Bareto y Nero Lvigi estrenan «Perro Calato»
Hablemos claro: si la música es reflejo de la sociedad, la cumbia peruana es ese espejo sin pulir que devuelve la imagen sin filtros. Bareto y Nero Lvigi lo saben y lo llevan al extremo en «Perro Calato», un tema que no embellece la crudeza de la calle, sino que la abraza sin vergüenza. Aquí, el protagonista no es un perro de pedigree, sino uno que esquiva autos, hurga entre bolsas de basura y aprende, a mordidas, que la libertad cuesta.
Lo interesante de esta colaboración es que nadie trata de suavizar el golpe. Bareto saca brillo a su faceta más barrial, tomando notas de la cumbia villera argentina y dándole una textura más sucia, más real. La guitarra se deja de sofisticaciones, el bajo golpea como quien camina apurado en una avenida llena de baches, y las percusiones se cuelan por los huecos de la estructura sin pedir permiso. En ese ambiente entra Nero Lvigi con su rap de callejón, sin rodeos, sin metáforas rebuscadas. No hay falsas lealtades aquí: o entiendes el código o te pierdes en la avenida Angamos.
A diferencia de otras aproximaciones recientes a la cumbia, «Perro Calato» no tiene la arrogancia de quien descubre algo que siempre estuvo ahí. La canción no quiere ser tendencia, ni la banda busca capitalizar la nostalgia. Aquí se cuenta una historia, se deja correr la cinta sin adornos. La imagen del perro callejero funciona porque no intenta ser una alegoría forzada: es exactamente lo que es, un animal que sobrevive con lo que encuentra, que no espera caricias pero tampoco se doblega.
La cumbia siempre ha sido narrativa popular y, en este caso, Bareto y Nero Lvigi lo entienden a la perfección. «Perro Calato» no se arrodilla ante la industria ni hace concesiones para la radio. Si se baila, es porque la calle tiene su propio compás, no porque alguien en una oficina decidió que debía ser pegajosa.
El tema ya está disponible en plataformas digitales, aunque la mejor forma de escucharlo sería, probablemente, en una bodega con una cerveza barata en la mano y el ruido de la ciudad de fondo. Ahí es donde realmente tiene sentido.
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