Sr. Chinarro – Cal Viva (Eclipse Melodies)

La carrera de Sr. Chinarro es un acto de resistencia, una anomalía de largo recorrido que desde hace más de 30 años reina desde las trincheras. Antonio Luque no solo es el artista más prolífico de su generación e indudablemente uno de los más necesarios, sino que acumula un sólido legado que por las razones que sea, nunca ha terminado de llegar al gran público como merece. Para entender su fenómeno, podríamos recurrir a una frase que nos dejaba en nuestro libro de conversaciones: “Si Sr. Chinarro fuera una palabra del diccionario sería ‘esternocleidomastoideo’, una palabra que no hay que usar a diario, pero que tiene que estar, porque el músculo sigue ahí?”. 

Más allá de esa peculiar explicación, ha conseguido no solo mantener un respetable estatus, sino acumular una discografía en la que cuesta encontrar tropiezos. Esta temporada suma su decimonovena entrega, Cal Viva (Eclipse Melodies), a la que pueden ponérsele pocos peros. Sr. Chinarro mantiene esa velocidad de crucero que no baja del notable, en un inspirado y variado disco de un tono melancólico más cercano a Ronroneando (2008) que al reciente Reality Show (2022).

Esas trazas de Lambchop en épocas de Nixon (2000) que luce en la deslumbrante apertura de «Exvoto», con esas cuerdas de soul pausado y sonido Philadelphia, o la base rítmica de soul negro que salpica al también single «V de Victoria» son meros ejercicios de estilo que envuelven una lírica más taciturna y menos irónica -en parte- que la de su anterior álbum. Cal Viva no es un disco de soul, pero sí es el que cuenta con mejor producción desde tiempos de Presidente (2011), y me atrevería a decir que también el más redondo. Buena parte de culpa tiene el buen ojo del músico al saber rodearse de las mejores compañías, que en esta ocasión son los malagueños Israel Diezma, Alfonso López y Juande Jiménez, aparte de los arreglos de cuerda por parte de Antonio Fernández, y de viento de Adri Cruces. Esto y sus canciones, claro.

Una nueva colección de costumbrismo marca de la casa, que lo mismo habla de la derrota ante el paso del tiempo y de amargas ausencias (Begoña y Fernando) en «Muelle 1» («Se puede ser feliz sabiendo que no irás ya a ninguna parte»), que hilvana recuerdos y requiebros («Esa, Esperanza, la última en perderse o no») a partir de una antigua foto de «Comunión». Suma medios tiempos de altura como «Flipper» y «Una escena», nos da su ración de oscuridad con trompeta en «Bufón», nos balancea como sus adoradas Vainica Doble en «Altavoz Bluetooth» y escarba en la negra historia de la Guerra Civil en una de las joyas del conjunto, «Carlos Haya», sobre el piloto nacional que estrelló su avioneta contra otra del bando republicano y a quien aún se le dedican calles («un héroe para algunos, un traidor»).

Lúcido, mordaz e ingenioso. Todo un regalo para los chinarristas confesos.

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