The Whitest Boy Alive – Rules (Bubbles/Service Records)

A los discos de Erlend Øye les pedimos que sean deliciosamente adictivos, porque eso, el noruego, lo borda. No hay que pedirle que sea incisivo ni excesivamente original, ese no es Erlend. En esta ocasión y mientras esperamos con impaciencia lo nuevo de Kings of Convenience, regresa estrenando disco del que en teoría es su proyecto paralelo: The Whitest Boy Alive. Proyecto en el que vierte su pasión por la música electrónica, por el funk y por las guitarras más bailables.

Hasta una playa en México se ha ido el cuarteto de Bergen (sí, es un cuarteto) para grabar Rules, un disco en la misma línea que su anterior Dreams de pop elegante con bases electrónicas, con matices más sutiles y algunos temas muy potentes. Y es que Erlend y los suyos han querido sacar este disco del equipo de música de casa para meterlo en la pista de baile: han subido el pitch de las canciones y les han dado más fuerza, y claro, les ha quedado un disco plagado de temas perfectos para gastar suela, véase “Timebomb”, “Dead end” o “High on the heels”, por no hablar de “Island”, el magistral cierre (si no contamos la hidden track).

No faltan los sonidos funk con esas líneas de bajo marca de la casa (“1517” o “Promise less or do more”. ¿Quién dijo fiesta?) ni los momentos más reposados e intimistas (“Intentions” o “Gravity”), perfectamente situados dentro de un tracklist mucho más equilibrado que en el disco anterior. De forma sutil han incluido algunas maneras de la bossanova (“Rollercoaster ride”), mientras que en “Dead End”, Erlend muestra sus flirteos con el indie más de guitarras.

Me he dejado a propósito “Courage”, un temazo que merece un párrafo para él sólo: pegadiza, eléctrica y con una fuerza incluso impropia de los discos con el sello Erlend Øye, que le vale una prematura, aunque merecida, primera posición en la lista provisional de canciones del año. De momento The Whitest Boy Alive nos trae un disco de esos que, sólo imaginarlo en directo, ya produce escalofríos de absoluta felicidad. Aunque sí, por supuesto, no va a cambiar el curso de la historia de la música.

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