Dive hicieron lo propio con el Auditorio Ámbar, bañándolo de ecos, candidez sonora y electrónica en una especie de bautismo que rozó la hipotensión. Todo lo contrario que ocurrió con Tuya: los madrileños, en formato trío y con David T. Ginzo a la cabeza, presentaron enérgicamente su versión de los hechos en los que el pop-rock sí mola; su indudable calidad se vio ligeramente lastrada por una actitud demasiado ligera, sobre todo a la hora de improvisar el setlist sobre el escenario. Versionaron “Te debo un baile” (¿se habrán arrepentido ya Nueva Vulcano?), y todo arreglado.

A partir de entonces llegó lo gordo. Mientras su banda se acomodaba, Julio de la Rosa se dio un par de vueltas sobre el escenario, escudriñando el patio de butacas, como si estuviera analizando por dónde atacar. Supo cómo meterle mano a un público que en gran parte venía entregado, lo cual nunca tiene por qué ponerlo todo más fácil. Acabó descalzo, bailando como lo hacemos todos en el salón de casa, mientras desgranaba pieza a pieza su más reciente e inspirado cancionero. Arropadísimo por cinco músicos (entre otros, Nieves Lázaro, que azotaba la percusión literalmente, y Jorge Fuertes, exNudozurdo), de la Rosa acertó en la ruta del concierto: en las curvas lentas (“Colecciono sabotajes”, “Un amor lleno de escombros”, a dúo con Lázaro) y en las rectas que invitan a parar en un bar (“Gigante”, “Las camareras”, “Kiss kiss kiss me” y “Maldiciones comunes”, que acabó levantando al personal). También hubo para los nostálgicos: la teatral “Kill the mosquito” y una fantástica versión de “Pingüinos y koalas”.

Otra ruta, la del Deleste, invitaba a no moverse del asiento del Auditorio Ámbar de La Rambleta tras el concierto de Julio de la Rosaporque, sólo 15 minutos después, haría acto de presencia esa bestia descomunal que es Toundra. Si acaso, aprovechar los huecos dejados por los incautos que abandonaron la sala para hacer vida social o lanzarse a otras necesidades más fisiológicas y avanzar posiciones para recibir el golpe sónico de los madrileños como debe ser: lo más cerca posible. Toundra juegan con los pilares del rock instrumental en cada directo, vuelan sus cimientos y crean entidades que suben hasta el cielo. Su sonido tiene tantas aristas que es tan complicado escapar de él como sencillo es descubrirse fascinado por alguna de las kilométricas extensiones que ofrece ese bicho poliédrico. Pareció, además, que la reacción de aquel auditorio, que palpitaba agitado bajo (y por culpa de) nuestros pies, sorprendió e hizo refulgir la ya de por sí apasionada puesta en escena del cuarteto. Memorable una vez más. Y ya van muchas.

Cuentan que una vez Otis Redding tuvo que actuar justo después de Sam & Dave. La pareja había dado tal espectáculo que Redding exigió a su sello que no se volviera a repetir la escena. Algo parecido debió de pasar con Guadalupe Plata después de Toundra. Aún así, el agitado bluegrass del trío acabó por enganchar a los que bajaron de nuevo al escenario Jagërmeister, y sirvió de acicate para quedarse a cerrar la noche de conciertos con los animados Nice Weather For Ducks.


Sábado

El regalo de la jornada de puertas abiertas por la mañana quedó para los más responsables, y para los que más fuerza de voluntad le pusieron al sábado. La propuesta, gratuita y aderezada para los más pequeños con actividades dedicadas a ellos, merecía la pena:Johnny B. Zero y Tachenko se pasaron por La Rambleta cuando la luz del sol lo hace todo menos turbio.

El horario vespertino lo inauguraron en el auditorio primero el modern jazz Naima y luego Oso Leone. Los segundos, esta vez en formato trío, expusieron con una brillantez pasmosa su mezcla de psicodelia, jipismo y electrónica paisajista del Mediterráneo como si llevaran en esto toda la vida: la confirmación más agradable del Deleste. Todo lo contrario que Leda Tres, que no acabaron de persuadir con su pop a los que se acercaron al Jagërmeister en una hora tan complicada. Mejor se manejaron, de nuevo en el auditorio Ámbar, los madrileños Fira Fem. A pesar de que todo apunta a que se mueven mejor cuanto más alta está la luna, presentaban disco y lucieron la frescura habitual, la que se percibe en sus canciones. Tanto que, tras un casi imperceptible coitus interruptus, volvieron para cerrar su set; con amor. Los últimos en pisar el suelo del auditorio en el Deleste 2013 fueron Pumuky. Pasar de la alegría tropical de Fira Fem a las hechuras hacia dentro de la música de Jaír Ramírez se antojaba peligrosamente traumático. No sé si a alguno se le atragantó, pero lo cierto es que la banda con epicentro tinerfeño metió tanto ruido y tan bien que no se notó nada. “Los enamorados” y “Si desaparezco” relucieron en el auditorio como lo hacen las buenas canciones en medio de un accidente de helicóptero.

La música en directo se despediría del Deleste 2013 en el Jagërmeister con una terna interesante. A los primeros, The Pastels, les pesó la ubicación; a la propuesta de los escoceses, que volvían a presentar un disco 16 años después del último, no le sienta demasiado bien tener relativamente cerca una terraza y una barra. La sonrisa apocada de Stephen McRobbie antes de cada canción se veía más entrañable aún entre las 200 conversaciones que se mezclaban en el ambiente. Fue un concierto amable, sobre todo para los fans de las primeras filas, entre los que se encontraba Isa Cea de Triángulo de Amor Bizarro y alguna que otra extra de las canciones de Belle & Sebastian.

Lo que vino después fue harina de otro costal. Daba igual las conversaciones, si las había. La cosa se puso muy apretada para recibir a Mujeres y, ahí, el que no bailaba por fuera, lo hacía por dentro. No se sabe cuántas cuerdas rompieron ni cuánta ropa interior mancharon, pero ellos sí que tienen los ojos turbios: como tiene que ser. Su garage frenético formaba parte de la mecha que al final desembocaría en el estallido final. Allí volaron cubatas, botellas de agua para hidratar a las primeras filas, alguna versión mítica (¿el “run run run” de Velvet Underground?), un bajista y también un cantante al final del concierto, y los minutos, que se hicieron insuficientes a pesar de que lo que venía a continuación era grueso. Magnífico.

Triángulo de Amor Bizarro venían a finiquitar el tema haciendo mucho ruido. No a poner la guinda. No a colocar el broche final. Venían a reventarlo todo como acostumbran a hacer en directo. Rápido, catártico e indoloro. Entrar y salir, un trabajo rápido. Para ellos, lo de tocar una hora y desaparecer no es nada nuevo. Aún hay gente en Wah-Wah esperando el bis del concierto de este verano. La diferencia entre aquel concierto y el del Deleste estuvo en el público: el del festival era uno más de fin de fiesta, más hedonista. Más de pogo, sí. Los gallegos se ventilaron alrededor de una quincena de canciones en un rato, entre las que evidentemente estaban fieles representantes de su nuevo disco (“Robo tu tiempo”, “Un rayo de sol”, “Estrellas místicas”, “Ellas se burlaron de mi magia”), pero también clásicos de su primer disco (“El crimen: cómo ocurre y cómo remediarlo”), algún tapado del segundo (“Super Castlevania IV”) e himnos automáticos (“De la monarquía a la criptocracia”). Así de arriba nos enseñaron que se cierra un festival.

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