Especial: 50 años del Tommy de The Who

Tommy de The Who se publicaba un 23 de mayo de 1969. Por una beca estuve un año en Nueva York. Concretamente en la Actor’s Studios donde cursé perfeccionamiento de la rama Dirección Interpretativa, en la carrera de Arte Dramático. El centro, ubicado en 432 W de la 44th Street, cambió por completo mi concepto del teatro, de lo escénico y de la vida, así, en general. Allí conocí la peña más flipada y estupenda que puedan imaginar. Cada dos por tres teníamos una charla magistral sobre temática teatral; por allí pasaron Uta Hagen, Augusto Boal, Yoshi Oida, Bernard Hiller entre otros.

 

Un día, en el tablón de actividades semanales, leí que un tal Pete Townshend iba a impartir una Masterclass sobre Tommy. Quedé un poco perplejo. Os estoy hablando de 1991, ¡Ojo al dato! Apenas sabía de Tommy y mucho menos como Ópera Rock, estrenada antes que Jesucristo Superstar, The Rocky Horror Pictures Show y Litle Shop of Horror, mis tres referentes del género.

 

Tommy detalla etapas de la vida del protagonista, un joven sordo, ciego y mudo llamado como el título. Nos contó Pete que originalmente quería titularla; “Deaf, dumb and blind boy” (Niño sordo, mudo y ciego), pero no gustó a la productora. Entonces le puso el nombre del personaje. La historia real, nos contó, está inspirada en un chaval de su barrio e imaginó que todas esas minusvalías eran consecuencia de un trauma. El libreto, creado a finales de los 60, como se puede apreciar, tenía poca sensibilidad para las personas con discapacidad. También rememoró que el mayor miedo estribaba en las críticas, pero resultaron estupendas. En el turno de preguntas le hice una observación sobre si el disco ayudó a The Who o, por el contrario, se pegaron un castañazo. Entonces Pete, mirándome fijamente, respondió:

– Nos afianzó. Y mucho. Sólo hay que ver lo que nos ha dado. Sigue siendo nuestro álbum más vendido.

¡Cagada, Toño! En realidad había escuchado poco del grupo. No entraba dentro de las querencias musicales de un joven obsesionado con el The Cure Disintegration. Recuerdo que llegué a la New Yorker Residence, sito en 481 Eighth Avenue, y le pedí a nuestro monitor que si podía encontrarme esa banda sonora. Me la pasó en casete y estuve escuchándola una y otra vez; “Ya te vale, preguntitas, ya te vale” me decía una y otra vez.

 

Los sencillos extraídos obtuvieron un éxito inferior a canciones como «My Generation», «I’m a Boy» o «Happy Jack». Tan solo «Pinball Wizard», lanzada con «Dogs, Pt. 2» como cara B, entró en el top 10 de la lista británica, mientras que en los Estados Unidos alcanzó estuvo el 19 en el Billboard. Cuando la idearon -ellos, tan iconos mod- querían pasar página al sambenito de motos, trajes a medida y beat británico. Lo que se planteó como disco conceptual terminó siendo una ópera rock. Es la primera, con permiso del “S.F Sorrow”.

 

Entre las cosas que nos contó Townshend aquella mañana recuerdo así, a dentelladas, que la banda estaba al borde de la bancarrota antes de este disco y que la sinopsis es tan sumamente surrealista que hasta a él le resultaba complicado hacerla; los padres buscan una “solución” para que el crío recupere el habla, la vista y el oído y lo pasean por curanderos cristianos, brujas, drogas y hasta toca la viola por si ahí está la clave. Y no lo está, claro. Por si fuera poco sufre bullying de un primo que disfruta quemándole con cigarrillos y su tío le mete mano. Menos mal que Tommy, con más moral que el Alcoyano, hace su desquite en el pinball y se convierte en un auténtico experto de la maquinita. Por si sois millenials, o desconocéis por completo lo que es un pinball, os lo aclaro; era un juego de salones recreativos donde una bola, impulsada por un resorte, corría por un tablero repleto de diseños guapos. Tú ibas dándole a las paletas -o flippers- y según en las casillas que entrara tenías unos puntos u otros. Fue muy popular entre las décadas de los 60, 70 y 80, aunque en esta última cayó en desuso por los videojuegos. La llamaban pinball por ahí arriba pero aquí en España se conocía como petacos, pimbola o milloncete.

 

 

Sí, el chico tiene un happy end; rompe un espejo que había en su casa y resulta que ahí estaba la consecuencia de toda su desgracia. Entonces, como se cura y es un rey del pinball, va y se torna en un ídolo. El “nuevo” Tommy revoluciona a sus seguidores predicando la privación sensorial como vía para llegar a la santidad. Esta parte vira muy en la onda Maharishi Mahesh Yogi que tanto se estilaba en la época. Pero en vez de vestuario de sedas, trajes largos y meditación trascendental todo son pantalones de campana, música rock y salones recreativos.

 

Tommy se construye sobre los acordes del ‘Overture’, tema que abre y enlaza con modificaciones sonoras. “Pinball wizard’ vacila entre una guitarra acústica y el zumbido de la eléctrica hasta parecer que van a explotar. ‘I’m free’, ‘Christmas’, ‘Acid queen’, ‘Cousin Kevin’ o ‘Fidle about’ son las únicas que se salen un poco en lo marcado por la Overtura. Quizás la de letra más dura sea ‘Cousin Kevin’ en la que se narran las trastadas que sufre por parte de su primo.

Como la obra funcionó llegó la película. En 1975 se estrena con Elton John, Tina Turner y Eric Clapton como estrellas. Escrita y dirigida por Ken Russell contó con la presencia de Ann-Magret y Oliver Reed entre otros intérpretes.

 

Por cierto, hace algún tiempo Peter declaró en una entrevista que una vez le preguntaron si Tommy había ayudado o no a The Who y que él respondió que sí. Me di por aludido. Y algo avergonzado. Todavía colea aquella cagada.

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