Los Planetas – La Leyenda del Espacio (RCA)

Hace algunos años este álbum hubiera sido imposible. Es lo primero que se me ocurre al escucharlo por primera vez, como si estuviese sentado en una caverna intentando descifrar las sombras (sí, permitidme esta referencia). Es difícil decir algo, por poco que sea. Empieza con la frase “Me estoy quedando sin fuerzas / solo espero ya la muerte…”, cantada con una solemnidad que solo tienen los discos importantes: Playing with Fire, Disintegration o –sí- La Leyenda del Tiempo. Y luego, días más tarde, al pretender asimilar esta otra leyenda hay una capa que me cubre, un murciélago envenenado que me mordisquea por dentro. No tengo otro modo de describirlo. Ojalá lo hubiera. Me ahorraría muchas horas de autobús, muchas explicaciones. Cuesta quitárselo de encima, es viscoso y te cala hasta los huesos. Quizás haya que hacer algo modesto para salvarse: abrir la ventana para que salga el sol, escribir un poema, cerrar una carta y pegarle un sello, llamar a mis padres para decirle que me acuerdo de ellos aunque sea mentira, volver a creer en algo sin darle muchas vueltas. ¿Se habrá sentido así J mientras componía estas canciones, mientras las grababa y cantaba y gritaba y asimilaba? Suena como un condenado a muerte cuyo último deseo es morir primero y luego renacer convertido en una persona mejor que ya se ha perdonado todo. Incluso el excesivo fervor dedicado en cambiar por completo. ¿Sabe J que la verdad está en la ficción o eso es lo que dicen los artistas?

Otra pregunta: ¿Estamos ante el Disintegration de Los Planetas? Es decir, ante un nombre paradójico (no olvidemos que para muchos, la desintegración de The Cure fue más bien su renacer) y una obra densa y reflexiva que no huye del público ni pretende ser inaccesible? Entroncando con el atemporal “Una semana en el motor del autobús”, vemos ahora al desengañado hedonista de veintimuchos que protagonizaba casi todas las piezas de aquel clásico, convertido en un hombre adulto que se busca a sí mismo en otras fuentes: la tierra (o mejor dicho, el terruño), el amor verdadero, Dios, el cielo y el infierno, las emociones más puras e intensas, el saber (popular y literario, ambos igualmente profundos). Hay algo en cada estribillo que nos habla de buscar la Fe, desde todos los ángulos. Es curioso como se apela tantas veces a lo cotidiano (calles, personas, paseos, ciudades, viandas, necesidades meramente físicas, sentimientos sencillos que todos albergamos… ) cuando al mismo tiempo se alude a ir más allá del tiempo y del espacio, de encontrar la verdad o la realidad. Y no resulta nada contradictorio: lo cierto es que la magia está en considerar que el balcón en el que aparece nuestro amor es un altar. Que caminar con alguien de la mano es como levantarse del suelo y levitar. ¿Por qué parece que el autor sepa menos que nosotros y luego mucho más? Dan ganas de darle de lado y olvidar que existe. En muchas ocasiones en las que nos dejamos llevar por las músicas y sus letras surge la duda de si alguien nos está tomando el pelo, si hay algo que entre el cielo y el infierno ha decidido olvidarse del limbo para hacer un hogar del purgatorio.

Se busca esa fe, esa emoción pura en la amistad, en la aceptación por parte de tu ciudad, tu gente, tu pueblo. En el amor, en la relación con los misterios de la existencia (más que de donde venimos, aquí se plantea adonde vamos), los espíritus, el futuro, Fe en uno mismo como epicentro de todos los cataclismos del alma que sufrimos en el trayecto. Se trata de un trabajo tan complejo que podría calificarse de conceptual. ¿Lo es realmente? En realidad hay varios elementos que unifican sus 13 canciones, además de los expuestos con anterioridad. Beben de fuentes como el rock progresivo andaluz de los 70, la psicodelia (desde la Velvet a Sonic Boom), la elegancia de Juan y Junior, el pop narcótico de Dream Syndicate o The Chills… Nada que no conozcamos, ¿verdad? ¿Y si llamamos a un experto en flamenco? ¿Quizás sepa tanto como yo? ¿O tú? ¿Y si es el mismo que criticó el flamenco-fusión de Camarón? ¿O el que odia todo lo que no sea ortodoxo (tanto que nos lo imaginamos en un pelotón de fusilamiento sin piedad contra la heterodoxia), Menese vomitando bilis sobre un folio en blanco en el que firma la sentencia de muerte de media España? Porque, joder, tiene delito hacer que un experto en flamenco haga la crítica de la Leyenda del Espacio. ¿No? Seguro que La Leyenda del Tiempo le pareció demasiado moderno, con esos bajos tan pronunciados, como un meyba del 82 o un zumo de Naranjito.

Volvamos a lo que importa. Sí, los palos del flamenco se tuercen y retuercen, la forma de cantar de J (independientemente de su acento), sus fraseos, su deje y su cadencia cercana a la saeta se encuentra entre su talento y el del cancionero popular. Pero no hay diferencia entre él y Will Oldham cuando recurre al predicado sin sujeto, en fin, al palabrita-del-niño-jesús de la música que se arregla sin influencias. Resulta desconcertante. Lo mejor de todo es que se busca lo concreto, lo directo, incluso en los temas más circulares o con más posibilidades de perderse en lo repetitivo. La impresión es que hay 2, 3 canciones en las que se intenta agradar a la discográfica. ¿Vano propósito? En realidad, debo confesarlo, me hastía buscar referencias más transparentes. Sí, sé que hay coplas que gustarán a mi abuela, sí, sé que hay homenajes de todo tipo, lamentos de tomo y lomo, palabros, juramentos, promesas, caras y cruces, cruces y caras, frases tomadas prestadas (hurto sin violencia, que le llaman), oraciones ante las que solo cabe arrodillarse. Y mil artistas que J conoce y quiere que ignoremos. Y a mucha honra.

La Leyenda del Espacio es un disco que produce un profundo desasosiego. Asistimos a una especie de trance en el que nos hablan con un lenguaje propio del corazón (pero que no olvida la cabeza). Este que suscribe quiere dejar constancia de que este álbum está por encima de la mayoría de los discos publicados en este país en los últimos 20 años. Y además, es la primera vez que creo que Los Planetas hacen un disco que no se limita al mercado español. Hablamos de sentimientos universales, que bien cantados y mejor explicados pueden llegar a cualquiera igual que nos llega Sigur Ros, Franco Batiatto, Dominique A o Milton Nascimento. Quizás se requiera un poco de pedagogía, pero merece la pena. La duda es si los fans de Los Planetas van a aceptar este reto. ¡Los Planetas fruncen el ceño! ¡Los Planetas se vuelven aflamencados! ¿Adonde se creen que van Los Planetas? La duda es si los no-fans les van a otorgar el beneficio de la duda. Si sus enemigos más acérrimos estarán dispuestos a tragarse sapos y culebras. Si los que creen que todos sus discos son buenos van a pensar que este disco es igual de bueno que todos los anteriores. Sería curioso hacer una encuesta. Por desdramatizar, digo yo. Yo ya lo he intentado, sin conseguirlo. Inténtalo tú.

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