Richard Ashcroft – Keys to the World (EMI)

Seamos sinceros: a estas alturas a muy pocos nos interesan los movimientos artísticos que brinde Richard Ashcroft, de ahí la indiferencia y frialdad con que se ha acogido su nuevo trabajo, Keys to the World, su vuelta tras cuatro años de silencio.

La verdad que Ashcroft ha mutado su presentación en sociedad: de ser un tipo escocido y contrariado por el malditismo que asolaba a su ex banda The Verve hasta la publicación de su testamento sonoro Urban Hymns, –afirmando machadas del calibre Radiohead jamás firmarán una obra tan bien acabada como A Northern Soul-, se ha convertido progresivamente con su carrera en solitario en “mesiánico gurú salva-ballenas” de vuelta de todo. En busca del maná ombliguista para un mundo que inhale armonía encontrando en su verbo el “equibrio hippy post-milenio”, Human Conditions, su endeble entrega anterior, cobraba sentido exclusivamente en la predicación de esta empanada panegírica.

Así las cosas, todas la buenas maneras apuntadas al inicio de su aventura se han evaporado. Poco queda de la inspiración de su debut Alone with everybody, repleto de temas que transpiraban las profundas virtudes de The Verve, pasando de la fragilidad crepuscular de “Brave New World” o “You on my mind in my slee”p al vigor infligido por el brío musculado de canciones como “A song fot the lover”s, “New York” o “Crazy World”.

Los 45 minutos de lánguido transito que forman Keys to the World no son desde luego los más indicados para rememorar glorias pasadas. Insustancial en gran parte de su trayecto, no es éste el mejor Dean Moriarty con quien lanzarse a la carretera. ¿Motivos? El principal la ausencia de fortalezas compositivas que antes esgrimía el inglés: una voz definida por su capacidad de transmitir, característica y sensible, se convierte en un deje desganado que hace uso de una fórmula agotada sustentada por infinitos arreglos huecos cuya única intención es edificar composiciones sin fuste; uno más que cae en “el síndrome del cantautor-funcionario”, vale, de acuerdo, también Nick Cave afirma que para él hacer canciones es como ir a la oficina, pero a ver quién tiene huevos a decir que Abattoir Blues /The Lyre of Orpheus guarda la más mínima similitud con un modelo de declaración de la renta…

Más preocupado por romper amarras con los postulados musicales de The Verve -sólo mantiene bien atado la presencia a los timbales de Pete Salisbury– el actual sonido de Ashcroft se antoja impersonal (múltiples ecos al Tom Petty y al Bob Dylan más en horas bajas) y menos sentido que nunca (la fría asepsia de cortes como “Break the Night with colour”, “Cry til the morning” o “Simple Song”, viniendo de quien vienen, asusta). Los escasos momentos de imaginación o revisionismo patinan (los dejes soul de “Music is the power” y “Keys to the world” o los flirteos rockeros 70’s de “Why not nothing?” no convencen para nada). Los temas salvables (agradable resulta rescatar del naufragio “Words just get in the way” y “Why do lovers?”) no llegan ni siquiera a ser medio buenos y desde luego que si no se hubiesen compuesto jamás, tampoco hubiésemos perdido gran cosa.

Sólo los más incondicionales darán un voto de confianza a una carrera en coma irreversible. Yo voy a por mi copia de Alone with everybody mientras espero la comitiva fúnebre.

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