Johnny B. Zero – Violets (Rock From The Future)
Lo que nadie, pero nadie, puede negar a lo que un día fue el proyecto personal de Juanma Pastor y hoy es un monstruo de cinco cabezas, es decir, Johnny B. Zero, es una capacidad para no bajar el listón que ya aguanta -agárrense- cinco discos largos y alguno que otro corto. Toda una proeza teniendo en cuenta que barajan géneros de corte clásico. Pero han hecho un sabroso batido con ellos y lo han transformado en lo que ya puede denominarse un estilo propio. Algo que en un mundo perfecto les debería aupar como referentes del rock hecho con inteligencia, originalidad y desparpajo en nuestro país. Pero el caso es que somos como somos…
Su nuevo paso de gigante se llama Violets. Ha sido grabado y producido a las órdenes, como siempre, de Carlos Ortigosa en València, donde está su base de operaciones, y representa algo así como un apaciguamiento de su sonido. Que no domesticación. Sobre todo, con respecto a su inmediatamente anterior Metonymy Of Sound. Un disco bastante más intrincado y experimental.
Puede que sea debido al espíritu romántico que parece sobrevolar varias de las canciones, pero la verdad es que aquí todo suena mucho más cristalino, más amable, más ordenado. Que no, repito, domesticado. Pero la producción es más nítida. Y eso no deja de beneficiar a un cancionero que abunda en una capacidad de sorpresa que por supuesto ya tenían, pero ahora concretan y aclaran. Por ello, y porque el conjunto presenta una solidez espectacular, probablemente podamos decir que este quinto disco de Johnny B. Zero sea el mejor de todos. Y eso que el resto son muy, muy buenos.
Más románticos en temática, sí. Tan guitarreros como siempre -ahí está esa asombrosa declaración de intenciones al respecto que es la inicial “There’s no place”-, pero sobre todo más negros que nunca. El disco parece invadido por los espíritus de Sly Stone y Prince. Todo un maridaje de esas y otras referencias hierve en cortes como “Be true be sexy”, “Silly things” o “Dearest one”. Que sirven de contrapunto perfecto, nivelador, de hecho, a la faceta de pop enfervorecido que exponen barbaridades como la canción titular (qué estribillo, señoras y señores, ¡qué estribillo!) o “Mondo cane”, sin olvidar las dos grandes exhibiciones del lote, que merecen capítulo aparte.
Lo que inicialmente parece la enésima revisitación de “Stairway to heaven”, merced a la preciosa guitarra clásica que aportó a la grabación la que ha acabado siendo última incorporación a la banda, Marta Burgos (ahora al bajo), es en realidad “Overcome by love”. Ambrosía psicodélica de giros improbables cuya sencillez es tan rotunda como su originalidad. Por no hablar del punto álgido del disco: una fanfarria psicodélica, una apisonadora lisérgica que recibe el nombre de “Sentimental education”. De esas epopeyas convertidas en canción de tres minutos que por derecho propio confabulan para alzarse como piedra angular del repertorio de sus creadores.
Y es que ya lo ven, o mejor, lo oyen. Están que se salen. Estado de gracia, tocados por la mano divina, elijan su tópico, pero el caso es que han alcanzado su pico con un álbum extraordinario que no hace sino redondear una discografía que ya era mayúscula. Como colofón, nos reservan un himno que nació del surrealismo de la pandemia. “No sounds to be echoed” plasma con autoridad la rúbrica perfecta en la que es una de esas obras que deberían ser tenidas en alta consideración a través del panorama editorial español de este año. Y, a la vez, situar a esta pedazo de banda en el lugar prominente que merecen. El de referentes de una escena rock que debería dejarse guiar por mentes abiertas y brillantes como las suyas.