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Wilco (Alma Occident Festival) Madrid 27/06/25

¿Recuerdas la primera vez que viste a Wilco en directo? En mi caso, fue el pasado viernes 27 de junio, en el Alma Festival de Madrid. No lo olvidaré. Fue uno de esos conciertos que no necesitan hacer ruido para dejar huella, que permanecen más allá del aplauso o la foto. Y que, al día siguiente, te arrastran de vuelta a sus canciones, como si algo se hubiera movido por dentro y aún no supieras bien qué.

Wilco

Si tuviera que quedarme con algo de esta primera cita con una de las mejores bandas norteamericanas que he visto, sería con los detalles. Esos gestos mínimos que pasan desapercibidos, pero acaban construyendo el todo. Más allá de las grandes frases o los grandes ritmos, Wilco enamora en lo pequeño. Así ha sido su carrera, yendo puerta a puerta de cada oyente hasta conquistarlos, y así lo hacen en sus conciertos: canción a canción. No buscan la ovación fácil ni tampoco necesitan reafirmarse. La propuesta de esta banda de Chicago es otra: un grupo que sabe dominar el tiempo y el espacio escénico sin necesidad de levantar la voz. Que se permite ir despacio, elegir cada canción como si contara una parte de una historia mayor, y hacerlo con una elegancia que emana calidez y precisión.

Considero que esa mezcla es una de las claves de su directo. La otra es que, al verlos sobre el escenario interpretando sus canciones, uno entiende con claridad esa famosa expresión que dice: a hombros de gigantes. Es un grupo donde confluyen los sonidos que definieron el rock, el folk, la americana, el country… y aun así, han sabido reformularlo. Escuchándolos, escuchas a todos esas formaciones que les precedieron y que han hecho posible que ellos estuvieran encima de la palestra.

El concierto que ofrecieron en Madrid, seguramente uno de los mejores de todo el 2025 en la capital, fue un repaso a su discografía. Pero también una lección de cómo construir una narrativa emocional desde la precisión y la paciencia. Veintiuna canciones de once discos distintos que no seguían un patrón evidente, pero que acabaron formando un todo compacto y lleno de sentido. No hubo efectismo ni estructuras previsibles. En su lugar, hubo un despliegue medido, donde cada miembro de la banda se mantenía en escucha constante del otro.

Y ahí es donde Wilco brilla con más fuerza: en esos instantes entre canción y canción, en la construcción minuciosa de cada tema. En la calma con la que Jeff Tweedy mira a sus compañeros, esperando el momento justo para empezar a cantar. En la forma en que Mikael Jorgensen deja respirar una nota en el teclado, prolongándola un instante más. En la manera en que Pat Sansone se mueve con naturalidad, apoyando a sus compañeros y alternando entre teclados y guitarra según lo que cada canción pide, aportando textura y cuerpo al sonido. En cómo John Stirratt mantiene el pulso desde el bajo con una naturalidad que, aunque pase desapercibida por momentos, resulta fundamental para que todo fluya. Y en cómo Glenn Kotche, desde la batería, marca el ritmo con cadencias imprescindibles para que las tres guitarras nunca caigan en la estridencia.

Ese cuidado por el detalle alcanzó su cima en “Impossible Germany”, cuando Jeff Tweedy cerró con esa estrofa que ya forma parte del ADN emocional de Wilco: Now I know, you’ll be listening. Más que una frase final, sonó como una confidencia. Y entonces escuchamos. Nels Cline comenzó a desgranar su solo sin prisa: una melodía paciente, que parecía flotar por encima del escenario sin tocar nunca el suelo. El sonido se iba abriendo poco a poco, como una espiral. Una sensación de estar dentro de algo que no querías que se rompiera. Durante unos minutos, su guitarra lo llenó todo. La mirada colectiva hacia el escenario no era sólo de admiración, sino de entrega total. Seguramente, y no lo digo a la ligera, uno de los momentos más hipnóticos que he vivido en un concierto. Justo después llegó “Jesus, Etc”, con eso digo todo.

Pero la noche estuvo llena de esos pequeños desbordes. Como cuando sonó “I Am Trying to Break Your Heart”, uno de los primeros cortes del concierto. Sansone, entre dos teclados, tocaba con la derecha unos sintetizadores y con la izquierda un piano, abriendo capas de sonido como si estuviera construyendo un escenario dentro del escenario. En “You Are My Face”, Tweedy cantaba con dolor, pero alejándose de cualquier mito sobre el sufrimiento como motor del arte. Aquí, el arte no nace del dolor: lo atraviesa y crece a pesar de él.

Cada canción tenía algo. “Whole Love” sirvió para recordar la importancia del silencio en la estructura de una melodía, y de la cadencia en la batería para sostener un ritmo folkie con sabor cinematográfico. “Bird Without a Tail / Base of My Skull” fue un ejercicio de conversación entre guitarras: tres voces perfectamente diferenciadas que se responden y se complementan sin solaparse. La música se abría por tramos, permitiendo seguir el trazo de cada instrumento como si hablara su propio idioma. También hubo espacio para el público. Unas ocho mil personas llenaron las gradas del anfiteatro del Parque Enrique Tierno Galván e hicieron completamente suyas canciones como “If I Ever Was a Child”, “Box Full of Letters” o “Hummingbird”.

Donde la conexión fue total, casi ritual, fue con “Spiders (Kidsmoke)”. El ritmo motorik  te atrapaba sin esfuerzo. Durante más de diez minutos, el público coreó la melodía de la guitarra, aplaudió al ritmo del bombo y siguió cada subida como si se tratara de un mantra colectivo. Fue un viaje dentro del viaje. Un momento que pudo durar entre diez y quince minutos, entre una vida entera y un segundo. El cierre no bajó el listón. “California Stars” fue cantada por casi todo el auditorio, con alguna que otra lágrima. Luego llegaron “Falling Apart (Right Now)” y “I Got You (At the End of the Century)” como último estallido. Una despedida a la altura del viaje que se había construido durante casi 120 minutos.

Si algo lamento, es no haber tenido antes la oportunidad, el tiempo o la suerte (y eso que han tocado en España decenas de veces) de verlos en directo. Pero de ahora en adelante, eso cambiará. Intentaré ser, como tantos otros espectadores que los rodeaban esa noche, uno de esos fieles que los han seguido durante un buen puñado de conciertos; los que comparan setlists, que tienen la confianza de decir ‘aquel fue mejor por esta canción, o por la forma en que tocaron esta otra’. Salir de un concierto suyo es también un comienzo. El principio de una relación que ya sabes que irá a más.

Fotos Wilco: Víctor Terrazas

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