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Los Planetas + Apartamentos Acapulco (Teatro Circo Price) Madrid 27/04/17

Los Planetas hace mucho tiempo que se convirtieron en mito. En 2017, tras siete años sin sacar un largo, regresan con el espléndido Zona temporalmente autónoma (17) para convertirse en leyenda viva definitivamente.

El nuevo trabajo reúne, por un lado, la afluencia masiva de canciones sobrenaturales como Una Semana en el motor de un autobús (98) y, por otro, viene a ser La Leyenda del Espacio (07) en su reformulación flamenca, cambiando el magma eléctrico guitarrero de ésta por melancólicas texturas atmosféricas de teclados.

La velada comenzó con los también granadinos Apartamentos Acapulco. No hace mucho pude verles como protagonistas en un triple cartel aquí en Madrid, y hoy, ejerciendo como agradecidos teloneros, brillaron. No se amedrentaron abriendo para una banda de semejante calado y su shoegaze 90’s heredero tanto de My Bloody Valentine como de sus propios padrinos esa noche, se mostró confiado, apropiado y resueltamente contundente pese a mostrar aún bastantes deudas con sus referentes artísticos más palpables. A seguir de cerca sin duda.

Los Planetas subieron al escenario demostrando por enésima vez que no se venden ni son grupo dado a poner las cosas fáciles. Su inicio fue arisco y exigente, con la triada de “Los Poetas” -quizás el tema más arduo de toda su discografía-, “Soleá” y “Seguiriya de los 107 faunos”, dando algo de tregua ya esta última.

Pero a partir de este momento se empezaron a fundir entre el respetable las distintas formas de experimentar su música con una concatenación de cuatro canciones emocionantes al máximo. Unos llorábamos discretamente, otros cantaban a pleno pulmón, los de más allá asistían pétreos a estas letanías sentimentales con el suficiente empaque como para convertir el concierto en liturgia purificadora de corazones heridos, anhelantes, henchidos de recuerdos los unos y llenos de alegría los otros; En fin, la celebración de la música, imposible tratar de ponerle coto con palabras.

Este cuarteto lo formaron “Señora de Las Alturas”, “Ya no me asomo a la reja” –descomunales ambas, imposible no abrirse en canal con su escucha a escasos metros-, “Nunca me entero de nada” y “Porque me lo digas tú”, fabulosas también ambas, aunque sin el espesor dramático de las dos anteriores.

De todos es sabida la mejora escénica de Los Planetas desde sus inicios hasta ahora, no descubro nada y su sobriedad elegante, pasional a la par que contenida, era agradable de contemplar en sí misma, entrega honesta y rabiosamente bonita. Otros momentos imborrables los traerían la enésima escucha incansable de la fantástica “Corrientes circulares en el tiempo”, la intensidad arrebatadora de “Santos que yo te pinte” –de lo mejor de la noche-, la expansión inmortalmente inocente de “Rey Sombra”, la perfecta ejecución de “Hierro y níquel”, el rescate inesperado de “Jose y yo” o la festiva y radiante llegada de “Alegrías del incendio”.

Tras la maravillosa y acongojante subversión del amor en estos tiempos de mierda que es esa preciosidad de tema titulado “Zona autónoma permanente”, era momento para los bises. Sabíamos que el concierto estaba siendo especial, pero no estábamos preparados para la que sería una de las veladas musicales de nuestra vida. Más y más emoción aún. Turno de Invitadas. Al igual que en Barcelona Yung Beef fue invitado a subir a las tablas, en esta ocasión lo fue Soleá Morente para acometer la dolorosísima e inmensa “Una cruz a cuestas” que, todo sea dicho, no logró tener el calado del estudio pese a la exhibición vocal de la hija mediana de Enrique Morente. Distinto fue con la llegada de La Bien Querida para interpretar junto a Los Planetas ese dúo maravilloso que es “No sé cómo te atreves”. Menuda interpretación, bordada y llena de sentimiento y porosidad, otro momento para los anales de nuestro transitar ventricular. Ana se quedó para compartir con ellos también “Espíritu olímpico” y, ya sin ella, los andaluces defendieron la animada “Soy un pobre granaíno”.

Y aún quedaba más, mucho más. Nada más y nada menos que otros dos bises. El segundo lo inauguró ese monumento tocado con una excelencia paralizante, “Islamabad”, con una letra digna de dinamitar una época histórica tan asquerosamente vil, mezquina, corrupta y manipuladora como la que vivimos. Encadenada irrumpe la batería de “Segundo Premio”. Exhaustos de rumiar emociones, la encajamos con ardor y entrega manifiesta, tan extrema como la suya desde el escenario. Sin pausa otro dardo a estos tiempos de mierda: “Reunión en la cumbre” y ese pepinazo directo sobre el desengaño amoroso que es “Pesadilla en el parque de atracciones”.

¿Más? ¿Es posible? Lo es. Tercer bis. Ese retablo cotidiano de distracción cauterizadora del abandono sentimental que es “Un buen día” vuelve a tumbarnos: recordamos, vivimos, pensamos, estamos ahí dentro, en cada palabra, cada uno llevándolo a su manera, tan distintos, tan iguales… tan hermanados en las soledades inconfesables del alma. Y no, no puede ser, llega la perla escondida de su última maravilla: “Amanecer”. No sé cómo gestionar tanta belleza, esperanza, anhelo, culpa y dolor ante estos tres minutos de indescriptible emoción. Ya no es un conciertazo, ya es uno de los momentos de nuestra vida; lo sabemos, estamos asistiendo boquiabiertos, estamos existiendo y siendo gracias a las personas que nos han permitido experimentar esta noche algo así porque están con nosotros; algunos tendrán la suerte de tenerlas al lado, yo estoy solo y las llevo dentro, muy al fondo, en ese rincón del alma donde nadie me robará su presencia nunca.

Suena “De viaje” y no, no acaba el concierto… ya es eterno, ya está cerca de todas esas cosas que dieron vueltas en mi cabeza durante más de dos horas sin estar… y lo reciben, lo reciben y hacen sitio como otro motivo más por el que merece la pena haber nacido y seguir vivo cada día. Ojalá no nos falten nunca.

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