Especial: 10 temas que definieron la electronica de los 90

A medida que pasa el tiempo, es más fácil reflejar en la cabeza y en el oído cuál es el paradigma de un estilo o de un género musical: visto en perspectiva, todo resulta más clarificador. Sin embargo, en los géneros electrónicos, esta labor es algo más complicada. Su continua evolución, muy de la mano de las modas, pero, sobre todo, de los avances tecnológicos, dificultan la tarea. No estamos hablando de canciones míticas o álbumes multiventas, sino de ese canon que destapa la unanimidad a la hora de definir un género.

A principio de la década de los noventa comenzó a producirse un fenómeno en la música electrónica hasta entonces inusitado: una masiva popularización de unos sonidos que, si bien habían eclosionado el aquel segundo Verano del Amor de 1988 con el acid house, no habían salido casi del anonimato de los productores. La electronica, (sin tilde), comenzó a forjarse como esa evolución natural hacia la luz, donde primaba una esencia del breakbeat y de la rave, aderezada con ritmos igual de bailables, pero también audibles y con un grado más de sofisticación.

Aquel nuevo género, que bebía -como es lógico- de las influencias de aquellos pioneros enredados en cables, rolands y korgs, también se acercaba sin miedo a los últimos postulados del pop y del rock, emergiendo nuevos rasgos como la inclusión de vocalistas, de guitarras y de toda una nómina de capas, ritmos y ambientes que dieron como fruto un género que lo mismo asaltaba las pistas de baile, como el salón de tu casa o el escenario de un gran festival.

Las evoluciones desde aquellos primeros años noventa hasta mediados de la década fueron claves para que en 1997 se produjera la coronación del género en cuanto a ventas, exposición y popularidad. Esos seis o siete años fueron testigos de la publicación de una serie de temas producidos por auténticas bandas de alma sintética y carácter rockero que iban construyendo el canon de la electronica. Luego llegarían las bandas sonoras, los videojuegos y demás factores de entretenimiento que seguirían aupando al nuevo sonido, otorgándole incluso más flexibilidad y agresividad.

No hablamos aquí de los “Hey Boy, Hey Girl”, “Firestarter” o “Born Slippy (NUXX)”, que se llevaron un más que merecido reconocimiento y que aumentaron la visibilidad del género, sino de aquellos gérmenes y temas seminales que marcaron el paradigma. Esta decena de temas que propongo son parte de aquellos contribuyentes, con más o menos repercusión, pero con un indudable valor, que aportaron detalles, visiones y conceptos a un estilo que alcanzó cotas inimaginables en el entorno de la música electrónica.

“Satan”, de Orbital (1991)

Aunque Orbital sea uno de los nombres que, por su indudable relevancia, siempre estarán en el panteón de la electrónica (con tilde), sus periplos no siempre han ido alineados con ciertos cánones de la electronica. Su fuerte personalidad, forjada con el acid house de aquella reedición del Verano del Amor y el ambient de The Orb, les situaba en una tierra de experimentación alejada del breakbeat en un punto incipiente de la popularización de la cultura de club. Sus bpms deambulaban entre paisajes sonoros, pero “Satan”, uno de sus primeros temas más conocidos, destilaba hip hop industrial con vocación de baile y una marca muy personal en la melodía. Esto fue más que suficiente para que fuera acogido con mucho agrado por la escena de principios de la década, y por la de todos los años sucesivos. Quien escuche este corte atentamente observará como su base rítmica es la primaria de todo lo que vendría después: nada en este tema sonaría raro ni poco actual en su largo periplo por los noventa. Decir que es fundacional quizá sea mucho. O quizá no tanto.

 

“Open Up”, de Letfield (1993)

Este dúo londinense comenzó su andadura en la transición entre ambas décadas, suficiente como para entender las necesidades de la música electrónica en los noventa. En 1993 sorprendieron a todo el mundo con “Open Up”, un tema eminentemente de baile que oscilaba entre lo progresivo y lo alternativo que suponía el empleo de reminicencias dub. Pero, sobre todo, se hizo célebre porque contaba con John Lydon como invitado. Al ex Sex Pistols le vino fenomenal para rejuvenecerse entre los ritmos sintéticos que se abrían camino, y a Leftfield, a los que siempre gustó tener letras en sus canciones, tampoco les vino de mal de cara a exponer de lo que eran capaces. Fue de los primeros sencillos del género que contaron con artistas de calado como vocalistas, algo que se haría habitual hasta casi el final de la década entre las formaciones más notables del género.

 

“Cowgirl”, de Underworld (1994)

Es casi imposible abstraerse del bucle hipnótico de cada pista de este tema. Underworld había dado el salto a principios de los noventa desde un pop un tanto mediocre a ser una banda (eran tres, por entonces) muy influyente desde el principio en el género que se cocería los años venideros. Su vertiente puramente progresiva y su cercanía a un trance primigenio que destapaba la influencia de Darren Emerson, así como los distintos matices de su base in crescendo y la interacción con esa incesante voz que repite “everything, everything” que afianza los paisajes líricos tan propios de Karl Hyde, hicieron de esta canción una auténtica referencia en la perspectiva más puramente electrónica y sintética del género. A día de hoy, su nombre suele ir asociada al de “Rez”, una pieza con la que se complementa a la perfección y que brinda un resultado en directo de primer orden.

“No Good (Start The Dance)”, de The Prodigy (1994)

Aunque pueda llegar a sorprender esta selección, lo cierto es que “No Good (Start The Dance)” mantiene todas las características necesarias que contribuirían a reflexionar sobre el canon de la electronica en su concepción ya madura. No obstante, es una pieza que bebe directamente de la cultura rave, a la que tanto debe el origen del estilo y los propios The Prodigy, y que se ensalza con un incesante bajo y elementos prestados del breakbeat acelerado y del jungle tan celebrados en la escena underground. Sumemos a esto los samplers (en esta ocasión de Kelly Charles y de fácil manipulación) y la potencia de los pasajes más intensos y festivos, a veces hasta oscuros, para obtener una paradoja de la electronica de mediados de los noventa. Ciertamente, “Firestarter” y “Breathe” hicieron más por la popularización del estilo, pero para llegar a ellos antes había que pasar por unas cuantas joyas de Music for the Jilted Generation.

 

“Tosh”, de Fluke (1995)

Fluke le debía tanto a lo progresivo como a los ritmos quebrados, pero desde muy pronto destacaron por la incorporación de un vocalista que subrayaba la importancia lírica en sus creaciones. La voz de Jon Fugler no solo les daba personalidad, sino que con esa conjunción entre lo vocal y lo musical fueron considerados los tapados de aquel género que comenzaba a despuntar. “Tosh” fue un ejemplo a tener en cuenta para lo que vendría años después, empezando por ellos mismos con la construcción de su popularidad sobre el esquema de este tema: cierta hipnosis progresiva en el inicio, ritmos acelerados con cierta cadencia física y, sobre todo, una inundación de letras aparentemente sin sentido y poderosas que incitaban a no parar hasta que ellos mismo te ofrecían las pautas de descanso antes de que el bucle se reiniciase.

 

“Leave Home”, de The Chemical Brothers (1995)

No hay una canción de The Chemical Brothers que se acerque más a la electronica más pura, si atendemos a su sentido primigenio, que su primer sencillo. “Leave Home” impacta con la fuerza de sus bases y con la estridencia y agudeza de sus golpes sonoros con los que va despejando el terreno para el empleo de unas cuerdas sintetizadas que serían fundamentales en el género. Contiene, además, un sampler repetitivo y cierta angustia festiva (si es que eso puede existir) e intensidad que, por momentos, recuerdan que las piezas no tienen que ser planas. Tras aquel Exit Planet Dust, en el que se engloba este single, los hermanos químicos volvieron a coquetear con la herencia dejada por este tema en su posterior lanzamiento, el celebradísimo Dig Your Own Hole, antes de vaciar varios botes de barniz pop en los discos del nuevo siglo.

 

“Going Out Of My Head”, de Fatboy Slim (1996)

Contenido en aquel fundamental Better Living Through Chemistry, “Going Out Of My Head” se consolidó rápidamente, incluso al otro lado del océano, como un referente del big beat. Norman Cook ya llevaba adquiriendo experiencia en la escena electrónica desde hacía unos años, y con su debut dejó las cosas claras: todo su conocimiento sería compartido para seguir construyendo el paradigma de la electronica. Sobra una base más que identificable, se iba intercalando numerosa instrumentación sintetizada y voces tratadas para dar un resultado quizá algo más jovial que algunos de los cortes de aquel debut. Esta diferencia es la que marca un sello más personal que se vería en sus producciones posteriores y que, en cierta forma, es la que el género le debe: ese toque festivo sería casi inimitable, aunque muchos lo intentaron.

 

“Dirt”, de Death In Vegas (1997)

Richard Fearless y Steve Hellier ya llevaban trasteando como Death In Vegas algún tiempo antes del pleno apogeo del género. Sus opciones musicales eran mucho más amplias que las de muchos de sus compañeros de viaje, como demostrarían en su debut Dead Elvis, un álbum con una elevadísima presencia de dub, guitarreos distorsionados y ambient. Sin embargo, aquel disco escondía “Dirt”, una auténtica joya que aportaría una visión caótica, oscura y sampleada de surrealismo y aleatoriedad a la avalancha de aquel año. Marcialidad en el breakbeat, un cóctel de voces fantasmagóricas y de masas por doquier y un genial videoclip dirigido por Andrea Giacobbi merecieron la atención del público. Más de uno valoró (valoramos) el esfuerzo de estos británicos por llevar la electronica a un terreno en el que no era fácil ya destacar.

 

 

“We Have Explosive”, de The Future Sound Of London (1997)

A pesar de que a estos ingleses se les recuerde por su enorme aportación al ambient, con perlas del calibre de Lifeforms, lo cierto es que en su haber cuentan con dos temas que, saliéndose de su propio patrón, fueron determinantes en distintos géneros electrónicos. Uno de ellos fue “Papua New Guinea”, auténtico himno house; el segundo, “We Have Explosive”, una concesión a la electronica ya imperante en 1997 en su oscuro Dead Cities que nadie se esperaba. Eminentemente techno, la aceleradísima base empleada lleva al desquicie absoluto. Llena de movimientos paranoides y una velocidad muy poco habitual en ellos, el resultado trascendió su habitual zona de confort y se popularizó como una obra maestra del género. Ahí dejarían su firma para volver solo en contadas ocasiones a un espacio que no era del todo el suyo.

 

“Busy Child”, de The Crystal Method (1997)

The Crystal Method fueron una de las pocas formaciones de fuera del Reino Unido que contribuyeron determinantemente a la electronica. A pesar de que este dúo de DJs oriundos de Nevada se formó en 1993, tuvieron que esperar a la explosión de 1997 para descubrirse como un nombre muy a tener en cuenta en la escena. “Busy Child” fue el primer sencillo de Vegas, su primer larga duración, un tema que apuntaba sin tapujos al breakbeat más puro, pero con la presencia de capas trance y, sobre todo, del imaginario sonoro de un incipiente internet. Las referencias de los sonidos de todos aquellos tinglados informáticos, que bien podrían haber ilustrado cualquier video corporativo de tecnologías de la información de los noventa, elevaron este tema como una pieza fundamental y testigo de su tiempo que mostraba cómo la electronica podía abrirse camino incluso en Estados Unidos, donde siguen metiendo caña.

 

Epílogo

La llegada de 1997 desembocó en el punto álgido del género. Gran culpa de ello la tuvieron los enormes The Fat of the Land o Dig Your Own Hole, amén de otras propuestas que se englobaron en el saco. Los años anteriores habían ido construyendo un estilo diferente de cómo concebir la música electrónica, adaptándola a las exigencias de un público que la arrancó del underground y los clubes para arrastrarla hasta los grandes escenarios de festivales y macroconciertos. The Prodigy, Underworld y The Chemical Brothers, cada uno en su estilo, alcanzaron cotas inimaginables de popularidad para la electronica, además de convertirse en bandas que llenaban estadios, dos conceptos (el de banda y el de estadios) reservados hasta no hacía mucho a las estrellas del pop y del rock.

Aquel año también vería la luz Spawn, una película cuya banda sonora emparejaba a notables grupos de música electrónica con bandas de rock y música industrial y que dejaría claro que las guitarras que se habían ido incorporando hasta hacerse inevitables no estaban reñidas con la música de baile. Antes del final de la década, otra producción cinematográfica histórica, The Matrix, acabó por hacer de la electronica algo inherente a la cultura audiovisual de la década.

Las colaboraciones de artistas de fuera del género se hicieron más y más frecuentes, sobre todo como vocalistas invitados. Esta actividad paseó por las bases electrónicas del estilo a numerosos artistas que contribuyeron a remarcar su importancia generacional. Otros nombres de la escena cuyas propuestas no estaban específicamente marcadas por lo que se denominó electronica, como podían ser la reinterpretación francesa del house o del downtempo liderada por Air y los primeros Daft Punk, o la segunda juventud del trip hop de Björk y Massive Attack, se unieron a la fiesta y sus aproximaciones acabarían siendo parte de la evolución del género.

Algunos intentaron aportar algo de originalidad con éxito, como Junkie XL y Propellerheads y su drum ‘n’ bass, aunque la mayoría de ellos se quedaron a medias (Apollo 440), mientras que otros asumieron con descaro que era el momento para rascar algo (Lunatic Calm). Madonna se lanzó a una nueva transformación de la mano de William Orbit grabando su Ray of Light, un álbum que miraba de reojo a la electronica, y David Bowie bebió del género todo lo que pudo para su Earhtling: aquellas fueron las señales de que el paradigma que se había construido durante los últimos años ya no podría superarse.

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