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Kraftwerk (Teatro Real – Universal Music) Madrid 27/07/23

El número cuatro es una cifra sin la que no se puede entender Kraftwerk. Es tan inherente a su espacio como lo es su música y representa no solo esa conexión con su pasado, sino que también lo respeta. Nadie desde hace décadas puede concebir lo que es el grupo alemán sin esa cifra, a pesar de que las vicisitudes biológicas y de otro carácter hayan ido mermando su sentido original.

Dispuestos ese mismo número de atriles desde los que los alemanes llevan pontificando su reinado de la música electrónica, el escenario del Teatro Real sí que parecía esta vez estar acorde con la propuesta. Sobre el escenario, y ya bajo las siluetas pixeladas de sus miembros, se fueron colocando, de izquierda a derecha, Ralf Hütter, único superviviente de la época a la que se presentan honores, y sus compañeros, Henning Schmitz, que lleva en la formación desde primeros de los 90, el repescado Falk Grieffenhagen y Georg Bongartz, la última incorporación.

Tan importante es ese número cuatro como entender que los cambios a lo largo del tiempo han ido ocupando el número mágico y adaptando a las nuevas necesidades de un espectáculo que llevan estudiado desde hace décadas, ese mismo en el que lo audiovisual cobre tanta relevancia como la actualización de su propuesta sonora, barnizada de techno y beats para fortalecer más su intachable programa. Por eso, se antoja esencial la división y especialización de la labor de Grieffenhagen y Bongartz, al frente de los videos y efectos audiovisuales, y la de Hütter y Schmitz en sus tareas sonoras.

Pronto se vería que esa separación de poderes seguía dando resultado. La noche se abrió calentando motores con “Numbers” y “Computerworld” y disponiendo ya las imágenes sobre la pantalla gigante del Real y certificando esa formación de canciones en las que se basa su espectáculo, superponiendo, como en este caso y el posterior de “It’s More Fun to Compute / Home Computer”, algunos de sus temas más conocidos en bloques y que tuvieron su recopilación en aquel 3-D The Catalogue que, desde entonces, sirve de guía de usuario.

No obstante, la actualización y reinterpretación en clave, digamos, actual, facilita todavía mucho más su adaptación al espectáculo contemporáneo, incrementando el contraste con el hieratismo de sus cuatro miembros sobre el escenario con un aluvión para los sentidos. Si ya había comenzado el baile para algunas personas en los palcos más altos, también lo haría la fase de contrastes cuando el teatro se convirtió en una nave espacial desde la que la banda descargó el kosmische de “Spacelab” antes de que, en una gráfica más propia del OVNI de Liquid Sky, el artefacto aterrizase del todo.

Ya había ocurrido previamente, pero el bloque formado por “Airwaves” y “Tango” permitió escuchar la robótica voz de Hütter de nuevo. Tan simple, tan robótica y tan inherente como lo fue casi todo, el alemán rindió más que correctamente en su registro modulado por la tecnología antes de desembocar en “The Man Machine” en el que se centraría mucho más en canalizar la energía analógica a la hora de tratar su teclado.

“Electric Café” serviría de transición para la incorporación a ese “Autobahn” que, gracias a Dios y a su poca sonora traducción, mantiene la esencia alemana en su totalidad y no cedió a la ola destructora del inglés. ¿Quién iba a querer escuchar highway subido en ese Volkswagen que aparecía en pantalla? Todo encajaba, desde esa adoración por cantar al futuro al pop que significaron para Alemania sus carreteras y sus vehículos. La Ausfahrt llevaría a ese área de descanso que es “Computer Love” para coger fuerzas para lo que se venía.

Las primeras notas de “The Model”, en inglés, se fundieron con ese desgraciado voto unánime que representa en la actualidad el público desenfundando su móvil o tableta. Como si de levantar cada calificación en un concurso bovino o de salto de trampolín se tratase, la luz de esos aparatos certificó que el primer gran momento de la noche había llegado. La proyección se circunscribió al famoso videoclip de sabor añejo, contraste con el futuro que traían, pero sirvió para volver a recargar las baterías y navegar por “Neon Lights” hasta llegar a otro gran punto de interés.

Recalquemos aquí que “Radioactivity” es, posiblemente, el tramo más compartido y promocionado de sus directos, con unos audiovisuales que han ido ampliando nombres tras ciertos desastres nucleares y que ha evolucionado desde lo culto de su origen a una producción de denuncia. Siguiendo ese canon del 3-D The Catalogue, para la ocasión se dispuso de la magistralmente interpretada versión japonesa recogida en el Akasaka Blitz y que hace referencia a la última adición a la nefasta lista.

A esas alturas de la noche, la carrera por el éxito ya había encadenado las etapas de montaña relacionadas con la muy celebrada “Tour de France”, el combo de “Trans Europe Express” y la imprescindible “The Robots”, con la actualización del cuarteto en sus imágenes y con una de los barnices mejor traídos. Inundada de nostalgia, la noche podría haber finalizado ahí, en lo más alto de esa meta volante, pero quedarían para el cierre “Planet of Visions” y “Boing Boom Tschak / Techno Pop / Music Non Stop” para certificar el gran estado de forma de un espectáculo que honra el pasado sin descuidar un presente y que no se olvida de las formas analógicas sin amilanarse ante ese futuro algo distante de lo que Kraftwerk profetizaba.

 

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