Rammstein (Estadio Metropolitano) Madrid 23/06/23

Desde tiempos inmemoriales, los conciertos se han dividido entre macroconciertos de estadios y salas pequeñas y garitos. Sí, también hay una clase media, a caballo entre ambos, pero va menguando. La apuesta por gira de estadios, concepto acuñado sin disimulo para esta última ronda de Rammstein por Europa, indica también esa evolución del circo y el anfiteatro, pasando de ser meros recintos a espacios, ahora dirían experienciales, en el que la música y el sonido tienen casi la misma importancia que el espectáculo.

Los alemanes llegaban a Madrid en la forma que se le presupone el camino recorrido por otros estadios de Europa, musicalmente calientes y con ese espectáculo fundamental más que rodado, y también caliente. Más a la española que con lo que se le presupone a un germano, siempre atendiendo al horario indicado, el sexteto hizo tardía aparición tras casi hora y cuarto de retraso que ni siquiera la buena fe del dúo de tecla Abélard pudo aderezar. Para entonces, el respetable parecía desde la distancia sumirse en una maraña de fideos que explotó de júbilo cuando, a ritmo marcial e iconográfica, se elevaron en una especia de rampa los seis componentes de la banda al escenario.

Las notas y zambombazos de “Rammlied” abren, literalmente, el fuego. La contundencia que va acrecentándose con la marcialidad de “Links 2-3-4” con un Paul Landers entregado y la construcción de “Bestrafe mich” y “Giftig”, pareciera que equilibraba la quizá otrora explosiva pirotecnia, tan fundamental en el imaginario de los alemanes, como escasa a esas horas de la noche. Para ese momento, los graves que retumbaban en el Metropolitano desvirtuaban en algunos sectores del estadio el sonido, aunque, claro está, esa acústica sobre el canon quizá estorbase más que ayudase.

El fuego en la noche de San Juan comenzó a tener protagonismo en ese escenario mitad Escher, un cuarto de Metrópolis y un cuarto de fábrica, con la entrada de una “Sehnsucht” que conectó rápidamente con el público, aunque no tanto como “Mein Hertz brennt”, el tema que acabó por calentar del todo a un público en plena ebullición. Estaba al caer esa pantomima que precede a “Puppe”, con Till Lindemann comandando esa escena empujando el célebre carrito de bebé gigante antes de ir reconociendo a cada miembro de Rammstein y antes de que el artilugio acabase en llamas. La propuesta derivó a la enorme contundencia de “Angst” para finalizar con una traca de luz y sonido hipnotizadora y dejar sobre la mesa la algo lenta “Zeit”.

Llegaría el primer corte con el protagonismo ampliado en pantallas de Richard Z. Kruspe, autor de la remezcla de ese “Deutschland” que puso, por unos minutos, algo de chemicalbrotherismo con trazas blancas, luces y coreografías más propias de otras lides. Saldrían de nuevo para completar el tema en su versión original y provocar una nueva efervescencia, lenta a ratos, pero efectiva, antes de entrar en las tensiones liberadas de “Radio”. La segunda escena teatral asomaría con los acordes de “Mein Teil”, esta vez con el protagonismo absoluto de Flake, que acabaría asado a tralla de lanzallamas. Flake, siempre Flake. Que nadie se olvide que él es el alma de todo esto.

Y si Flake es un centro, “Du Hast” es otro. Ese tema tan manido que se ha denostado por parte del seguidor fiel de Rammstein tiene todavía ese gancho que propina la popularidad. Por supuesto, corear du hast, du hast mich no es lo mismo que corear otras letras, algo que el sexteto sabe y aprovecha para esas comuniones entre el grupo y su público. “Sonne” apuntaba el primer gran final, llamaradas incluidas con imágenes en el estadio de calibre dantesco y espectacular. También es eso: ¿a quién le importa la perfección del sonido si media entrada la pagas por el espectáculo? Pongamos ese baremo, porque es el que impera en estas citas.

Protagonismo antes del primer bis a un fraggle que copó las cámaras y el corazón (negro) de los asistentes, que vieron como Rammstein se desplazó en su integridad al escenario donde esperaban las teloneas Abélard para protagonizar un “Engel” acústico que, a pesar de su piano clave, quizá no fuera la mejor elección. Volvieron en barcas al escenario principal, recordando esa acción de un Flake perdido en los 2000 en esa marea de brazos que, esta vez, pudo experimentar el grupo al completo.

Ya en el frontal, “Ausländer” pasó por el repertorio como una pieza más transitoria que celebrada, porque “Du riechst so gut” es tan buena y tan arquetípica en sus conciertos que cualquier cosa que preceda debe ser menor. No sorprendió en absoluto la puesta en escena de este tema, tan vieja como la tos, pero tan efectiva como una Juanola: arco ardiente, junta de guitarristas con reminiscencia expresionista y la fina presencia de Flake.

“Ohne dich” precedió al segundo bis, iniciado con “Rammstein”, himno de los primeros años que mantiene una buena forma, aportando presencia recia y necesaria en ese equilibrio de locura. “Ich will” acabó por asaltar el Metropolitano, si no se había logrado antes, indicando que, quizá, aquel ya lejano Mutter es más que una pieza clave. ¿Por qué acabar con un tema como “Adieu” si podía haber finalizado todo con ese clímax? Tampoco pasó nada. A esas horas, quien sobrevivía a duras penas en la platea sabía, perfectamente, que se había pagado por un espectáculo que incluía música, aunque otros creían que habían pagado por un concierto con espectáculo incluido.  Y nadie estaba equivocado.

Fotos Rammstein © Paul Harries & Jens Koch (Doctor Music)

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