Havalina (Planta Baja) Granada 17/02/24
El viaje de Havalina acaba aquí. Un trayecto lleno de baches en una carretera sin márgenes ni carriles adyacentes por los que salirse del tránsito habitual. La calma justo antes de la tormenta de una incertidumbre futura a la que entregarse sin prisas ni pausas. La tempestad de saberse finito y no morir en el intento de serlo. Las cosas son como son. Tras seis discos como media docena de lunas fugaces en el oscuro camino de vuelta a casa, el fuego no se apaga, porque nunca podrá hacerlo, pero se apaciguan las llamas de una hoguera que alimentó nuestros pequeños infiernos durante tres lustros de travesía en la que los versos endemoniados y las melodías resquebrajadas fueron los compañeros de ruta deseados, por ninguna otra razón que la de haberlos escogido en plena libertad. Justo a tiempo de desmoronarse para siempre, y si ni el tiempo ni las circunstancias lo remedian, el destino de tres músicos unidos sin solución y desunidos por convicción parece abocado a un desenlace en cualquier caso esperado. Jamás deseado, que quede claro.
Havalina está girando por el país en la que han bautizado como gira de despedida, otra más de las muchas que pueblan carteles y engordan leyendas de la música alternativa (adjetivo horrendo pero justo) para poner en valor públicamente el legado de algunas bandas a las que será difícil suceder en calado emocional. Los madrileños, recuperando la formación básica con Ignacio Celma al bajo y Javier Couceiro como escuderos del jefazo Manuel Cabezalí, reconcentraron en el Planta Baja sus infinitas virtudes en un concierto medido de principio a fin, enfocándose en el tempo más que en el volumen, respaldados por una acústica nítida aunque carente de la potencia requerida para la ocasión, y sintiéndose en territorio afín con un sold out rotundo que repetirán varias veces antes del terrorífico adiós.
Porque sí, asusta pensar quién hará a partir de ahora discos como Las Hojas Secas (2010), probablemente una de las cimas del rock sin limitaciones hecho en España en los últimos veinticinco años, o como ese tratado conceptual, futurista y tecnificado por todas sus esquinas que es Maquinaria (2024), la prueba definitiva de que presente y pasado se pueden unir en un nudo atemporal y mágico para perder la mirada en un horizonte esquivo, computando las infinitas virtudes de un sonido que se ha ido superando hasta el límite de la sofisticación. En Granada las cosas quedaron claras: Una veintena de temas, centrándose en las citadas obras magnas e impregnando de electricidad contenida una actuación más concisa en formas que en recorrido. Larga, casi eterna, es la resaca que dejan las afinaciones de “Maquinaria”, “Circuito cerrado”, “Robótica” o “Deconstrucción”, el cuarteto de ejemplos de cómo se puede cerrar una carrera de forma brillante, o el quinteto de salmos al borde del abismo conformado por “Desierto”, “Objetos personales”, “Punto de reconciliación”, “Mamut” y “Por la noche”, estos dos relegados conscientemente al final del set list, firmados como bises y confirmados como puntos de inflexión incontestables en un currículo ya de por sí inmaculado.
Cabezalí a los teclados, cambiando guitarras por teclas o combinándolas cada vez que la ocasión lo requiere, es el ser omnipotente que nos invita a sumergirnos en “El estruendo” al que estábamos condenados desde el principio, nos pasea por una “Antártida” esporádicamente idílica, pisotea los “Cristales rotos” de nuestros recuerdos más oscuros, y hace que confundamos puntos cardinales con trayectorias vitales en el “Norte” más confuso que podamos escuchar jamás. El sonido de una banda única se hace fuerte en una robusta “Imperfección”, con el trío envuelto en el humo escénico y las luces rojas de rigor, pero también incita a bucear en los recovecos de temas menores, sólo aptos para la degustación de los más fieles. Es el caso de “Ulmo”, “Reloj de pulsera” o “Abismoide”, sin olvidarnos de una “Desinspiración” recuperada y ampliada en profundidad y trascendencia. Por medio, en una mezcla de euforia y nostalgia por lo que dejará de ser sólo nuestro para ser de todos, vuelven a realizar unas “Incursiones” infecciosas de rabia y poderío y emprenden un nuevo “Viaje al sol” del que volver cegados de entusiasmo y ansia por una vida nueva y quizás mucho mejor que esta. Una vida en la que ya no existirán Havalina pero en la que creeremos en ellos con mucha más convicción, si es que eso es posible. Grupos como este se nos cruzan en el camino para indicarnos por dónde y cómo debemos seguir acercándonos a la música en su más amplio concepto. Para hacernos más humanos y coquetear con la ilusión de la eternidad. Podrán irse, pero jamás nos dejarán. No así, y probablemente de ninguna otra manera.
Fotos Havalina: Bernar Espejo