Triángulo de Amor Bizarro – SED (Mushroom Pillow)
No exagero un ápice al decir que Triángulo de Amor Bizarro (el disco de 2020) me parece una obra maestra. Triángulo de Amor Bizarro, la banda, confeccionó, sin saberlo, un trabajo que sería nuestra banda sonora en aquellos días de triste recuerdo en los que nos encontrábamos encerrados viviendo una distopía absurda al nivel de degradación que merece nuestra especie animal.
Fue entonces cuando, simplificando, las directrices sonoras de los gallegos se polarizaron en torno a dos ejes complementarios: uno, el de la emoción arrasadora capitaneado, digamos, por la voz de Isa (ahí estaban canciones del todo inolvidables para nuestra existencia como “ASMR para ti” o “Cura mi corazón”) y otro eje, el de la abrasión desencantada con todos y contra todo, a través de las canciones escupidas con rabia por Rodrigo (sirvan “Ruptura” y “Canción de la fama” como bastiones incontestables).
Triángulo de Amor Bizarro había conseguido radicalizar su propuesta en un momento de su carrera en la que los grupos afianzados optan, en su mayoría, por diluirse en la reiteración o por narcotizarse en el ensimismamiento de su parroquia de fieles. Ellos no. Ellos dieron un puñetazo en la mesa y se negaron a entrar en el rebaño apesebrado del (¡ay!) indie patrio. No era la primera vez. Ya atacaron con fiereza con su segundo disco, Año Santo (10), injustamente olvidado por la hegemonía de su gran single “De la monarquía la criptocracía”. Tras el éxito de su debut, demostraron que lo de dormirse en los laureles de lo fácil y lo tibio no va con ellos.
Por todos estos motivos, la expectación ante el lanzamiento de SED (23) era máxima, al menos por mi parte y por las personas supervivientes de la raza humana. Quedaba ver si existiría un repliegue, que pienso es lo que ocurrió con Victoria Mística (13), de largo su trabajo más endeble para quien les escribe, o si tocaba ahondar en la sima insondable que abrió su propuesta justo anterior. Y ya adelanto que, con muy buen tino, la elección ha sido esta última, la del terrorismo sónico en todas sus facetas.
Si Triángulo de Amor Bizarro, de nuevo el disco de 2020, fue el disco que nos relató la desintegración de la humanidad, SED es la consecución de ello, el disco de la reflexión violenta y huraña de la constatación más absoluta. En efecto: de esta salimos peores y merecemos la extinción.
Un disco artística y deliberadamente feísta, desde su diseño gráfico a su producción, pasando por unas canciones que deconstruyen la agonía del capitalismo sin alternativa posible, una deriva que afecta a todos y cada uno de los campos de acción de nuestra vida, desde el artístico al afectivo.
El largo comienza con una magistral maniobra de despiste con “Estrella Solitaria”, una canción con el destello electrónico y melódico de New Order que viene a ser un ejercicio de nostalgia sobre lo que fue y no será jamás. Un tema con gancho que prepara la que se nos viene encima a las formas en que empezamos a escalar una montaña rusa por la rampa de subida.
Una gruesísima línea de bajo levanta “Cómprate un yate”, y ya empezamos a darnos cuenta de que nos van a coser a puñaladas a poco que nos introduzcamos en este artefacto. Desencanto y desaliento avanzando hacía un colofón de ruidismo puro marca de la casa, incapaz de casarse con nadie. Tras el interludio desollador de “Sed”, el atentado sonoro frontal sigue sin bajar la mirada de nuestros ojos con “Huele a colonia chispas”, conducida por una base rítimica brutal y en la que se empieza a apreciar con claridad ese feísmo intencionado al que me refería antes.
“La espectadora” es otra de esas canciones capaces de encogernos las entrañas en mitad de este retablo de desesperación, tan bien llevadas siempre por la cadencia vocal de Isa al cantar. Llegamos después al tema más extremo que han escrito nunca los gallegos, “Estrella antivida”, himno inmediato. Música de tierra quemada para el ocaso del homo sapiens. Valentía, mala hostia y posicionamiento incómodo. Bravo.
Con “Canción del muerte de El Pez Dorado”, encontramos un momento de asueto a la tormenta de sangre y decibelios que nos está cayendo encima con un bonito tema dreampop. Una constatación del juego de piernas estilístico que lucen los gallegos, impidiendo caer en el tedio o limitando las coordenadas musicales. Pero es que a partir de ahí sí que es donde el disco se alza definitivamente, potenciando todas las virtudes que les he ido mencionando en este panfleto bomba.
“La carretera” comienza evocadora e inquietante, apelando a horizontes post-apocalípticos que se filtran por nuestros tímpanos. Poco a poco va construyendo una bola de ruido algodonoso, heredero de los mejores My Bloody Valentine, hasta modelar uno de sus temas más bizarramente (nunca mejor dicho) emocionantes que hayan grabado nunca.
Tras el segundo interludio desconcertante y amenazador de “Dinosaurio”, “Él” y “Cripto hermanos”, capitaneados por la voz de Rodrigo, se presentan como dos latigazos críticos y esquinados contra la sociedad del consumo y la apariencia y contra sus adláteres.
Y para terminar, cuando todo es ya desierto dentro y fuera de nosotros, se alza un colofón que nos encoge lo que nos queda de nuestro apaleado corazón con “La Condena”, un charco de lágrimas evaporándose entre los restos del incendio, relatando la búsqueda obsesiva detrás de aquello que, como escribí una vez, vuelve siempre como lo que nunca estuvo para maltratar realidad y sueño.
Si el fin del mundo iba a ser así de cutre e indigno, que por lo menos nos lo sepan narrar exposiciones artísticas tan grandes como ésta y endulzar así la fangosa muerte colectiva de una civilización.
excelente reseña, el sentimiento que transmite este disco entre el ruido y la calma es su principal punto fuerte