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Madonna The Celebration Tour (Palau Sant Jordi) Barcelona 01-11-23

Se ha especulado mucho sobre esta gira de Madonna. Ella siempre ha sido reacia a sucumbir al paso del tiempo, pero llegados a sus 65 años, y toda una carrera plagada de hits, parecía que se era inevitable un tour de “grandes éxitos”.

Madonna es una pura contradicción, y siempre ha vivido con ellas desde la óptica de una mujer que vive por y para la industria del entretenimiento, pero a la vez, intentanto quebrar sus reglas a base de golpes de timón, muchas veces abruptos. Que la diva es capaz de fagocitar modas y tendencias a su paso, es una de sus cualidades que todos sabemos, y en este The Celebration Tour se puede disfrutar con una media sonrisa cómplice, aunque también con algún arqueo de ceja.

La pirotecnia estaba preparada para las 20:30 horas. Gente que se sentaba al lado mío hablaba de los retrasos que están habiendo en esta gira. En Londres hasta más de dos horas. Explicaciones no hubo por parte de la organización, así que lo único que podíamos hacer era levantarse y seguir la famosa ola futbolera, y escuchar hasta la extenuación un hilo musical que empezaba a agobiar.

Hora y veinte minutos después de los previsto, se apagaron las luces para empezar a oír los primeros sonidos que llegaban de una plataforma giratoria de la que ascendió la diva enfundada en una capa negra y con una corona en plan ser mitológico. “Nothing Really Matters” sirvió de entrada a un espectáculo que tiene la intención de revisitar las diferentes etapas de su camaleónica vida. Tras este fastuoso comienzo, tomó la palabra para explicar la dinámica del espectáculo: “soy yo, y yo os lo explicaré mejor que nadie”. La idea tan yanki de la superación personal puso el acento en el adoctrinamiento meritocrático de que “tú puedes si quieres”.

Muy bien acompañada por una troupe de bailarines coreografiando cada canción con una endiablada precisión, Madonna recordó sus primeros escarceos en la noche neoyorkina. Las animadas lecturas de “Everybody” se enhebraban con bases de “Where’s The Party”, y ahí se escenificó un simpático vodevil en el que Bob The Drag Queen (ganador del último RuPaul Drag Race y gran maestro de ceremonias de la velada) pedía acreditaciones para entrar en una discoteca simulada. Sonó seguidamente “Into The Groove” entre la algarabía de un público entregado. Esta era la joven que aprendió en los ballrooms la capacidad hedonista del ritmo, aunque con la guitarra en ristre se marcó un “Burning Up” para recordarnos a todas, que ella también estuvo en el garito epicentro del rock, el CBGB de finales de los setenta.

Luego llegaron “Open Your Heart”, y una pizpireta “Holiday” coreada a rabiar por el público. La bola de espejos caía al suelo. Fin de una época. Escribamos otra.

La relación de Madonna Ciccone con la espiritualidad es, por lo menos, paradójica y daría para un estudio. Ella pasa de dar gracias a Dios por todo, a ponerse en plan bondage o autocalificarse como puta. Todo cabe en su filosofía de entender el espectáculo de la vida. Sonaron los compases de la fantástica “Live To Tell” cuando en las lonas que servían para proyectar imágenes, empezaron a aparecer fotografías de amigos suyos muertos por el SIDA en los 80. Un momento emotivo que sirvió de puente para, cerveza en mano, coger el micro y marcarse uno de esos speech mesiánicos que bendicen a las más, y show must go on. La icónica “Like A Prayer” sirvió para que una bacanal de cuerpos sudorosos, cruces enormes, y ambiente monástico nos advirtiera que ella fue la que puso en jaque a la institución eclesiástica, y todo televisado por la MTV.

Uno no sabía dónde dirigir su mirada. La cantidad de inputs que llegaban del macroescenario era una alegoría de los tiempos actuales. La atención se medía por la confusión sensorial, y Madonna se movía, un tanto atolondrada y borracha de sí misma, por entre el escenario hasta encontrarse inmersa en una circense escena orgiástica mientras sonaba “Erotica”, que se enredaba con “Justify My Love”, esa lubricante tonada que le compuso Lenny Kravitz.

Hubo espacio para acordase de Prince, y también de Michael Jackson con una autoreferencial ceremonia de fotos en las que aparecía nuestra diva inmortalizada con el autor de “Thriller”.

Las giras en familia se hacen más llevaderas, y debió pensar la italoamericana cuando le propuso a su familia viajar con ella. Su hija Percy James la acompañó al piano en “Bad Girl”, y acto seguido tuvo oportunidad de un ofrecer su imagen más buenrollista con un discurso judeocristiano bastante indigesto que vino a decir que nos tenemos que amar mucho y ayudar al prójimo. El verbo se hizo carne. De nuevo al mástil de su guitarra hizo una bonita versión del “I Will Survive”, y por unos momentos mutó en Evita Perón, porque ella es así, y la queremos así. “Ray Of Life” la cantó mientras ella estaba suspendida en una cabina que iba por toda la platea central, y acabó arrimando las ascuas al hedonismo desenfrenado con “Bitch, I’m Madonna”.

Fue un gran espectáculo lleno de cambios de ritmos inesperados (en algunos momentos lastró el tempo), hedonismo, culto al cuerpo no normativizado y la creatividad. Madonna es una generadora de capital simbólico y ella es consciente. Ese “No Fear” que tenía escrito en su espalda uno de sus bailarines, será el nuevo logo que define a una artista imprescindible.

Foto Madonna: Live Nation

 

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