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Libro: Yo. Elton John (Reservoir Books)

He aquí una regla fiable para saber cuánto hemos ascendido por la escalera de la fama: si escribimos nuestra propia autobiografía es que no hemos logrado pasar de los primeros escalones. No es algo como para escandalizarse; todo lo contrario, es el procedimiento habitual. De vez en cuando, algún famoso se salta la regla, como en el caso de Roger Daltrey que escribió sus memorias él mismo (¡y se nota!), pero la mayoría de las veces los famosos están demasiado ocupados como para sentarse a escribir y en el caso de Elton Hércules John ( Reginald Dwight), no creo que a nadie le importe lo más mínimo si ha necesitado ayuda o no para elaborar este libro.

En esta ocasión, el ayudante elegido por los editores (Penguin Random House) para poner voz escrita a las memorias de Elton John (uno de los libros de 2019 en nuestro especial) fue el jefe de la sección musical rock y pop del diario The Guardian, Alexis Petridis. A él se debe, pues, el mérito de construir un relato coherente con lo que muy probablemente sería una montaña desordenada de recuerdos de nombres, fechas, lugares, anécdotas y relaciones sentimentales, mucho de lo cual debía estar, digamos, “borroso” por quince años de consumo desenfrenado de estupefacientes.

Por lo demás, hay que decir que el ghostwriter (lo siento, pero el término “negro” me parece nefasto) ha sabido encontrar el tono adecuado para que la combinación de las tres adicciones reconocidas por el cantante – consumo de cocaína en cantidades industriales, compras compulsivas y ataques de ira descontrolados – le hagan parecer, a lo sumo, un muchacho traviesillo. Eso es Arte. De todas formas, una lectura atenta sugiere que los episodios al estilo Jordan Belfort (El Lobo de Wall Street) debieron ser numerosos.

En todo caso, Elton John habla sin pelos en la lengua y lo cuenta todo, absolutamente. A medida que van pasando los capítulos, el tono se vuelve más autocrítico con el protagonista riéndose de sí mismo y de sus excesos, como la vez que compró un tranvía en Australia que hubo de ser transportado en dos helicópteros Chinook hasta el jardín de su casa, en Gran Bretaña. O sus abusos cocainómanos: “John Reid apareció una mañana con la intención de llevarme a rastras a una sesión, y se encontró con que yo seguía despierto desde la noche anterior y tan colocado que tenía alegres alucinaciones en las que bailaba con los muebles de la cocina”. El resto de la casa se encontraba en un estado de “destrucción total” y cuando el asombrado cantante pregunta qué ha pasado, Reid le responde: “Lo que ha pasado eres tú, Elton”. Si hay algo que se ha guardado, francamente, prefiero no imaginar siquiera qué puede ser.

En cambio, y por desgracia, el artista apenas hace referencia a su proceso creativo, más allá de que componía la música una vez que Bernie Taupin le pasaba la letra de las canciones o de los problemas que surgieron al preparar una gira con Tina Turner ya que para ella “todo tenía que ser exactamente igual cada vez, se ensayaba hasta el movimiento más imperceptible”, mientras que a Elton y a su banda les gustaba alterar las canciones en directo, de acuerdo a su estado de ánimo. Elton John: “La música siempre es como un fluido, no está grabada en piedra, siempre hay espacio para maniobrar” y “eso hace que las cosas siempre suenen nuevas”.

A pesar de su extensión, la lectura de Yo no llega a cansar en ningún momento por varios motivos. El primero es que la inacabable sucesión de anécdotas que cuenta va acompañada de un omnipresente sentido del humor. Sirva como ejemplo su consejo a quienes están empezando: “Sigue tu más profundo instinto musical, asegúrate de leer la letra pequeña antes de firmar nada y, en la medida de lo posible, no montes una banda con alguien que se mete pollos por el culo y luego los decapita”. Y si alguien siente curiosidad por el motivo de la tercera recomendación, que vaya directamente al Capítulo 6.

La siguiente razón por la que el libro consigue mantener la atención reside en el tono de irónica autocrítica que el protagonista utiliza cuando habla de sí mismo, con lo que se gana la empatía del lector. Y, por último, está la evolución que Elton John experimenta a lo largo de la historia. Como sucede con las buenas obras de ficción, el carácter del personaje central va cambiando a medida que pasan los años y aprendiendo de sus (desastrosas) experiencias, para acabar convertido en una mejor persona. Elton consigue abandonar su monstruosa adicción a las drogas y al alcohol, comienza a implicarse en la defensa de los derechos LGTBQ y en la recaudación de fondos para ayudar a las víctimas del sida. Forma una familia: se casa (y permanece casado) con David Furnish, su relación sentimental más larga, tiene dos hijos y comienza a prestar atención a los sentimientos de las personas que le rodean.

Las últimas páginas se despiden con un Elton anciano (no hay otra forma de decirlo; tenía setenta años), que disfruta de la vida de una forma muy parecida a como lo haría una persona normal, pero que sigue todavía activo y preguntándose por lo que el futuro le tiene reservado. Un final que, después de todo lo leído, no cabe sino considerar como inesperadamente feliz.

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