The Cure – Songs of a Lost World (Fiction / Universal)
Desde que en 2022 empezamos a descubrir algunas de las canciones que conformarían Songs Of a Lost World, celebramos el regreso de The Cure a la melancolía expansiva de sus obras más emblemáticas. Sería difícil aceptar que 4:13 Dream (2008) pudiera quedar como el último álbum en la vasta y singular discografía de una banda cuyo impacto en la música popular contemporánea es incuestionable. Ese trabajo -y el anterior-, limitados en alcance y carentes de la profundidad que caracteriza su legado, nunca alcanzán la altura de las obras que cimentaron su identidad.
Antes de entrar en un análisis detallado de la que es su primera referencia en 16 años, convendría repasar las dos últimas décadas de un grupo que, en teoría, iba a desaparecer en 2000 tras la edición de Bloodflowers. Su posterior gira -recordemos que fueron unos conciertos nada complacientes centrados en la faceta más oscura de su carrera-, hizo cambiar de opinión a Robert Smith dada su buena acogida, y atrajeron a un buen número de nuevos seguidores. Lo curioso es que desde entonces tanto su prestigio, como el fandom que les rodea se ha amplificado de manera constante; sustentado también en la creciente nostalgia que todo lo rodea, y en la cantidad de giras y festivales por los que han pasado en todo este tiempo. Homenajes, entrada en el Rock & Roll Hall Of Fame y una constante reivindicación de bandas de todo tipo de estilo, rendidas ante unos tótems que lo quieran o no, más allá de lo estrictamente musical hace tiempo que forman parte de la cultura popular.
Enfrentarse a estas nuevas canciones dejando a un lado expectativas y la escucha en directo de hasta cinco de sus cortes, resultará un ejercicio casi catártico para quienes sean verdaderos seguidores. No esperábamos que su peso fuera a cobrar una dimensión que las iguala a algunos de los momentos más brillantes que hayan facturado nunca. Vienen a la memoria Bloodflowers (2000) -es mucho mejor- y sobre todo Disintegration (1989) -es diferente-, y ahí es donde radica su fuerza, porque lejos de ser un intento de recuperar viejos modos (como el primero) o un trabajo introspectivo y reflexivo sobre el paso del tiempo (como el segundo), Songs of a Lost World escribe un nuevo capítulo (¿y último?) en lo que a obra conceptual se refiere. Estamos ante una oda nihilista sobre el final del camino, la inexorabilidad, el dolor, las pérdidas y la futilidad de la vida. Un disco en cuya contención también está su acierto, ya que como ocurría en Faith (1981) o Pornography (1982), sus ocho cortes son más que suficientes para desgranar en sus 49 minutos todo su mensaje de angustia existencial con apertura y cierre parejos; el del final de todas las canciones que cantamos, nuestro final, que como el polvo, terminará perdiéndose para siempre.
Es el primer LP de The Cure escrito íntegramente por Robert Smith desde el lejano The Head On The Door (1985), su obra más triste y personal, en la que se muestra bien arropado por las contribuciones de todos y cada uno de los miembros de la formación, que brillan especialmente. Los bajos distorsionados de Simon Gallup retumban más que nunca, la batería de Jason Cooper es la más poderosa y marcial desde tiempos de Pornography, las serpenteantes guitarras de Reeves Gabrels se reafirman como una de las grandes sorpresas del conjunto. Por su parte, la majestuosidad que aportan los teclados y sintetizadores de Roger O’Donnell terminan de moldear esta nueva cima de su discografía, realzada en estudio sin la sobreproducción de sus álbumes más recientes.
Desde la magna y atmosférica apertura de “Alone” todo cobra sentido. Fue escuchar el adelanto, encajar el impacto inicial y rendirse ante una canción que como es habitual en el conjunto, ejerce como llave maestra ante lo que está por venir. Como el tema de amor «And Nothing Is Forever», proeza incontestable bañada en cuerdas y piano que mira de tú a tú a joyas como “Pictures Of You” y relata la promesa rota de acompañar a alguien hasta sus último aliento. Junto a ellas, prodigios de pop retorcido pero creciente como otra de sus perlas, “A Fragile Thing”, o una siniestra «Warsong» que precedida por un órgano muy “Untitled”, muta entre densos colchones sónicos mientras “nos decimos mentiras para ocultar la verdad y odiarnos a nosotros mismos”. También están ahí la pesada y cáustica «Drone:Nodrone», el crudo lamento de «I Can Never Say Goodbye», preciosa letanía entre pianos y arreglos de los que mecen, que aborda con amargura la muerte del hermano mayor de Robert Smith, o esa curiosa «All I Ever Am», pieza mutante que se desliza a través del genial pulso de Simon Gallup. El cierre no puede estar más arriba, “Endsong” mira de tú a tú a la propia mortalidad: “todo se ha ido, no queda nada de todo lo que amaba”, volviendo al inicio del disco y atravesándonos con su atronadora base rítmica y todas las capas que van completando un puzzle memorable.
En su indudable existencialismo, más que estar ante un Memento Mori (Recuerda que morirás) como proclamaban recientemente Depeche Mode, nos encontramos frente a la desoladora constatación de la fragilidad y vacuidad de lo humano recogida ese popular obituario romano de Hic iacet pulvis, cinis et nihil (Aquí descansa polvo, ceniza y nada). Nada.
Si este tuviera que ser el final, sería el mejor final posible.
Escucha The Cure – Songs of a Lost World