El Ser Humano – Casa (Discos Belamarh)
Antes de pasar a la reseña, si es que así se puede llamar esto que vamos a hacer, son necesarias, tanto por parte de Muzikalia, como por la mía, tres aclaraciones: la primera, que este disco tiene un carácter especial para este magazine puesto que su autor lo ha ido presentando, mes a mes, canción a canción, desde estas “páginas”. Gonzalo Fuster, o lo que es lo mismo, El Ser Humano, ha puesto en palabras todo el proceso de producción de su disco, quizás, más personal y lo ha hecho desde aquí. Eso nos convierte, en cierto modo, en parte activa de dicho proyecto. Y más aún si tenemos en cuenta la segunda aclaración, necesaria para que este artículo sea transparente y por tanto, creíble: el disco sale publicado en el sello que uno de nuestros redactores, Luis Moner, ha puesto a flote: Discos Belamarh. La cosa se condensa.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Ahí va la tercera revelación: yo mismo he tenido y tengo estrecha relación con el susodicho (esto ya parece un juicio). Gonzalo y yo nos conocemos desde la adolescencia, somos amigos y hemos tocado y crecido, musicalmente hablando, juntos. Incluso hoy en día aún lo hacemos ocasionalmente, lo de tocar. Es extraño, por tanto, esto de “criticar” -qué palabra tan horrible- un disco de Gon.
¿Convierte todo eso en inútil y falto totalmente de objetividad este artículo? ¿Puede un medio musical afrontar seriamente el análisis de un disco en el que ha participado activamente por varios flancos? ¿Hay que ser ajeno a algo para valorarlo en su justa medida? Francamente, desde que en Muzikalia me propusieron que fuera yo quien hiciera esta reseña, esas preguntas han estado sobrevolando mi cabeza como pájaros de mal agüero. No obstante, hay algo que disipa todas mis dudas: creo firmemente que soy el más pertinente para hacer algo así en toda la redacción.
¿Por qué? Porque este disco se llama “Casa”. Y qué mejor para hablar de él que alguien que conoce muy bien a su autor, que es casi como de su familia. Así la apertura de este espacio diáfano y cristalino como una mañana de junio, será total. O al menos, eso pienso yo. Ustedes juzgarán, si leen hasta el final, si estoy o no en lo cierto.
Es una labor difícil, no crean, pero también, por tanto, estimulante. Hay que conocer, antes que nada, las motivaciones de todo esto, lo cual requiere un poco de historia: una tarde de verano, en un chiringuito de la playa de l’Almardà, en Sagunto, cerca de València, Gonzalo se disponía a dar un concierto acústico para una serie de personas que estaban plácidamente sentadas en la arena. Por primera vez, de repente, sin previo aviso, tras cinco discos en solitario y varios con diversas formaciones (Trinidad, Ontario…) estar ahí, cantando para ese público, tocando sus canciones, carecía totalmente de sentido.
¿Qué había pasado? ¿Cómo es posible que alguien con el enorme entusiasmo y determinación necesarios como para grabar unos diez discos en siete años de repente sienta ganas de tirar la toalla? Evidentemente, la respuesta a eso sólo la sabe él y es en cierta medida, lo que intenta explicar este disco.
Gonzalo se sentía hastiado de una forma de hacer las cosas, de un constante ir y venir de personas, sitios, eventos, canciones, en busca de un objetivo fantasma que nunca acababa de materializarse. Entonces, como si de una epifanía se tratara, decidió hacer honor a su nombre. No más artificios, se dedicaría a ser él mismo: un hombre de familia, una persona que se busca a sí misma, su felicidad y la de los suyos, un ser humano…
De acuerdo, dicho así suena aburridísimo. Pero créanme, le conozco, este tipo es incapaz de hacer algo aburrido. Lo primero que decidió fue que todo esto debía ser claro y diáfano. Basta de letras oníricas y emociones encapsuladas, basta de tratar de “sonar a” en estudios de grabación, basta de hacer todo aquello que no le dictara el corazón. Grabaría en casa, con todo lo que tuviera a su alcance, sin artificios, sin más armas que las disponibles, ni más argumentos que los que le dictara la vida. Sus historias serían las cotidianas, las que le habían llevado hasta ahí, a ese preciso instante: su amor, sus hijos, su infancia, sus lugares, su música, su soledad, en resumidas cuentas, su corazón.
Porque perfectamente podríamos intercambiar la palabra “casa” del título por “corazón” y el significado sería el mismo: un espacio diáfano que nos muestra todo lo que hay que saber respecto de alguien. Una totalidad que es mucho más que la suma de sus partes, puesto que aunque se presentaron cada una en capítulos, como decía, mes a mes, aquí en Muzikalia, escuchadas ahora una detrás de otra, cuentan una historia. La historia de cómo Gon se deshizo de esos demonios que le atormentaron aquél día en la playa y al fin se aceptó a sí mismo. Y vuelvo a repetir: sin autocompasión, sin falso artificio, sin paulocoelhismo. Una historia con toda su crudeza y su verdad.
Las puertas se abren con un título tan gráfico como “Mira ahora”, una melodía oscura que acompaña las reflexiones que son el arranque de todo esto. “Con lo que tú eras, mira ahora…”. Las dudas, los recelos, la amargura es la chispa que lo prende todo, pero inmediatamente, “No ha sido fácil”, empieza a poner las cosas en su sitio. La recomposición personal del autor, a hombros de una melodía pop algo épica, pero tremendamente efectiva, nos introduce de pleno en la casa, en el proceso humano y creativo del protagonista, que inmediatamente necesita trasladarnos a su infancia, a los veranos en “Dénia”, con delicadeza y ternura. Empezamos a conocerle.
“Esto sigue como un libro abierto”, dice “Sánate”, otra fantástica exhibición de pop brillante, a caballo entre el folk y la electrónica, llena de arreglos suntuosos, que dan muestra de los sobrados recursos que puede sacar de su manga quien nos habla aquí. “Loor a la gente”, una de las canciones más afables del lote, cuenta con las mismas virtudes que la anterior. El deleite por los pequeños detalles, la perfección de las armonías vocales, las cuidadas estructuras siempre llenas de sorpresas si uno presta atención, comienzan a aportar claridad al interior de la casa, que con “Corbera” nos traslada a otra ubicación geográfica, pero no espiritual. Es una de las piezas guiadas por el piano, una de las grandes novedades de este particular trabajo, dado que en las anteriores entregas de El Ser Humano, las guitarras eran protagonistas. Aquí su protagonismo es sensiblemente menor y es el teclado el que ha adquirido relevancia, significando un punto fuerte del álbum.
Pasado el ecuador, algo tan rutilante, tan hit, como “Somos nación” se encarga de enfervorizar nuestro espíritu al son del de quien nos canta. Empezamos a ver juntos la luz. Una luz a la que también acude una de las grandes influencias de este disco: la grande entre las grandes, enorme, Mina Mazzini, cantante italiana, mito al que no hace falta dar presentación y que durante el proceso de grabación obsesionó a nuestro protagonista, motivo por el cual es más que pertinente y necesario que aquí haya incluido una fantástica versión de “L’abitudine”, canción que a su vez versionaba la diva a partir de un original de Demetrio Stratos (“Daddy’s dream”). Él la hace suya, al igual que lo hace con la influencia de sus también adoradas Vainica Doble en “Dejadme en paz”, pizpireta canción en la que Gon reclama su tiempo para estar en paz. Una canción que trae a la cabeza aquél “El ruido” que Carmen Y Gloria incluyeran en su último disco, En Familia (Elefant, 2000) y en la que también reclamaban silencio y paz para invertir su tiempo en lo que les viniera en gana. El poder estar con uno mismo es algo demasiado valioso como para que venga alguien y te lo joda.
La recta final la sirve, obviamente, el amor: la oda a su mujer que es “Ella me hace vibrar” no es, ni mucho menos, la primera que Fuster le dedica, pero sí quizás la más bella, sincera y diáfana. Algo tan sencillo como su mensaje es realmente difícil de traducir en canción sin caer en la fruslería, pero él sin embargo consigue cumplir la casi imposible misión de hacer una canción de amor perfecta. Una golosina preciosa que además florece en su ecuador de manera exuberante y definitivamente inunda la casa de luz. Al fin y al cabo, todo empieza y termina en ella. ¿Qué es más casa que el ser amado?
Y eso que aún queda un pequeño epílogo: “Mi patria es el mar” se encarga de reflejar toda esa luz que hemos ido encontrando de la mano de El Ser Humano en las aguas quietas del Mediterráneo. Otro espacio abierto que vuelve a sugerir transparencia, sinceridad, vida. Porque eso es lo que ofrece, al fin y al cabo, este disco: vida. Toda la vida que puede encapsularse en once canciones que son la verdad y la existencia de quien las ha escrito. Eso es todo, nada más y nada menos, lo que podemos esperar de Gonzalo Fuster. Un inmenso regalo, de una desnudez completamente inesperada, inusual e intangible. No es nada fácil darse a conocer, ofrecerse en bandeja, como lo ha hecho aquí esta persona. Es, si me apuran, una de las obras más valientes que he conocido de manera cercana en mi vida, y les aseguro que he conocido unas cuantas. Tiene, por ello, un valor que no tienen la práctica totalidad de los discos que verán por ahí. Este bonito empaque con las baldosas del suelo de un piso en Ruzafa no contiene un disco, contiene un corazón, latente y lleno de alma.
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Me han dado muchas ganas de escucharlo