Derby Motoreta’s Burrito Kachimba (Sala Impala) Córdoba 22/03/25
Hay otros mundos, aunque contenidos en este, hacia los cuales navegar con la constancia del aventurero escéptico se convierte en un quehacer tan placentero como no exento de peligros. Estos últimos pueden pasar, en el caso que nos ocupa, por la desubicación y la sorpresa, la cual a su vez se transforma en gozo e inyección de energía. A oídos más experimentados, que no expertos, el primer choque emocional provocado por las múltiples asociaciones sonoras de una banda que más parece un experimento consciente y concienciado que un proyecto de profundidad cierta suele ser tan intenso que resulta difícil deshacerse del aura de intensidad que acompaña la ceremonia de sus conciertos. La plasmación de la ideología intrínseca conlleva la sazón del rock progresivo con entramados de rumba canalla e hilos negros de psicodelia andalucista.
Expansión del pasado y regresión hacia el futuro, que al fin a la postre son conceptos conectados involuntariamente. El legado de la historia posó sus alas casi por casualidad en las cuerdas, teclados, percusiones y voces que lo amplifican para solaz de seguidores y turistas ocasionales que responden en peligrosa armonía a la llamada de seis músicos renacidos para dicha encarnación con la anarquía por bandera y el nombre eternamente equivocado de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. El altar fue la sala Impala, margen y centro de la cultura pop local y nacional, y las ofrendas llovieron –antes lo había hecho abundantemente afuera- y se repartieron con sumo deleite.
En el año de autos andan repasando con precisión de cirujano los monumentos lúbricos esculpidos en un muy variado disco de título místico y formas rocosas, Bolsa Amarilla y Piedra Potente, y apabullando de paso con las referencias cruzadas de algunas de sus piezas: “Daddy papi” es el complemento, o continuación indirecta, de una de sus cumbres anteriores, “Porselana teeth”; el stoner volcánico con que inician sus piruetas no son sino “Seis pistones (Makensy’s dream)” engrasando las venas de “La fuente”, “El valle”, “Gitana”, “Grecas” (¿se necesitan más referencias raciales para identificarlos?) o el blues encogido y revolucionado de “El chinche”, un guiño a uno de esos personajes perdidos en algún rincón de la memoria cuyo recuerdo inspira geografías de otro tiempo que sigue siendo el mismo.
El “Prodigio” en el que recrean con la distorsión que les permiten los pedales la historia que Eurípides ya contó en Las Bacantes se hermana sin fisuras ni roturas espacio-temporales con “Las leyes de la frontera” por unos coros compartidos que nunca parecen suficientes para elevar en directo a una de las mejores creaciones salidas de su fábrica de sueños eternos, bondades de la industria cinematográfica mediante. Las menciones a la “Tierra” madre de todas las especies se funden en la pócima aguardentosa de la “Manguara” y trasladan los decibelios desde Alosno (Huelva), en cuyo suelo nació el término, hasta Mérida, donde la protección de Santa Eulalia derivó en el griego deformado de “Ef laló”, coros y parafernalia tímbrica incluida.
El traste cultural detrás de cada uno de estos temas sólo es equiparable a la cercanía con que lo abordan guitarras, bajos, luz y oscuridad, reflejos de luna y baños de multitudes. Dandy Piranha, el capitán que cimbrea cintura y desafía alopecias, se baja a comprobar que todo sigue en su sitio mientras que arriba todo explota, poderoso y provocador, en bombazos como “Turbocamello”, “Gun-gun”, “Manteca”, “Dámela”, “Samrkanda”, “New gizz” y en apoteósicos finales nunca finalizados como “El salto del gitano” y “Aliento de dragón”. Vuelta al principio, al momento en que todo les estalló entre las manos sin que pretendieran siquiera recorrer el mundo más allá de su alcance. Claro que tampoco sabían que podían alcanzar mucho mundo, y en ello siguen. Los ingredientes que cuecen en su marmita datan de recetas vetustas y sobradamente conocidas en los libros de otros músicos, pero hoy por hoy son una banda única e irremplazable, y lo saben. Menos mal que en ocasiones como la presente se hace justicia a su brillante singularidad.
Foto Derby Motoreta’s Burrito Kachimba: Sergio Tejerina