Deer Tick – Sala Sidecar (Barcelona)

Deer Tick visitaron ayer Barcelona con las canciones de su nuevo y aclamado álbum, The Black Dirt Sessions (Partisan Records, 2010) bajo el brazo. La verdad que temas como “20 miles” o “Blood Moon” son motivo más que suficiente para salir a pelarse de frío un lunes de invierno  y acercarse hasta la desangelada Plaça Reial; además, es muy de agradecer que al concierto de una banda americana medio famosa  se pueda ir por el razonable precio de 12 euros, cuando estamos acostumbrados a tener que desembolsar veintitantos pavos por ver a unos White Lies cualquiera. Por esto, gracias a Houston Party y a A Quemarropa, que han organizado un concierto como Dios manda.

Primero, eso sí, tuvimos que presenciar un espectáculo algo bizarro: las teloneras, un grupo de dos chicas llamado Centellas (creo). Creo que en mi vida había pagado por ver una actuación tan mala, dicho sea con todo el buen ánimo posible. Las chicas tienen música, pero lo cierto es que a ratos parecía un ensayo – y de los primeros -, y a ratos parecía una actuación improvisada en medio de la fiesta de cumpleaños de un amigo, con disfraces incluidos. Al final las únicas que se divertían eran ellas, y el público las ha despedido con una insólita ausencia de aplausos. Raro de ver, aunque las animamos a currárselo un poquito más.
Por comparación, claro, Deer Tick parecían unos músicos de tomo y lomo ya haciendo la prueba de sonido. Y lo han seguido pareciendo al tocar su primer tema, “Choir of angels”, aun cuando todos los músicos han salido a escena con tres o cuatro cervezas en la mano y, seguramente, seis o siete más en el gaznate. John McCauley, guitarra y voz cantante del asunto, venía precedido por rumores de ser un frontman tirando a explosivo, y la verdad es que el tipo tiene desparpajo y una verborrea bastante irreverente. Se agradece un poquito de espectáculo en los conciertos, y qué mejor que un rockero borracho haciendo chistes sobre su nivel de castellano o sobre el noble arte del cunnilingus, y comportándose en general como si el público estuviera compuesto íntegramente por idiotas – cuando, en realidad, menos de la mitad solemos serlo. La verdad es que McCauley no es exactamente un buen frontman; es más bien, como diría Ford Fairlane, el típico capullo del rock, y por eso parece un tipo simpático. Sea lo que sea, es un cantante fantástico, y eso viene a ser lo que cuenta.

El concierto ha recorrido relativamente poco su nuevo disco, algo inesperado dado el relativamente mayor impacto que ha tenido respecto a sus anteriores trabajos. De todos modos, impecable la actuación de la banda americana. El aire country y folk estaba ahí, pero su sonido era el de un rock más ruidoso, más eléctrico – aunque algo menos intenso -, y el concierto andaba más cargado de riffs ruidosos y estruendosos repiques de batería de los que uno iba a esperar. En momentos, podían recordar a los My Morning Jacket del concierto Okonokos (ATO Records, 2006), aunque sin el meneo, claro: el escenario de Sidecar, con sus seis metros cuadrados mal contados, no da para tanto.

Ian O’Neill, segundo guitarra, parece también un tipo con talento, y dedicó una canción en solitario (“She’s not spanish”) que era más que aceptable. McCauley también tocó un par de temas en solitario; además, se cantó el cumpleaños feliz a sí mismo, levantó una cerveza del suelo con la boca mientras se marcaba un solo, nos explicó que una vez vomitó sobre el público durante un concierto, se cantó un tema casi entero paseando entre al público, al que besaba profusamente, saltó sobre, desde, y hacia el bombo de la batería, ligó con las teloneras, se sentó un tema entero a la batería, y en mitad de una canción le metió la lengua en la boca a O’Neill, el cual casi le parte la cara un minuto después. Ah, la desenfadada vida del rockero.

El concierto fue realmente bueno, y la banda supo acabarlo con un gran final. Estuvieron sublimes en una potentísima versión de “Mange”, haciendo todo un temazo alrededor de un arrollador solo de batería, y se despidieron, como regalo, con – Dios sabrá por qué – “La Bamba”. ¡Pues muy bien hecho! Buen final de fiesta y buen sabor de boca. Excepto para O’Neill, que seguramente aún se la estará cepillando.

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