Especial: 40 aniversario de Unknown Pleasures de Joy Division

Un 15 de junio de 1979 veía la luz Unknown Pleasures, primer disco de Joy Division. Normalmente uno siempre recuerda la primera vez que escuchó a sus grupos favoritos. En la radio, en la casa de fulano, en la fiesta de mengano, en el anuncio de lo que sea… Pero hay grupos cuya primera escucha se marca más a fuego, como si fueras una res y te estamparan en la piel su ardiente canción.

Me encontraba en la facultad, primer curso. Imaginaos, un universo divertidísimo y una juventud efervescente. Los estudios universitarios no tienen nada que ver con la cultura de las personas, pero si hay una cosa buena que tiene la facultad es que conoces gente de todo tipo, tus redes sociales se amplían brutalmente. No es que en otros lugares no puedas conocer gente, pero en la facultad pasa. Y pasa a mansalva. Como cualquier que esté leyendo estas líneas sabe, cuando uno es joven se cree que la afinidad musical imanta personas, luego descubres que a veces sí y a veces no, pero cuando ocurre, ocurre. Yo entonces era muy fan de Bauhaus y un amigo recién hecho en el entorno universitario me dijo que tenía que escuchar a Joy Division. No le hice mucho caso, pero insistió y me pasó Unknown pleasures.

 

 

No sé si a los quince años habría entendido bien el mensaje de ese disco, pero a los diecinueve me abrió de cuajo. Lo que más me atraía del afterpunk era que sonaba diferente a cualquier otro subgénero del rock (aunque el rock en sí es un subgénero, ¿no? Fin de la nota aparte), todas las bandas compartían oscuridad, densidad y recursos poco obvios. El afterpunk respiraba libertad a la hora de hacer canciones, dinamitaba reglas sin parar, deconstruía lo que todos entendíamos por canción pop.

 

 

Daba igual que estuviera versado en Bauhaus, porque lo de Joy Division era otra cosa, igual de emocionante pero diferente. Yo creo que desde su mismísima portada, Unknown pleasures te invita a no pasar. Sí, he dicho NO pasar. O más bien te dice que entres a tu cuenta riesgo. Porque desde esa mítica portada ya te indica que dentro te vas a encontrar un barranco de oscuridad, tristeza e incomodidad. ¿Por qué entramos pues? ¿Por qué invitamos a entrar? Porque las canciones de Joy Division te remueven y amplían tu percepción de las cosas, te resaltan emociones, te subrayan las coordenadas de tu hondura.

 

 

No es que después de escucharlo salgas como nuevo, pero sí sales diferente. Escuchando Unknown pleasures te das cuenta de que Joy Division ya habían puesto banda sonora a tus momentos más introspectivos y agrios, solo que hasta entonces no la habías escuchado. Ese bajo preponderante como en ningún otro grupo, esas guitarras tan originales, esos ritmos fríos y… esa voz. Ian Curtis, primo de Jim Morrison, hermano de Nick Cave. Un barítono de ultratumba. Era masculino, muy, muy masculino, pero también frágil, muy, muy frágil. Un santo profeta embestido de una protección divina que se evaporaría una vez hubiera trasladado su mensaje a la humanidad.

 

 

Evidentemente, cuando escuchas a Ian Curtis y Unknown pleasures por primera vez estás condicionado. Sabes que el chico se suicidó y eres muy consciente de estar escuchando a una persona que al poco de haber grabado estas canciones ya no se encontraría entre nosotros. Pero estoy seguro de que esa solemnidad no es condicionada, que existe de por sí en Unknown pleasures, que sus canciones la articulan, que la interpretación de la banda la promueve. Se trata de un disco que de pronto te engulle, una vez has abierto la puerta te traga vivo y para siempre. Porque después de escucharlo por primera vez se vuelve ese sitio privado y secreto al que acudir cada vez que no tienes uno de tus mejores días, ese lugar que te reconforta y al que regresarás una y otra vez. Todos seguimos haciéndolo. Yo me he cruzado con mi amigo en más de una ocasión. Él venía y yo iba.

 

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