The Monochrome Set – Spaces Everywhere (Tapete)

No es muy común que bandas que se formaron en los ochenta se adapten al devenir de los tiempos, con las inevitables intermitencias, preservando sus bases estilísticas e incluso reforzándolas sin que nadie los acuse del dichoso suicidio creativo y demás zarandajas. Claro que tampoco es que se les note demasiado la inquietud. Desde que resucitaron definitivamente en 2012, los londinenses The Monochrome Set han grabado tres discos donde otros de su misma condición se dedican a sestear y hacer caja con giras más o menos fructíferas cada equis años. Y ya llevan catorce entregas sonando únicamente a lo que son, sin que puedan ni deban dar más de sí ni enarbolando bandera alguna. Ni post punk, ni new wave, ni brit pop, pero todo eso a la vez.

Un ejemplo de testarudez y convicción que hoy no suenan tan ruidosos pero sí mucho más aplomados y ambiciosos. Saben que de resultas de sus enseñanzas decidieron echar a andar muchas bandas hoy minúsculas pero igualmente relevantes, como podrían ser Orange Juice, y que los tiempos han cambiado hasta el punto de que su modernidad no resulta forzada sino más bien coherente. Por eso en la urgente «Iceman» espetan un «Disculpe, ¿ha votado usted ya?» que en nuestro país también tendría perfecta razón de ser, distorsionando levemente las guitarras y afilando el discurso. Gente consciente del tiempo en el que vive que en otros momentos, como el de «Fantasy creatures» (gran línea de órgano), no olvida que su carga ideológica y artística viene de los sesenta y que jamás la olvidarán, por mucho que puedan insertarla en el presente a modo de diatriba socio-política en torno a la gentrificación, como hacen en «Avenue». Hasta ahí el capítulo concienciado. Hablemos del romántico, que también lo hay.

No solo por hacerlo en clave de indie pop ochentero y mostrar la ironía con que Bid, el afectado vocalista, se aproxima al amor en «When I get to Hollywood», sino por el jugueteo con el flamenco al que se atreven en «The scream», con una melodía tímida pero ascendente, y también por el loop del bajo y el aroma rockabilly de «The Z-train», de lo más resultón en un álbum que se descompensa por la parte baja y por menudencias como «You’re such a star» o el fallido swing de «Rain check». Y si a las flautas que adornan el tema titular les sucediera algo con más enjundia que el anodino folk de «In a little village» (cuánto daño han hecho Magnetic Fields, y qué mal se les ha interpretado a veces), este podría ser el trabajo que consolidara de nuevo a una banda cuyo mayor pecado ha sido el de la irregularidad. A estas alturas se supone que deberían haber aprendido a redimirse, y a fe que el intento es más que apreciable.

 

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