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Los Zigarros + Loquillo (Teatro de la Axerquía) Córdoba 10/07/21

Pocos, por no decir ninguno ni ninguna de los asistentes al concierto estrella de la nueva edición del Festival de la Guitarra de Córdoba (después del barbecho del año pasado, la reanimación del evento era casi una necesidad), podríamos haber imaginado que la noche más esperada del verano a nivel musical se desmoronaría en gran parte. Loquillo, el autoproclamado mejor músico de rock de la historia de este país, se rompió apenas empezado un concierto que prometía mucho y se convirtió en un coitus interruptus sin previo aviso. El diagnóstico oficial hablaba de una afonía galopante después de la comparecencia de la noche anterior bajo un viento de justicia y el enorme contraste térmico con un escenario en el que durante la prueba de sonido el termómetro pudo alcanzar sin problemas más de cuarenta grados centígrados. Después de entonar a duras penas dos temas pertenecientes al reciente El Último Clásico, “Los buscadores” y precisamente el tema titular, fue a mitad de la grandísima “Territorios libres” cuando dio orden de parar y se retiró con el gesto torcido y el negro de su chaqueta manchado de impotencia. Las caras de extrañeza e incertidumbre por lo que pasaría con el importe de las entradas fueron la consecuencia lógica, y nada que objetar en ese sentido al propio artista y en especial a su oficina de contratación, puesto que al día siguiente ya se empezó a poner en marcha la logística de devolución, por lo que todos contentos, menos el seguro, obviamente. Sin posibilidad inmediata de aplazamiento ni previsión a corto plazo de retorno al Teatro de la Axerquía o cualquier otro recinto a la altura, en el cartel final debería leerse como pie de página y como conclusión autóctona la siguiente sentencia: Salmorejo, flamenquín y san se acabó.

El disgusto es siempre menor cuando abren fuego unos francotiradores del rock de toda la vida, unidos a la leyenda del Clot en espíritu y desvinculados generacionalmente del resto de bandas para las que un estilo de música es poco menos que un estilo de vida. Los Zigarros, de los que ya hemos glosado sus excelencias en alguna que otra crónica, pueden adscribirse tanto a la odiosa etiqueta de grupo-de-festival como a la de banda-de rock-clásico. Y ya va siendo hora de deshacerse de las no menos engañosas coletillas de “los nuevos Tequila” con la que debutaron en el mercado entregando un primer disco fresquísimo y claramente alentador. Por su sonido y actitud, era de justicia que grabaran ya, solo después de tres trabajos de estudio, un primer directo del que nutrir su repertorio en escena. Porque básicamente es ahí, fajándose entre guitarras rabiosas y bases rítmicas demoledoras, donde estos valencianos se hacen grandes a cada concierto que bordan. Las férreas costuras de trajes hechos de rock ajustado y lustroso se lucen en “¿Qué demonios hago yo aquí?” o reivindicando sus objetivos lúdicos y lúbricos en “A todo que sí” y “Dentro de la ley”.

No es que su paleta temática dé para muchas conversaciones sesudas, pues lo suyo es más propio del típico patadón y tentetieso con el que se concluyen muchas tertulias deportivas. “Dispárame”, “Malas decisiones” y “Resaca” abundan en ello, aderezándolas con algo más de recorrido rítmico y variando las intros de temas absolutamente incontestables como “No obstante lo cual”, con un Ovidi Tormo declamando las estrofas bajo los riffs de su hermano Álvaro, un guitarrista mucho más versátil de lo que sus canciones prometen. Han ganado en destreza y control de los tiempos, intercalando temas menos furiosos como “Queda muy poco de mí” o “Desde que ya no eres mía”, en los que se tornan en una banda de power pop igualmente afilada y afinada. En “Malas decisiones” está uno de los picos de su sonido, y en “Dispárame” se muestran de nuevo tal y como son, un grupo de rock and roll sin contemplaciones ni disparates sonoros que no les sentarían nada bien. Probamos otros chupitos del mismo licor en “Cayendo por el agujero”, una aceleradísima “Resaca” que vuelve a ponerlos en su lugar y otra explícita “Voy a bailar encima de ti”. Antes de que se nos olvide, hablan de que “Hablar, hablar, hablar” para no decir nada, valga la redundancia, es algo que queda para otros que tengan mucho menos que decir, que tampoco es difícil encontrarlos. Un buen ametrallamiento sonoro que debió haber servido para que el Loco acabara de poner las cosas en su sitio. Imponderables del destino.

Una garganta rota y miles de brazos sin levantar después, un recinto a mitad de aforo, como mandan los cánones actuales del infortunio pandémico, el agridulce sabor de boca del quiero y no puedo no consigue más que hacernos salivar ante la próxima ocasión en que podamos compartir –palabra mágica y maravillosa- otra noche de rock y de lo que haga falta con artistas y público al cien por cien. Sería la señal definitiva, en un guiño al señor Sanz Beltrán, de que los tiempos, otra vez, están cambiando.

Fotos: Raisa McCartney

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