Emiliana Torrini – Fishermans Woman (Sinnamon Records)

Buenas nuevas. Ha vuelto Emiliana Torrini en formato largo, tras aquel primer álbum de 1999 de la mano de One Little Indian, Love in the time of science -romántico y revelador título-, y tras una serie de importantes colaboraciones (Kylie Minogue, Thievery Corporation, banda sonora de El Señor de los Anillos: Las dos torres). Ahora estamos en otro registro, ni rastro de electrónica ni de programación, solo sonidos analógicos, en compañía de Dan Carey a la producción, a la composición y a la interpretación, y Julian Joseph, Samuli Koskinen y Pharoah S. Russell.

Guitarra y piano son los principales instrumentos del disco, pero también aparecen aquí y allá un órgano, un bajo, un glockenspiel, una melódica, una batería y otras percusiones. Acompañan la dulce y clara voz, duplicada en ocasiones y adelantada de un plano respecto a los demás timbres, de Emiliana, cuya límpida articulación facilita el seguimiento de las letras (en inglés). En la fabricación de las cálidas y reconfortantes canciones que se nos presentan, los instrumentos tienen una función bien precisa: son meras, aunque hermosas, eso sí, herramientas de acompañamiento, estando todo supeditado a los textos y a la suave melodía vocal. En tres ocasiones (“Snow”, “Honey Moonchild”, “At Least it was”) la voz solo se ve apoyada por la guitarra, que despliega tiernas fórmulas rítmico-acórdicas. En todas las canciones el entramado textural es siempre muy ligero, produciendo una sensación general de pureza, de esencia y de tranquilidad en el oyente.

Las letras versan sobre el amor en su sentido más amplio, la vida, las personas, sus sentimientos, y transmiten mucha humanidad. Una luz blanca natural recorre las doce canciones del disco. Todo es transparente, evocador y relajado. Emiliana Torrini navega (literalmente, puesto que el tema marítimo reaparece en varias ocasiones a lo largo del álbum, vestido de distintas formas) sola por sus pensamientos, y se toma la vida con filosofía, para procurar soportarla. Al comienzo anima la repetida proposición “nothing brings me down” (“nada me abate”). En fin, un disco ideal para retomar las riendas de la vida y tener una visión más acogedora de lo que nos depara. Sin duda, esta veinteañera italo-islandesa que un día se mudó a Brighton deberá ser una simpática y cariñosa amiga.

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