Lo nuevo de Chucho a través de sus canciones: Cap. 12
Próximamente llega el esperado nuevo disco de Chucho, Corazón roto y brillante (Intromúsica). El regreso de la banda de Albacete es un álbum conceptual sobre una ruptura, que nos cuenta la historia de Pere y María a través de sus doce canciones. Antes de escucharlas, conocerás lo que esconde cada una de ellas de la mano de Fernando Alfaro, quien nos irá desvelando en Muzikalia un relato dividido en capítulos, correspondientes a cada una de esas canciones. Finalizamos con el capítulo 12.
Aquí tienes el desenlace de la historia.
12 > Otra ciudad
A Pere se le ocurre pensar en inventarse una película, o un libro, para convertir en ficción todo lo que les ha pasado, y así hacer que nada haya ocurrido.
—A veces me arrepiento de haberte conocido un día, María, y ese arrepentimiento se me agarra como lija en los pulmones, como un picor.
Y sigue vagando, sigue vagueando por las calles de ciudades distintas cada vez. Es curioso, tanto tiempo libre; antes, con tanto trabajo, apenas tenía tiempo de perderse por estas ciudades extrañas. En una ciudad extraña está ahora con sus hijitas, dando un largo paseo de juegos por un parque con forma lineal. Ya es el final de la tarde. Ellas van en sus pequeñas bicicletas. La mayor habla y habla, sin dejar abrir el pico a la pequeña:
—Entonces yo soy la capitana Teresa, ¿eh? Llámame así siempre.
—Teresa, ¿por qué?
—Porque me gusta.
—¿Y tú, peque?
—Yo, Ana. Como mi seño.
—Vale, pues la teniente Ana. Que para eso eres la más joven de los tres, y llevas menos mili.
—¡Vale! ¿Y tú quien eras?
—Mmmm yo… el comandante Luzredo.
Y seguían con sus juegos durante horas; y luego, las bicicletas no estaban y él ahora llevaba de la mano a las crías, la mayor sin parar de hablar, la pequeña esperando su momento de gloria; y más tarde, no se sabe cómo, iban de nuevo en bici; y después, las bicicletas se habían transformado en patines y finalmente, en esos patines, las chiquillas se habían esfumado…
Y ahora, como un soplo repentino de la fría tarde de octubre, Pere está solo. Ya no están ellas. Pero nota en las palmas de las manos como un cosquilleo, el recuerdo de un contacto. La reminiscencia fantasmal de un contacto real, el de las manos reales de las criaturas…
Como por inercia, durante estos últimos meses, Pere ha continuado con sus viejas costumbres. Por ejemplo, ha seguido mirando todo lo que ella hubiera publicado o pudiera publicar en sus archivos cibernéticos compartidos con cualquiera. Por si estaba bien, por si estaba triste o contenta, por si había algo que él pudiera hacer por ella. También ha vuelto a visitar todas las ciudades a las que se desplazaba por cuestiones de trabajo: ya se sabe, Pere y su pericia se hicieron finalmente imprescindibles a la empresa, y ahora era lo que se dice un hombre de mundo. Sólo que ahora nota que no hay… que no termina de conectar con la gente, que no hay… la interacción que él esperaba. En la recepción de los hoteles le miran como si no estuviera ahí, como si fuera un don nadie. Nunca le había pasado esto. Y también se las desea, en las calles, para que algún taxista vea su gesto autoritario. O para hacerse visible a los camareros… ¿Qué leches le pasa a esta gente?
Pero lo que ya le llega a preocupar de verdad es el recuerdo ahora lúcido de que, en alguno de sus paseos por las tardes del reciente otoño, había intentado agarrar, sujetar las hojas de los árboles, para que no cayeran, porque presentaban así, allí expuestas, una estampa que no quería perder. No lo logró. Nunca lo logra.
—Hoy te he visto a lo lejos, María. Ibas caminando sola. Te he llamado, y nada. Me he acercado más y tampoco me oías. Me he quedado ahí, observándote. Como siempre hago.
Pere, piénsalo bien, concéntrate: ¿qué nos dicen las canciones? Sigues igual que siempre, viejo amigo. Te tengo por un hombre inteligente, pero muchas veces pareces incapaz de prestar atención.
—Creo que voy a dejarte marchar, María. Creo que ya nunca más vamos a hablar tú y yo, que tenemos que olvidarnos el uno del otro. Entonces te tengo que decir adiós.
¡Hombre! ¡Por fin! Ven y siéntate aquí conmigo, querido mío. Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar, y tenemos todo el tiempo, porque el tiempo ya no existe.
—Ahora me acuerdo, ahora la veo, a la Sombra Fantasmal. ¿Es, quizá, que esa sombra me tocó? Y de ser así, ¿cuándo exactamente me tocó? ¿en qué momento fue?
Llevamos ya años juntos, tú y yo, Pere: años… o días, pues lo mismo son los unos y los otros.
—Pero entonces ¿esta ciudad es real? ¿o es el Limbo o el Purgatorio o algo así?
No, Pere: es una ciudad de verdad: los fantasmas viven en el mundo real.
—¿Estoy muerto?
¿Tú que crees, Pere? ¿qué es lo que nos dicen las canciones?
—Y ¿qué hay de Antonio, el del estanco? Somos amigos…
No hay ningún Antonio, ni nada salvo lo que tú mismo quisieras ver. Ni siquiera hubo nunca el humo del tabaco en tus pulmones, porque no había tabiques que lo pudieran retener.
Ven aquí a mi lado, Pere, ponte a mi vera. Miraremos al futuro, por muy opaca que sea nuestra visión. Por mucho que cueste otear con la mirada de los muertos, con la mirada vaciada, a través de los siglos, abriremos mucho los ojos, Pere…
¿Te das cuenta, Pere? Tanto sufrimiento, para nada. ¿Para qué tanto dolor? Todas tus lágrimas no eran sino arena, ceniza, qué otra cosa podrían ser. Eran el alimento de nadie. Todo ese dolor que se estaba acumulando en el recodo del pasillo, era justamente lo que no te dejaba ver. Y ahora, escucha cómo todo ese dolor se libera, justo ahora, escucha ese torbellino: hoammm. El viento opaco, el viento sombrío que recorre los tiempos.
Somos un torbellino, los fantasmas.
OTRA CIUDAD
Y ahora estoy en otra ciudad,
paseándome.
Siempre estoy en otra ciudad,
observándote.
Caminando dando vueltas y perdiendo calles,
intentando sujetar las hojas que se caen,
soy un fantasma
en mi propia ciudad,
dando tumbos por cada ciudad.
Y ahora estoy en otra ciudad,
paseándome.
Siempre estoy en otra ciudad,
observándote.
Soy un fantasma
en mi propia ciudad,
un fantasma
en cada ciudad en la que doy
con mis huesos al final…
Todas las ciudades del mundo,
amo a todas las ciudades del mundo.
Como a ti, como a ti.
Caminando por el parque noté algo en las manos,
los fantasmas de las manos, las manitas de mis hijas
cuando eran pequeñitas, cuando las llevaba al colegio
en otra ciudad.
Me hablaban sin parar y la mayor apenas dejaba
que hablara la pequeña, y cuando iba sólo con ésta,
no paraba de hablar.
Eran un torbellino…
Los fantasmas…
En otra ciudad.
Texto: Fernando Alfaro
Ilustración: Erika Seven
«Los personajes y hechos retratados en este relato son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia»
Consulta aquí la historia de Pere y María en la que se inspira el nuevo disco de Chucho:
Muchas ganas de escuchar el disco completo.
Final negrísimo, pero esperanzador. Alfaro es un puto genio, muchas curiosidad por escuchar el disco entero