Surfin’ Bichos (Puerta del Ángel, San Isidro) Madrid 14/05/17

Fotos: Fernando del Río

Tras años de sufrir la dictadura de lo rancio, lo arcaico y lo inmovilista a nivel cultural en las Fiestas de San Isidro de Madrid, el cambio político producido acogía propuestas de verdadera inquietud e interés artístico en todas las esferas, y por supuestísimo esto afectaba positivamente también a los conciertos programados.

El pasado domingo en el escenario montado en Puerta del Ángel asistimos al plato fuerte de la temporada: la resurrección escénica de uno de los nombres imprescindibles para entender lo que supuso en su día la eclosión del sonido independiente en España: Surfin’ Bichos.

En esta ocasión, el concierto consistiría en tocar íntegro su disco paradigmático, Hermanos Carnales (92) con un orden distinto al grabado en estudio, quizás para acercarse más a la idea original de Fernando Alfaro a la hora de concebir esta obra tal y como nos contaba hace poco en una entrevista concedida para esta misma casa.

Antes disfrutamos sobremanera del pulso vivo, actual y necesario de Triángulo de Amor Bizarro, una estupenda rara avis desmarcada del conservadurismo latente en el que se reboza “la escena indie” hoy día. Impagable el comentario de Isa acerca de cómo nos estamos cargando a la juventud, Eurovisión y su conversación el pasado día con una chica de diecisiete años “que parecía más vieja que yo”. Centradísimos en las virtudes de su último trabajo, Salve discordia (16), sonaron urgentes, ruidosos, emotivos también (“Seguidores”, “Barca quemada”) y deliciosamente huraños a su manera (“Gallo negro se levanta”, Euromaquia”), mientras que abajo se montaba un mini-pogo de Playmobil –yo me conformo para los días que corren- culminado con ese himno total que es “De la monarquía a la criptocracia”, de su nunca suficientemente reivindicado Año Santo (10).

Tiempo de nostalgia y adrenalina conservada en formol. Surfin’ Bichos llegaban tremendamente espartanos y sin floritura alguna. Con un sonido fabuloso, el disco fue desgranándose con precisión y considerable alma, si bien la química entre los miembros legendarios –todo sea dicho- no era mucha por decirlo suavemente.

Como fiel seguidor y conocedor de la carrera de Surfin’ Bichos y de todas las cabezas de hidra nacidas de su seno, me sorprende extrañamente como los shows de Mercromina o de Chucho tienen gran vigencia aún hoy, un nervio y un feeling que ellos no terminan de capturar; algo así como una tensión sexual no resuelta o un nombre que sepulta y encorseta las virtudes de sus miembros explotadas más adelante.

En estos tiempos asquerosa y peligrosamente correctos se me hace necesario recalcar que estas observaciones, lejos de ser negativas, surgen de alguien que considera su carrera como un acontecimiento estratosférico en la evolución del Homo Sapiens. Me permito por ello realizar estos apuntes sin ánimo de menosprecio alguno y con espíritu constructivo.

Hermanos Carnales, dicho sea de paso, encumbrado por crítica y público –sí, también por ese que dice lo que lee- me parece cada día que pasa un disco muy bueno, pero bastante alejado de obras tremendas como La luz en tus entrañas (89) o El fotógrafo del cielo (91), incluso casi hasta me atrevería a decir de ese bastardo que cerraba amenazador su periplo, El amigo de las tormentas (94), tan crespuscular e indiscutible como lo son los que cerraban originariamente sus particulares propuestas, Koniec (04) en Cucho y Desde la montaña más alta del mundo (05) en el caso de Mercromina, ambos soberbios en su concepción y resultado.

Abrieron la velada “Viaje de redención” y “Humo azul”, ambas envolventes y sumidas en una melancolía cobriza. A destacar cómo sonaron sus balas de alto alcance reservadas casi para el final, “Mi hermano carnal” y “Fuerte”, la desnudez heladora de “Mis huesos son para ti” y la preciosa –y por primera vez interpretada en vivo tal y como dijo Alfaro- “En otoño”.

Cerró la noche la celebración exultante y llena de agradecimiento de Javiera Mena, centrada en su última obra más bailable, festiva y grandilocuente: Otra Era (14). La chilena empatizó sin problema con un público receptivo y con ganas de recuperar la alegría que nos habían robado durante muchos años en Madrid.

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