Guadalupe Plata – (La Paqui – Sound Isidro) Madrid 12/05/23

Guadalupe Plata sigue siendo una de las formaciones en mejor estado de nuestro panorama. Y sin artificios ni mierdas que desvíen la atención: una seña de identidad sólida y una puesta en escena reducida a lo mínimo no hacen más que magnificar su gran técnica. Y da igual que sea en esos garitos habituales o, como fue la ocasión, en salas medianas: los de Úbeda no van a cambiar y todo será pantano y crepúsculo testigo de su prodigioso directo.

Un gran diablo, su gran diablo, el máximo exponente de su imaginario, preside un escenario que se antoja demasiado grande, pero que en pocos minutos se irá empequeñeciendo ante la propuesta de unos Guadalupe Plata de estreno por su nuevo y, cómo no, homónimo álbum. Aviso centelleante de rayos y serpientes, un poco de humo, dos o tres colores en los focos y ya se tiene ese submundo de sótano, a medio caballo entre un infierno y un infiernillo, en el que los andaluces desplegarán su ceremonia de leyenda oscura.

Pedro de Dios y Carlos Jimena, Carlos Jimena y Pedro de Dios se complementan, no sé si se necesitan (entiendo que sí), pero su complicidad es absoluta. No hace falta más que una mirada para cotejar que esté todo en orden, desde esa maravillosa técnica que atesora cada uno a la planificación y ejecución de los tiempos. Este último parámetro está medido para que la velada sea una congregación con su público.

Nada se sale, nada falta, todo se mueve alrededor de un repertorio que viaja por sus grandes temas de toda la vida, los que saben que, a pesar de ser un concierto de la gira de presentación de Guadalupe Plata 2023, son los que mueven los pies y hacen desgañitarse a su público. Podría decirse que no añaden más que lo necesario, pero que cada adición se traduce en un nuevo elemento perfectamente engrasado. Ejemplo de esto es que sus arquetípicos “Milana” o “Calle 24” se entrelazaban con un primer tercio de concierto rápido, casi sin más descanso que el de los breves segundos de hidratación, que no cejaba en su empeño de dejar respirar a la parroquia.

Si Guadalupe Plata sabe que su repertorio habitual es la base de sus conciertos, es porque es consciente de que las nuevas canciones sufrirán un proceso de selección antes de convertirse en clásicas. Su reinterpretación de “La cigüeña”, esa maravilla castellana, o “Al infierno que vayas” acabarán más pronto que tarde ahí, codeándose con las “Baby, Baby” y esa voz cuidadosamente desganada anunciando los queridos “a 20 metros” a los que habían enterrado el aburrimiento hace años.

Entraría el repertorio en cierta dinámica más lenta, que no más tranquila, antes de rescatar “Duermo con serpientes” para volver a la senda del meneo de pies y aderezar la presentación en sociedad de “Mi tumba”. Eso era. Eso es. Novedad con tintes de clásico casi antes de parirla para que el testigo pase a “Huele a rata”, auténtico himno de los ubetenses, desbocados desde hace tiempo ya en su serenidad y técnica, bien mediante cejilla o con una percusión infinita, con dedos misteriosos o con la cadencia necesaria, hasta el final del grueso de su recital.

Los toques pantanosos reaparecerán, no podía ser de otra forma, para encabezar unos temas extras que siguieron ese patrón de perfecta dosificación, poniendo su arriesgada versión de “El cóndor pasa” en el centro de toda atención de la novedad, pero intrincada sin problemas en ese submundo que depara cada concierto de Guadalupe Plata y que crece sin que uno se dé cuenta. Y es que ese es su legendario cruce de caminos.

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