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Bruce Springsteen – Letter To You (Columbia/Sony)

Hace unos días el periodista Ignacio Julià, uno de los más autorizados para hacerlo en este país, decía desde la tribuna digital de la revista que él mismo fletó hace ahora 35 años -y previa advertencia de que iba a exagerar- que el nuevo disco de Bruce Springsteen con su banda de toda la vida, la de la calle E, era fácilmente el mejor desde los tiempos de The River, el doble que en 1980 le hizo tocar los cielos tanto de la popularidad como del respeto crítico.

Bien, yo diría que eso es una exageración a medias. No es su mejor disco desde The River. Sí lo es -y aquí creo que yo no exagero un ápice- el mejor desde Tunnel Of Love. Eso es así. Aquí y en Lima, Perú.

Obviamente, con Bruce uno no puede ser tibio. Máxime cuando, como es el caso del que suscribe, justo es reconocerlo, le ha ha llevado de la mano en sus inicios para conocer los extensos caminos del rock y a posteriori, se ha convertido en ese viejo amigo entrañable al que aunque uno le vea trastabillar y equivocarse, siempre le perdona sus deslices porque el que tuvo, retuvo.

No obstante, se hacía difícil de un tiempo a esta parte tirar de dicha comprensión “de colegas” y perdonarle los auténticos tostones de discos con que nos ha vapuleado este señor, al cual evitaré por todos los medios referirme como el “boss” o peor aún, “el jefe”. Si uno lee su autobiografía, Born To Run, comprende enseguida que esa severa depresión que le asedia ya largos años no ha ayudado para que las cosas fueran rodadas en su carrera, reinando sobre todos sus lanzamientos cierto piloto automático que demostraba que él no estaba siendo “él”.

A lo largo de todos estos años que median desde su magistral disco de divorcio en 1987 ha habido, sin duda, momentos memorables dignos de reseña positiva. Sin ir más lejos, pese a lo que muchos se han empeñado en denostarlo, su anterior Western Stars mostraba una recuperación compositiva que, muy a pesar de una producción recargada y ostentosa al máximo (el disco hubiera requerido, en mi modesta opinión, justo lo contrario), le reconciliaba con alguna de sus creaciones más lúcidas en tono folk.

Esa producción musculada, plagada de anabolizantes, totalmente desmedida y que no dejaba a las canciones respirar era el verdadero cáncer que acechaba a un autor que, a buen seguro, aún tenía ases en la manga que mostrar. Por ello, cuando el primer adelanto del disco, la canción que le da título, comenzó a sonar por redes, muchos de nosotros permanecimos escépticos. Y es que no fue, todo hay que decirlo, la mejor opción para llamar la atención, aunque en repetidas escuchas acabe por afianzarse como un tema a su altura.

Pero, de repente, llegó la bomba. “Ghosts”, segundo anticipo del lanzamiento, era otra cosa muy diferente. Directamente, borraba de un plumazo todo lo que había hecho Springsteen desde los ochenta. Todo eso daba igual, ante un trallazo en que la banda de todas las bandas, mermada, pero a pleno pulmón gracias a los refuerzos y las giras constantes que han llevado a cabo desde su reunión a comienzos de este siglo, sonaba como debía sonar, con una potencia que abría los cielos, disipaba la tormenta y mostraba el horizonte como un futuro plausible, pese a todos los males que en estos momentos acucian a la humanidad. Al fin Bruce Springsteen & The E Street Band eran, aunque sólo fuera durante una canción, los que todos aprendimos a adorar, a idolatrar como la esencia del rocanrol. Los que nos curaban todos los males.

La cuestión es si todo ese vendaval de emociones de reencuentro que sintieron sus seguidores -incluso los que le habían criticado duramente con los años- se iba a traducir a todo un disco que realmente reivindicara a sus factores como los expertos maestros que son a la hora de hacer una música que, al fin y al cabo, se sabe atemporal. Música necesaria, música vital para sobrellevar toda esta mierda. Ese era el quid de la cuestión. ¿Superarían la prueba?

El misterio se desvela ahora con la publicación íntegra de un Letter To You que, como su propio nombre indica, pretende dar a su gente lo que quiere. Una carta a tí, oyente, que me escuchas y esperas de mí lo mejor en tiempos oscuros. Un abrigo para el alma, un sentimiento de camaradería, un grito a muchas voces para sentirnos vivos. Un listón alto, altísimo, el que se ha autoimpuesto el de New Jersey. Difícil batir el récord de los 1000 metros lisos tras tanto tropiezo.

Pues bien, queda probado: lo ha conseguido. Prueba superada. Esto quizá no sea el triunfo absoluto y trascendental en este dichoso año que supone Rough And Rowdy Days, de su eterno referente Bob Dylan, pero desde luego, es una diana en todo el corazón de cualquiera que tenga sangre en las venas y entienda un poco de qué va esto del rock. Porque, de acuerdo, posiblemente haya otros discos este ejercicio hechos en las mismas coordenadas que le igualen o superen -el de Chuck Prophet, sin ir más lejos- pero éste lo ha hecho él, lo han hecho ellos, maldita sea, y eso tiene un significado más allá del musical.

Son un símbolo, un astro que ha estado ahí para guiar, aunque haya habido épocas en que fueran totalmente uncool, pero han permanecido ahí, toda la banda, como una roca a la que aferrarse en tiempos de tempestad. Una verdad que cualquiera que les haya visto en plena acción -como yo en aquella noche de 2007 en Barcelona que jamás olvidaré- sabe perfectamente. Era totalmente necesario que la E Street Band nos recordaran lo que son capaces de hacer con las canciones de Bruce, unas canciones que tienen una historia bonita, además.

Parece ser que un fan italiano asistente a sus shows en Broadway le regaló una guitarra acústica cuando pasó a saludarle al camerino. Bruce la llevó a casa sin más y la dejó por ahí apoyada, pero de repente un día y sin venir a cuento, la tomó en sus manos y comenzó a rasgarla. Las canciones comenzaron a brotar como nunca había sucedido en los últimos años. Supo, inmediatamente, que ahí había un disco de la E Street Band. Así se lo dijo a un atónito Roy Bittan, su pianista de siempre, en un almuerzo que mantuvieron en New York. Cuando se lo dijo a su mano derecha, su consigliere, Steve Van Zandt, el viejo zorro le espetó: “pues si lo vamos a hacer, habrá que hacerlo a la antigua”.

El mítico guitarrista se refería a que la banda no ha actuado como una banda real en un disco de Springsteen desde Born In The USA. El método de trabajo entonces era que el cantante llegaba con su guitarra, tocaba la canción y los demás iban haciendo su aportación, como sucede en la mayoría de bandas del mundo. Sin embargo, desde Tunnel Of Love las cosas se habían ido haciendo a retales, grabando cada uno por su lado y siempre bajo la atenta batuta del compositor. Aunque tras su reunión en 1999 había habido varios discos con la participación íntegra de la E Street, como por ejemplo el nada desdeñable Magic, habían sido todos hechos de esa manera.

Por eso cuando Bruce les convocó a todos en el estudio de su rancho de New Jersey (Thrill Hill) todos pensaron que iba a ser el habitual proceso largo de grabación, dispuesto en varias tandas a lo largo de varios meses. Pero no, les juntó a todos allí, les tocó las canciones y se pusieron todos a arreglarlas e interpretarlas, como antes. Tocaron y grabaron durante cuatro días de noviembre del año pasado y escucharon lo grabado durante uno. Eso es todo. Pero el sentimiento fue apoteósico. A todos les recorría algo la espina dorsal al acabar aquello, la sensación de que habían vuelto a ser lo que podían ser, de que los espíritus de los que ya no estaban (Clarence, Danny) sobrevolaban aquel espacio. La vieja magia.

El disco, por tanto, aunque la producción de Springsteen junto a su colega Ron Aniello, ya habitual en todo lo publicado las dos últimas décadas, tiende siempre a la musculación, suena a lo que debe sonar, a algo facturado por la mejor banda de rock, con permiso de Crazy Horse, de todos los tiempos. Hay pulso, tensión, pura maestría instrumental, océanos de experiencia concentrados en 12 canciones que sí, guardan la mayoría de ellas la enjundia de las mejores glorias pasadas.

Es algo que ya anuncia la pastoral que inicia el lote, “One minute you’re here”, el momento, curiosamente, más íntimo y susurrado, casi cercano a las tonalidades de Nebraska, que ha contenido un disco de Springsteen en mucho tiempo. Su apertura de lo eminentemente acústico a unos arreglos sutiles anuncia la presencia de la banda, que arranca a todo motor en la siguiente canción, la titular, que fue el primer adelanto del disco y quizá sea la más “normal” del lote, puesto que inmediatamente la fanfarria estalla: “Burning train” contiene toda la épica que se espera de ellos, una verdadera locomotora que impone su ritmo a un disco que contiene, realmente, prácticamente todas las tonalidades que son capaces de alcanzar juntos estos músicos.

Así, llega “Janey needs a shooter”, canción intentada por la banda en repetidas ocasiones desde su composición en 1973, pero que nunca llegó a buen puerto. Aquí aciertan al darle esos detalles soul que solían adornar los míticos discos de los setenta, con un órgano que suena como si Darkness On The Edge Of Town hubiera sido editado ayer mismo. Las bonitas “Last man standing” y “The power of prayer” preludian otra explosión de épica con “House of a thousand guitars”, otra de esas canciones que, sin imitar al pasado, le hacen recordar a uno el porqué de su amistad con este viejo trobador, que como ha dicho el pirata de su consigliere, “ha tardado 37 años en regresar”.

A partir de ese ecuador, la cosa no baja: “Rainmaker” es americana a lo bestia, con el sello de New Jersey, mientras que “If I was the priest” es otra de las recuperaciones añejas que completan este paquete de canciones y que recuerdan el porqué de que a nuestro protagonista le llamaran en sus inicios “el nuevo Dylan”. Y claro, luego está “Ghosts”, una canción celebratoria de toda una vida juntos para los que están tocándola, y también para los que se fueron. Una canción tan emocionante, tan vibrante, que su sola presencia ya encumbra el disco. Pero no se vayan todavía, que aún hay más.

“Song for orphans” es la otra dylaniana del lote, con un feeling en su arreglo muy similar a los que The Band daban a las canciones de Bobby, otro rescate maravilloso y lleno de honestidad por parte del capitán del equipo, que aún se guarda un as en la manga para rematar la faena: “I’ll see you in my dreams” significa la suma de todas las partes aquí representadas: la épica, la pastoral, la emoción desnuda, el sonido nítido y cristalino de una banda ejerciendo su oficio a pleno pulmón, con todo su poder concentrado. Una canción que de alguna manera suena a despedida y le hace preguntarse a uno si todo este disco no está también configurado como tal. Al fin y al cabo, esta “carta a ti”, al fan, al camarada que aún se siente entusiasmado ante todo lo que significa el rock, es tanto un tributo de Springsteen al oyente como a sí mismo y a su banda, a la conjunción de todos ellos durante tantos años. Un tributo que huele a que Bruce, como otras veces antes, acude a la llamada de su público en tiempos de necesidad dándole lo que quiere, pero que también tiene cierto halo de despedida. Es como si Bruce sintiera que ya no le queda tiempo para hacer estas cosas, que todo se desmorona y antes de que el castillo de naipes se derrumbe del todo quiera hacer sonar su voz una vez más con la fuerza de la que sólo él es capaz. Por eso quizá esta obra no sea tan trascendente como otras perpetradas por artistas ya mayores este año, pero sin duda es el disco más honesto del que ha sido capaz un cantante de rock and roll que puede presumir de ser el paradigma más claro que queda del mismo. Por eso, sólo por eso, ya merece la mayor ovación. Pero es que además, oiga, ¡el disco mola!

Ya puedes escuchar Letter to You, el nuevo disco de Bruce Springsteen que ha salido hoy mismo, viernes 23 de octubre, en Spotify.

 

3 comentarios en «Bruce Springsteen – Letter To You (Columbia/Sony)»

  • Por ahora los adelantos prometen al menos un disco a la altura de su leyenda. Me habéis puesto los dientes muy largos

  • No lo he escuchado aún. Pero muy bueno ha de ser para superar a The Rising y sobretodo, a Magic, para mi, su mejor disco en 30 años. No entiendo cómo no se le ha dado la importancia que merece. Disco soberbio tanto a nivel musical como lírico.

  • Es su mejor disco en lo que va de siglo XXI. Es él, Bruce y la E Street Band sonando a Springsteen & The E Street Band. Tiene piezas épicas y emocionantes, como «Janey Needs A Shooter», «The Power Of Prayer», «If I Was The Priest» y un final con » I´ll See You In My Dreams» que sí, parece decir «Adios, hasta aquí hemos llegado»….pero donde «la muerte no es el final», y no lo será. Bravo Bruce!!!

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