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Neil Young. El sueño de un hippie

El sueño de un hippie, la autobiografía escrita por Neil Young en 2012 -ahora disponible en castellano en su segunda edición- (Malpaso) es, ante todo, un ejercicio de honestidad, ímpetu y vida.

En las antípodas, por ejemplo, de la escrita en su día por Johnny Cash, excelente sin duda, el canadiense huye de todo atisbo de solemnidad y, a través de un estilo sencillo y directo, va pasando de un tema personal a otro, a veces con entrañable reiteración, evitando en todo momento caer en la linealidad o en la narración cronológica de hechos, tan predecible y cansina cuando es empleada en libros de estas características, por otra parte.

Deslavazado, sucio e imperfecto, como todo su bendito arte, Neil Young huye de querer parecer un santo o un ejemplo a seguir sin que ello conlleve, ni muchísimo menos, un desinterés por todas sus pasiones -coleccionar coches antiguos o maquetas de tren (a la forma esto último de nuestro también maestro Antonio Vega, tal y como deja de manifiesto la muy recomendable y fantástica biografía escrita por Juan Bosco, Mis cuatro estaciones)- o por todas las personas que ama y ha amado -especial hincapié en el amor que profesa por uno de sus tres hijos, Ben, tetrapléjico y con dificultades mentales desde su nacimiento, su segunda mujer Pegi y los músicos de Buffalo Springfield y Crazy Horse.

Un punto destacable, junto al ya consabido interés por la ecología y el gasto absurdo de recursos naturales, o su afición por pasear solo como vehículo de reflexión, resulta su visión romántica de la música, desde su concepción a su disfrute; loable resplandece su proyecto Puretone que pretende aunar las ventajas de las nuevas tecnologías con la pérdida considerable de calidad en la escucha musical por parte del oyente.

Como anécdota, resulta cachondísima su comida de cabeza con el tema de ser incapaz de componer un solo tema desde que abandonó la marihuana hace relativamente poco. También, su poco empeño en pretender quedar como modelo, declarándose una persona materialista en su afán por coleccionar cosas o contar, con desparpajo y sin ningún descaro, como birló a Pearl Jam a su organizador de giras, Eric Johnson, tras grabar junto a ellos MirrorBall (95).

Huyendo de todo sensacionalismo, el libro alcanza dosis de gran intensidad en lances como el ocurrido al sufrir un aneurisma cerebral, sobrecogedor episodio en el que pone los pelos de punta con la simple y llana descripción de los acontecimientos, o al contar los mil y un inventos y actividades que realiza junto a Ben Young para mantenerle entretenido e integrado en cualquier aspecto de su día a día.

El sueño de un hippie es un libro que late vivo, sin terminar, que fluye y te acompaña mientras se te saltan las lágrimas al afrontar sus últimas páginas escuchando «it´s a dream» de Prairie Wind (05), a lomos de ese caballo loco que nunca te abandona: la música.

 

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