Surfin’ Bichos (La Sala Movistar Arena – Inverfest) 30/01/25
Surfin’ Bichos nunca llegaron a ser un grupo mayoritario, aunque cerca estuvieron de conseguirlo. A pesar de ello, su peso se multiplicó y sus canciones se convirtieron ese eco que hemos escuchado amplificado en artistas que van desde Los Planetas hasta Triángulo de Amor Bizarro o Nacho Vegas.
Con La luz en tus entrañas (1989) emergieron como una voz diferente, tan áspera como tierna, que demostraba que no eran una banda cualquiera. Aquella obra inaugural, primitiva y reveladora de la que se cumplían recientemente 35 años y celebran con una cuidada reedición, abrió en canal la sensibilidad de una generación aún sin nombre. Después lo llamarían «indie», algo que hubiera sido bien distinto sin el genio compositivo de Fernando Alfaro, la espesura de sus guitarras y teclados mutantes o esa base rítmica febril que latía oscura y doliente.
Volver a degustar en directo ese disco del tirón para muchos que nunca lo hicimos en su día, ha sido todo un regalo. La Sala del Movistar Arena fue la olla a presión necesaria para poder entregarnos a ese exorcismo en el que vimos a Surfin’ Bichos disfrutar como nunca, y a nosotros acompañándoles. Adentrarse en ese mundo (turbio) en el que conviven plegaria y blasfemia, como deja clara la invitación inaugural de «¿Amas lo desconocido?» y las sacudidas de «Aráñame con cariño». Pronto llegó esa grieta de la que brota «Gente abollada», transformada en directo desde hace tiempo en una «revisión un poco a lo Berlin de Lou Reed« como nos contaba Fernando recientemente. Esa sombría historia donde el amor y el sacrificio se confunden.
Se suceden los latigazos de «Un perro feliz» y «La luz en tus entrañas», con ese inicio que nos lleva de vuelta a los 80. Joaquín Pascual no se despega del teclado, que toca casi poseído mientras que Alfaro se desgañita invocando a dioses dormidos y a ángeles caídos. Ambos se miran y sonríen. El arrase de «Crisis» suena descomunal. Lo estamos disfrutando tanto que casi lo fundimos con «Vive el peligro», abrazando su lírica y sus enseñanzas: «Vive el peligro y vivirás más». Todo se detiene para que el espíritu del desagüe convoque al de The Velvet Underground en «El rey del pegamento», esa herida transformada en luz en la que nos enseñaron que hay belleza en el dolor y que hay verdad en la locura.
Ha pasado apenas media hora y no queremos que esto termine, pero aún hay tiempo de ser atrapados por las «Malaventuranzas»: «Escuchad pecadores, a este viejo polvoriento: Dios me ha hecho venir empujado por el viento. Arrepentíos, masturbaos, crucificad al Señor con salmos. Asesinad, regocijaos, y comed tortillas de clavos…». Lo que fue una auténtica marcianada para la época ahora cobra más sentido que nunca, acompañada con una tormenta con base soul y un doble final que nos mantuvo más tiempo agarrados a ella. También ganó muchos enteros en directo «Nada puede calmar mi sed», más rockera, disparatada y apasionada, con la que terminaron el repaso a ese disco que desafió la inercia de su tiempo.
Tras unos minutos de descanso el concierto se reanudó con la turbiedad de «Oración del desierto», un rugido en la penumbra con tañidos de campanas que dio paso a su lado más íntimo, encadenando la reciente «Señales» con «El final de una quimera», esa emotiva canción que durante muchos años se convirtió en un cierre perfecto que les mantuvo ahí como una constelación ardiente que nunca se apagó del todo. El desgarro de «Mis huesos son para ti», la reivindicación de otro de sus temas nuevos, «El caballo de mar», además de otra joya como «Rifle de repetición», dieron paso al lote de canciones final con el que provocaron un nuevo incendio: «Máquina que no para», «Comida china y subfusiles», «Mi hermano carnal», «Fuerte!»; sin coros, sin adornos, a cara de perro, con las guitarras de Fernando y Joaquín fustigándonos como nunca.
Aún hubo tiempo para un bis final. Quedaba recuperar el calambrazo de «¿Qué clase de animal?», conocer una versión «de ellos mismos» (sic) que llevó la frágil «Harto de tu amor» a terrenos a la psicodelia ambiental de Spacemen 3, y cerraron con esa declaración de intenciones «Si tengo que cambiar». Fue una noche especial en la que volvieron a demostrar la absoluta vigencia de su cancionero y dejaron claro que su música nunca fue refugio cómodo, sino un universo al que una vez accedes, no quieres salir.
Fotos Surfin’ Bichos: Manuel Pinazo