Robert Moog, el exponenciador de sonidos

La friolera de 210 años son los que un humanoide necesitaría para poder reproducir los sonidos creados por Robert Moog. Hasta el infinito y más allá de sonidos, unos 7 millones, sonido arriba, sonido abajo. Esta afirmación, aunque suene a exabrupto de barra de bar, fue realizada por una revista especializada en ciencia y tecnología.

El 21 de agosto de 2005 falleció Bob Moog, dejando un legado inmenso en la experimentación sonora con la electrónica. El sintetizador popularizado por él, es, sin ninguna duda, el arma musical que llenó los pentagramas de futurismo y modernidad. La masificación de su uso marcó uno de los grandes momentos bisagra en la historia de la música. Pero antes de cyborgs, hubo prehistoria. Aunque los instrumentos musicales electrónicos nos evoquen coolismo y High Tech, su uso lleva rondándonos más de 150 años.

Robert Moog 02

A principios del siglo pasado, a rebufo de la fiebre de la electricidad, empezaron a surgir los primeros intentos fructíferos de reproducir música electrónica, hasta que ya en los años 70, se produjo la explosión definitiva de los sintetizadores.

El Telarmónio, de Thaddeus Cahill, terminado en 1906, es comúnmente considerado como el primer invento musical electromecánico. De 7 toneladas, 18 metros de largo y al módico precio de 200.000 dólares. Parece que no tuvo mucho tirón, ya que solo fueron tres los que se construyeron. No conseguimos entender la razón.

Moog telarmonio

Posteriormente aterrizaron el Audion Piano, El Ondes Martenot, el Trautonium o el Theremin. Aunque suenen a jardín botánico, son solamente algunos de los artilugios creados bajo esta ola. El último de ellos fue ideado por Léon Theremin y sedujo al mismísimo Lenin, quien dicen, se inició en su uso.

No fue el único que cayó en el encanto de este instrumento manos-libres, ya que Robert Moog, construyó uno cuando era un imberbe adolescente. Poco después, en 1954 y con tan solo 20 años de edad, fundó su primera empresa: R.A. Moog. Co. Con el lema Do it yourself por bandera, las piezas del theremin, con instrucciones adjuntas, eran enviadas al comprador por 50 dólares. Ríanse de Ikea o Nike.

Moog Theremin

En aquella época tuvo lugar un encuentro crucial en el devenir de nuestro protagonista. El prestigioso pianista Raymond Scott, famoso por componer las melodias de Warner bros, mostró a Bob el electronium, un aparato que acababa de construir, capaz de producir melodías de forma aleatoria. Este hecho avivó la llama, ya de por si candente, de Mr. Moog, quien emprendió su personal búsqueda en la sintetización del sonido.

En 1964 presentó en sociedad el Moog Modular Shynthesizer, sintetizador que, aunque no fue el primero, presentaba algunas novedades interesantes. Entre ellas, el control del voltaje y, posteriormente, la incorporación de teclados en los aparatos.

Pero el gran aporte, en el que la mayoría están de acuerdo, es la accesibilidad y popularidad que, gracias a Moog Music, adquirió el nuevo instrumento. La compañía creció de manera espectacular en los primeros años, sobre todo por dos golpes de efecto. El primero, gracias a Wendy Carlos, autor del álbum Switched-On Bach, que tiene el honor de ser el punto de partida del uso de sintetizadores a modo de orquesta. El segundo golpe de efecto, de la mano de Gershon Kingsley, quien lo utilizó en directo antes que nadie. Además, fue él también quien compuso «Popcorn», primer hit popular de la nueva era del sintetizador. Vuelvan a la infancia por un momento. Palomitas de maíz.

 

Envalentonado por el éxito que estaban cosechando, la compañía lanzó más modelos al, cada vez más ávido, mercado de instrumentos electrónicos. De todos, el aparato que, para muchos es el definitivo, vio la luz en 1971. Con el Minimoog Model D, se resolvieron los problemas de tamaño y peso que presentaba el antecesor y fue fácilmente incorporado a las giras de los artistas. Con el paso de los años, ha sido puesto al nivel de influyentes instrumentos como el órgano Hammond, el melotrón o, incluso, de Fender Stratocaster y Gibson Les Paul.

Desde ese momento, su sonido se coló en la mayoría de estudios y escenarios. Bandas sonoras, series, performances, etc. Nada podía ir mal, o ¿sí?. Parece ser que todo lo que tenía de genio de la electrónica, le faltaba en la gestión de empresas. Paso de tener listas de espera de nueve meses, a no recibir ni un solo pedido. Tras años de deudas, perdió el control de la compañía, hasta que pudo recuperarla en 2003 tras una dura batalla legal.

Durante los 80’s en adelante, fue reenfocando su carrera a la enseñanza y a las conferencias, pero nunca cesó en su actividad de investigación y creación de nuevos instrumentos. Su idilio con el theremin siguió vivo durante 50 años, en los que nunca dejó de fabricarlos y promocionarlos. Gracias a esta labor, el instrumento que se toca sin tocarlo, está teniendo un resurgimiento importante en los últimos tiempos. Antes de dejarnos, pudo ver como su pasión fue reconocida en forma de premio, al recibir un Grammy en 2002 por sus innovaciones técnicas y creativas.

No obstante, el futuro ya estaba escrito. Desde Kraftwerk y sus cimientos de la música electrónica hasta el jazz de Chick Corea. Keith Emerson, Pink Floyd, Funkadelic, Bob Marley, Beach Boys, Rolling Stones, The Beatles, Michael Jackson, Dr. Dre … Todos, todos y cada uno de los estilos, abrazaron, en mayor o menor medida, las innovaciones que aportaron los sintetizadores.

El gran compositor alemán de bandas sonoras Hans Zimmer, lo resume perfectamente: «En un momento determinado tuve que elegir entre el minimoog y comprarme un coche. A día de hoy, aún no se conducir».

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