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En breve habrá documental sobre Tina Turner

Cuando se estrenó la película TINA; What’s Love Got to Do with It en el 93 se produjo un eco en la sociedad no sólo por los agravios que relataba, sino por cómo contaba que logró salir de ellos. En una entrevista de hace años confesó Tina que, tras la película, multitud de mujeres se le acercaron para darle las gracias, porque su testimonio les había dado alas y valor para abandonar a sus maltratadores. Hablamos de principios de la década de los 90, cuando el maltrato era un tabú o algo que casi ni importaba o de lo que mejor no hablar. Cuando en julio del 76 la agredió, como tantas otras veces, llegaron al hotel y con toda normalidad subieron a su habitación. Ella iba con la cara hinchada y el traje pantalón blanco de Yves Saint Laurent manchado de sangre. Entonces, al verse al espejo, dijo; hasta aquí hemos llegado. Y así fue. Salió de ese hotel y se fue al primero que encontró. Le dijo al conserje; “Soy Tina Turner. No tengo dinero, pero si me da una habitación le prometo que se la pagaré aunque sea lo último que haga”. El hombre se apiadó de ella, la alojó en una habitación e hizo que le subieran sopa y galletas. Era el principio de la siguiente etapa de su vida. Y la eterna amistad de Tina con ese conserje, al que considera hoy su mejor amigo. Cher la invitó a actuar en su programa de televisión y ahí empezó todo. De repente se vio con 39 años, era mujer y negra en una industria tan despiadada como la musical. Nadie apostaba por su futuro, pero de forma asombrosa y justa, empezaría así su etapa profesional más brillante.

 

Cuando los Rolling Stones, que la admiraban desde que habían estado juntos de gira, supieron de ella la invitaron a cantar «Honky Tonk Woman», y Rod Stewart la llevó a actuar a su lado al Saturday Night Live. Y si todo le iba que ni pintado, llegó el gran Duque blanco y obró el milagro. Era 1983 y David Bowie estaba en Nueva York para presentar Let’s Dance y la discográfica iba a llevárselo de fiesta, pero él dijo que prefería ir al Ritz a ver su cantante favorita. “¡Y la cantante era yo!”, afirma orgullosa Tina en sus memorias. Así, todo el mundo en la discográfica empezó a intentar conseguir entradas para aquel concierto y aquello se convirtió en una reunión de vips, demostrando lo que es un auténtico influencer; Bowie adelantándose, como siempre. Entre el público John McEnroe, Susan Sarandon o Keith Richards. Todos acabaron en la suite de Keith en el Plaza, cantando hasta el amanecer. Al día siguiente, el caché de Tina se había multiplicado y le ofrecieron grabar el disco que ella desease. De ahí surgió Private Dancer, con canciones como «What’s love got to do with it?», que supuso un triunfo millonario en ventas, reconocimiento público y Grammys. Parecía increíble, pero había conseguido. Pronto llegarían colaboraciones con Bryan Adams o Bowie. Siempre que le preguntan por Bowie se emociona y dice: “Cuando pienso en David, pienso en un rayo de luz. Casi tenía un halo.”  Y aunque rechazó a Spielberg en el papel de Shug Avery, la cantante disoluta y de gran corazón en El color púrpura, porque cuando leyó el guión vio que era “calcado a la historia de mi vida con Ike”, luego aceptó el de la poderosa Entity entre la chatarra de Mad Max 3, donde también cantó el «We don’t need another hero», otro de sus hits rompe récords.

 

Tina encarna la fuerza de una voz, una forma de bailar, pero, además, es una superviviente de la violencia y el maltrato, una estrella que lucía más a la edad en la que la mayoría empezaban a apagarse y, sobre todo, un estilo marcadísimo e inconfundible. Su imagen de cabello escultural, chaqueta vaquera, labios muy rojos y minifaldas que mostraban sus fabulosas piernas eran la mar de imitables físicamente –véase cualquier drag-queen fan o a aquella genialidad de uno de los gags más recordados de Martes y 13– pero vocalmente como que no. Salía en zapatos de tacón alto y vestido corto, bailando, riendo y divirtiéndose, pero nunca hacía sentir a las mujeres del público que estaba conquistando a sus hombres. Ella siempre positiva, nunca negativa.

 

Se casó con su segundo marido, Erwin Bach, un ejecutivo alemán 16 años menor que ella con el que comenzó a salir en el 86. Vive en Suiza y tras un accidente cerebrovascular, un cáncer y una insuficiencia renal por la que tuvo que someterse a un trasplante de riñón donado por su marido abandonó los escenarios. Pero estos dolores nada comparables a cuando se suicidó su hijo Craig en 2018. Si es una artista que os lleva al séptimo cielo, como al que esto suscribe, podéis seguir ahondando en el documental sobre su vida que van a estrenar el próximo sábado 27 de marzo en HBO. Seguro que nos hará saltar del asiento a golpe de caderas y con su tremenda sonrisa. Simply the best.

 

(foto de cabecera bajo licencia de Creative Commons)

 

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