Conciertos

Bon Iver – Auditorio Euskalduna (Bilbao)

Expectación máxima para ver a uno de los artistas que con apenas dos discos ha tenido una irrupción más fuerte en la escena musical internacional. Entradas agotadas a precios de prima de riesgo, de 35 a 56 euros y ese ambiente eufórico, y, porqué no decirlo algo atontado, que recorre el ambiente del primer encuentro con tu artista deseado.

Tomamos asiento y lo primero que nos llamó la atención es el despliegue que había en el escenario, justo detrás de Sam Amidon, que ejecutó un pase cual Woody Guthrie postmoderno en un local poco apropiado para su música, con un sentido del humor a veces un poco chirriante, y en el que destacaron los temas de su disco Al lis Well.

Y apareció Bon Iver con su banda, u orquesta más bien, de ocho músicos que fueron alternando instrumentos soportados por dos baterías, a veces tres guitarras, a veces tres teclados, dos violines, cuatro o cinco voces, diferentes instrumentos de viento…estado de shock viendo semejante arsenal para un hombre que según la promotora del concierto venía en formato de trío.

Se van sucediendo los temas y nos dimos cuenta que no veíamos al Bon Iver de “For Emma Forever Ago”, aquel hombre que desde una cabaña había diseñado uno de los discos más importantes de estos años y que había acercado a un montón de gente al folk más desnudo, más intenso, más personal. Teníamos delante a un Bon Iver dentro de una cueva, así era la impresión que transmitía las telas de saco colgadas encima del escenario, que con un atinadísimo juego de luces transmutaba de cueva a perfil montañoso pasando por una imagen lisérgica hasta llegar a convertir a los nueve músicos en códigos de barras en el tema que cantó con vocoder.

Así se confirmaba una sobrexposición a su segundo y último disco Bon Iver, Bon Iver en cuanto a la cantidad de arreglos, instrumentación y producción que nos dejó momentos delicados e íntimos (menos de los inicialmente esperados). Dentro de un conjunto de poderoso sonido entre el postrock sin solemnidad, los momentos más furiosos de Wilco o el mismo Neil Young, que nos enseñó en “Flume” como la misma cadencia maravillosa de un tema cantado en solitario, se puede conservar con ocho personas más y seguir arrebatando.

La voz de Justin Vernon parece traída por el viento, ya que, aunque parece un falsete en realidad no se trata de algo impostado sino de uno de los tonos que tiene para cantar, si echamos en falta quizás un menor uso de los coros y de algún efecto de voz, simplemente para disfrutar de su preciosa voz.

Decía en una entrevista, “No quiero ser el tipo que canta con una guitarra acústica, porque esto es bastante aburrido. La canción realmente necesita 80-500 personas cantando o lo que dé el ambiente de la sala. Necesita esa lucha«, y así lo demostró en la segunda canción del bis que interpretó a pie de escenario con su guitarra, con el micro de ambiente y rodeado por su ocho músicos coreando y claqueando con pies y manos un “Skinny Love” para guardar en la memoria.
Las más de 2000 personas que le despidieron en pie pueden dar fe de ello.

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