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Lo nuevo de Chucho a través de sus canciones: Cap. 4

Próximamente llega el esperado nuevo disco de ChuchoCorazón roto y brillante (Intromúsica). El regreso de la banda de Albacete es un álbum conceptual sobre una ruptura, que nos cuenta la historia de Pere y María a través de sus doce canciones. Antes de escucharlas, conocerás lo que esconde cada una de ellas de la mano de Fernando Alfaro, quien nos irá desvelando en Muzikalia un relato dividido en capítulos, correspondientes a cada una de esas canciones. Ya está disponible el capítulo 4.

Próximamente, más entregas.

 

PERE Y MARÍA: 04 > Yoga love

Cuando, una semana después de aquel día aciago y agridulce de cava y dolor, María y Pere se volvieron a cruzar en lo que ya estaba dejando de ser su casa común, él estaba haciendo su equipaje, recogiendo todas sus cosas, y ella se puso a llorar. Pere se preguntaba por qué. Se lo preguntaba porque era ella la que lo había echado a él de su lado y, más aún, porque ahora regresaba a la casa después de otros tres días sin aparecer, sin llamarlo ni avisarlo mediante mensaje alguno, tres días con sus noches, sus largas noches creyendo Pere oír que ella llegaba, en el abrir y cerrar de grifos y puertas que en realidad eran de los vecinos. No de ella. Ella no llegaba y el mundo se hundía. Ahora María estaba llorando, y lloró durante las más de dos horas que tardó Pere en empaquetar sus pertenencias y bajarlo todo al taxi que esperaba abajo. Cuando ella salió a despedirlo, él, que estaba sujetando con un bulto la puerta del ascensor, dijo:

—Tú al menos puedes aún llorar. A mí ya no me quedan lágrimas… —se lo pensó un instante; pensó en su futuro cercano y se corrigió—: Bueno, a lo mejor sí que me quedan…

—Y tenía razón: me equivocaba —esto lo dice ahora Pere, hablando con su solitud.

Y sigue recordando, casi maldice su proverbial buena memoria; ahora sólo le sirve para hacerle daño. Piensa esto y al segundo siguiente se está descojonando, partiéndose el pecho acordándose de Yoga love, aquella teleserie procedente de la América de ultramar que todo el mundo veía, los jóvenes o muy jóvenes en particular. Nunca supo si aquello iba en serio o era absoluta parodia. Se inclina más por lo segundo, y por que aquellos tipos eran unos genios. Todo aquel rollo tan hortera y anticuado, o quizá muy moderno, aquellas gafotas enormes con cintas de tenis en el pelo rizado, aquellos calentadores de lana en las piernas, toda esa licra en camisetas ajustadas y maillots, ellos y ellas, todo de colores inadmisibles. No tenía sentido alguno que llevaran aquellas pintas para hacer yoga, o para intentar hacer yoga, más bien. Y el amor: siempre el amor. Amores cruzados, enredados, pasiones entre los espejos y el previsible olor a entrepierna sudada… Pero lo que enganchaba de veras eran los diálogos: oro y dinamita. Pere se acuerda también de alguna escena que remarcaba el patetismo cómico de la mayoría de las situaciones: en una de ellas, uno de los protagonistas masculinos trataba de completar ese ejercicio para músculos lumbares que exige que el sujeto, en posición decúbito prono —tumbado boca abajo en el suelo—, levante brazos y piernas, bien estirados hacia delante y detrás respectivamente, repetidas veces. El tipo ya no era muy flexible, si es que alguna vez lo fue, y apenas si podía elevar sus miembros algún que otro centímetro:

—Jajajaja, qué sos, ¿Supermán? —pregunta la chica que le gusta, que sí es capaz de ejecutar el ejercicio con dignidad.

—Sí —responde el tipo—: Supermán en vuelo rasante…

Yo creo que se ha puesto de moda —se dice Pere— de nuevo el yoga porque ya se puso de moda en los primeros o segundos ochenta, que están ahora de moda. Y coge una mochila con ropa: poco a poco, ha ido colocando sus cosas en las austeras baldas y en los escasos cajones de su nueva vivienda. Y nota algo en el fondo, varios objetos pequeños que, por su peso y consistencia, obviamente no son ropa:

—Ah, discos duros. Discos durísimos.

Lo que llegué a retorcerme por amor, piensa Pere en voz alta:

—Yo, que nunca había bailado, ni siendo un chaval en las verbenas, que siempre he sido más rígido que un lápiz, cómo me esforzaba y qué bien lo hacía cuando me sacabas a la pista, María, cuando me llevabas por ahí a bailar —Pere habla con una María que no está—. No me podía negar, con tu sonrisa, y con lo sexi que eres tú siempre cuando bailas y cuando no… y yo disimulaba y me forzaba a la danza, y no reconocía mi impericia y absoluta torpeza, no quería que lo supieras por temor a perderte. No pudo durar mucho aquello, y ahora ya lo sabes: ni sé bailar, ni me gusta.

Pronto empezó a descarrilar en aquellos bailes, Pere se acuerda bien, y apareció lo patoso que es, lo arrítmico: si fuera músico o algo así, o si al menos alguna vez hubiera hecho teatro… pero hasta en las obras teatrales del colegio era siempre uno de los que se apunta a crear el escenario (la escenografía, el atrezo, los decorados), a ser incluso tramoyista, con tal de no tener que actuar en público.

Con todo, ha de reconocer que también María se había retorcido por amor: no sólo abandonó su matrimonio idílico y libertario, y dejó su trabajo, su ciudad y sus amigos, toda su vida previa: además, en más de una y de dos ocasiones, cuando ella regresaba de un extenuante viaje, de varios días o un fin de semana, a su antigua ciudad para visitar a su familia, y acudía directamente con su maletita a su puesto de trabajo, al salir de éste, Pere la había convencido para «dar una vuelta» y habían acabado a las tantas de la madrugada, o ya por la mañana, en algún bar inopinado, ella aún con su maletita, incapaz siquiera, o sin fuerzas, para ir al baño con Pere y su amiga para esnifar dudoso producto químico. Lo que se retorcía ella por Pere.

Pero en fin… yo creo que aún me retorcía yo más, piensa. Tanto retorcerme metafóricamente y acabé haciendo yoga, yoga real. Por amor. Nos daba por épocas: la época yonqui y después la época yogui. Siempre dando bandazos, no vaya a quedar un extremo sin tocar. Hasta llegaron a coincidir esas dos épocas durante un tiempo: recuerdo llamar al camello desde el centro aquel del yoga, o como se llamara. Eso duró poco y el asunto del yoga nos sirvió de limpieza, esa era la idea de María, que fue la primera que se apuntó. Yo más bien pienso que lo hizo por el monitor aquel, tan moreno, tan elástico, con aquella nuez tan marcada cuando uno le echaba un ojo de perfil. En realidad ella no quería que yo también me apuntara, eso lo veo ahora, y entonces, aunque no quisiera, también.

Era un momento, al principio de su relación, en que el empleo de Pere, que acababa de entrar en la empresa, era muy precario: a cambio de un salario de cuasipobreza, se veía obligado a hacer turnos larguísimos, con horas fuera de horario cuyo pago no le era satisfecho. Salía a menudo tarde del trabajo, muy justo para llegar a clase de yoga, pero quería ir a toda costa, sin faltar ni un día, porque desconfiaba, temía perder a María. Y es que, era cierto, ella mostraba una poco disimulada inclinación por el atractivo, tanto por su físico como por su envolvente verborrea, monitor de yoga.

Pere entró aquel día, tarde como siempre, a la sala donde se practicaba aquello. María, sentada con una de sus piernas estirada y la otra flexionada como una bailarina de ballet, se estaba echando hacia delante y, colocándose un rizo moreno detrás de la oreja, de soslayo, orientó sus ojos claros y un poquito saltones hacia el profesor. Pere la observaba con desazón. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano intentando conseguir hacer mínimamente bien una asana, una de esas posturas, imposibles para una persona decente, con supuestos beneficios extraordinarios para el organismo. E hizo un esfuerzo tal, que se produjo un fogonazo en medio de la sala, como si hubiera entrado un trozo de sol por la ventana. Muchos lo achacaron a una ilusión óptica. Algunos, Pere entre ellos, simplemente reconocieron que no sabían lo que era. Yo sí lo sé: era la Sombra Fantasmal. La ventana se abrió de repente de par en par, como por efecto de un súbito huracán, en un día claro como aquel, y el aire tormentoso penetró en la estancia y volcó unas velas encendidas, unos cirios que por allí había, que pronto prendieron los absurdos cortinajes. Se hizo un círculo de fuego en el parquet, en medio de la sala. Una geometría incandescente. Y algo comenzó a brotar de ella. Y todo el mundo empezó a correr y gritar perdiendo el norte. Pere también gritaba, gritaba «te quiero».

 

 

 

 

YOGA LOVE

Lo que llegué a retorcerme por amor,
lo que llegué a retorcerme por amor.

Lo que llegué a retorcerme por amor,
lo que llegué a retorcerme por amor.

Salía de casa al volver del trabajo
con un bocata entre los labios,
con la chaqueta a medio poner,
a clase de yoga una y otra vez
por amor.

Y siempre después de mi puto trabajo
entre el precariado y el voluntariado,
con la tragedia a medio poner,
a clase de yoga una y otra vez,
y me estiraba hasta lo imposible
y aún así no alcanzaba,
nunca fui muy flexible,
me retorcía hasta lo imposible
en clase de yoga una y otra vez
por amor.

Y voy a ver si llego y me convierto en yogui
si me retuerzo más.
Me activaré los chakras si me convierto en yogui
y me retuerzo más.

Y no habrá más resacas si me convierto en yogui
y me retuerzo más.
Convocaré demonios en medio de la clase
si me retuerzo más,
y gritaré te quiero en medio del desastre
si me retuerzo más.

Texto: Fernando Alfaro

Ilustración: Erika Seven

 

«Los personajes y hechos retratados en este relato son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia»

 

 

Consulta aquí la historia de Pere y María en la que se inspira el nuevo disco de Chucho:

1 > Corazón roto y brillante

2 > Sombra lunar

3 > La ambulancia y el dolor

4 > Yoga love

5 > La carretera de la costa

6 > La feria animal

7 > Hoamm

8 > Vals del trueno

9 > Espalda brillante

10 > Agente Sebso

11 > Agujetas

12 > Otra ciudad

 

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